Es enero. Mientras nosotros nos deseamos ¡feliz año! y hablamos sobre lo que nos depara el futuro, en el Ártico el sol finalmente se deja ver en el horizonte. En medio de una solitaria ladera, entre la nieve se abre paso una osa polar. Tan pronto sale de su refugio invernal, se dejar ir cuesta abajo, deslizándose gozosa. Unos segundos después, detrás de ella, se asoman dos oseznos de ocho semanas, que por primera vez en su vida ven la luz del día e intentan dar sus primeros pasos...
Más o menos así empieza Earth, el formidable documental de Disney que sigue a tres familias —osos polares, elefantes y ballenas— a lo largo de las cuatro estaciones del año. No exagero. Abundan las tomas animales espectaculares (como la del tiburón blanco brincando muy por encima del nivel del mar, la del oso polar enfrentándose a un grupo de morsas, la de una parvada que cruza las cimas más altas del Himalaya, las panorámicas de los caribús...). Los paisajes son sobrecogedoramente hermosos. Pero, más allá de recordarme lo obvio de este planeta que nos asila y cuán fácilmente lo pasamos por alto, el documental (que requirió de 5 años para realizarse) me hizo asir con mayor claridad ese precepto budista que, en la selva de asfalto en que habitamos, me ha costado un poquito de trabajo comprender: aquello de que cada uno de nosotros en realidad es parte de un mismo todo. Y a partir de lo cual el amor y la compasión hacia todos tiene un pelín más de sentido.
Ver cómo una pequeña gacela es devorada por una chita o cómo una manada de leones acaba con un elefante me estruja el corazón. Sí, pero también me fascina. Porque, lejos de emociones edulcoloradas, es la naturaleza en su estado más puro y perfecto. Un ejemplo magnífico de la cadena vital. Simple y llana. Allá afuera, un animal existe para que subsista otro, que a su vez existe como sustento de un tercero... Es tan necesario como natural que un elefante o un caribú se confundan y desprendan de la manada para que otro lleve sustento a sus cachorros... Las estaciones del año se suceden una a la otra para hacer florecer distintos niveles de vida. Y no hay nada qué cuestionar.
Claro, en el mundo animal es fácil ver la relación del uno con el todo. Ah, pero de vuelta en casa esa facilidad se desdibuja por completo. Porque a nosotros no nos guía el instinto puro. Porque se nos ha aleccionado bajo un montón de convenciones sociales rígidas y mezquinas, creo yo. De los demás, uno quiere salvarse como se quisiera salvar a la gacela acechada por la chita. Uno quisiera evitar que los demás lo lastimaran, como quisiera evitar que un oso polar sucumbiera de inanición. Pero vaya esfuerzo inútil. Así como sonríe y ríe, uno cae y se lastima. Uno se levanta. Sólo para volverse a caer. Y, eventualmente, uno muere, claro.
Está visto que lo conveniente es practicar a tiempo completo aquello de que la gente que se te atraviesa a lo largo de la vida o las circunstancias a las que ésta te enfrenta tienen un solo motivo, llamado aprendizaje. Lástima que no es cosa de niños. No, no. Pero vaya si da perspectiva pensar en la vida, nuestra vida, mi vida... como parte de un todo engranado.
En fin, en todo esto me hizo pensar Earth. Ah, y en lo tonto que resulta tomarse tan malditamente en serio cualquier eventualidad contenida entre las cuatro paredes de una oficina o de una casa. ¿Vale la pena? No, en absoluto. ¿Recordaré esto mañana lunes? Damn! Ojalá que sí.
No lo olvides, no lo olvides! ;)
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