La Tierra tiembla y retiembla por aquí y por allá. Un día sí y otro también. Y como si el desparpajo con el que lo hace últimamente no le hiciera suficientes cosquillas a nuestra frágil tranquilidad, erupta el volcán bajo el glaciar islandés Eyjafjallajökull (cosa que, sépalo usted, no hacía desde 1821) y su columna de cenizas paraliza los cielos de un continente entero.
¿Será que la Tierra se cansó de tenernos como inquilinos y está dispuesta a echarnos en 2012?, nos preguntamos cada vez con menos sorna y mayor duda. ¿Será que la Tierra nos habla a gritos? Aunque vaya uno a saber qué cosa quiera decirnos bien a bien, aparte de que somos una especie a todas luces, ejem, desechable. ¿O será que simplemente sigue un ciclo natural de reacomodos y recomposiciones? Y nosotros aquí alocándonos de más. Sabráse. Sea como sea, sospecho que deberíamos de parar un poco más la oreja. Por si acaso.
Cuando las noticias dan cuenta de los miles de afectados y de los sepultados entre escombros, ya sabemos que sólo nos queda la solidaridad, mucho trabajo de reconstrucción y la esperanza de que el próximo desastre no acabe con nuestras viviendas o nuestras vidas. Pero ahora que hablan de los miles de viajeros varados y desesperados (de los cuales al menos conocemos a uno), de las pérdidas millonarias de las aerolíneas... la impotencia humana ante la fuerza natural no parece tan sencilla de asumir. "Puto volcán". "¡Que se calme el volcán!" "A buena hora" "La fortuna que tendré que gastarme", he leído por ahí. Curioso. La gente se molesta porque se cancelaron los vuelos en los que regresaría a casa. Vuelos que, irónicamente, de haber despegado podrían haber caído cual pájaros fumigados, y entonces muchos de esos varados jamás habrían vuelto a dormir en sus camas. Pero claro, en los días que corren, la paciencia y la reflexión no son precisamente virtudes redituables. En los días que corren, un desastre natural que no cobra miles de vidas (porque ya cientos nos parecen pocas) es más bien una osadía imperdonable del paisaje que nos hace perder tiempo y dinero. Una nube kilométrica de ceniza es un estorbo para las turbinas del progreso. Ajá.
Navegando por los sitios de noticias, me entra la sensación de que se nos ha olvidado que el mundo existió primero que nosotros y que, con todo y que nos hemos reproducido cual conejos quesque inteligentes, sólo somos una más de las especies que lo habitan. Tampoco es que uno vaya a ponerse a brincar porque un volcán hizo erupción y el mundo en el que nos movemos se entrega al caos, pero no estaría de más tomarnos un momentito para recordar que carecemos de control alguno sobre la Tierra. Nunca lo hemos tenido ni lo tendremos. Y así como un día llegamos, un día nos iremos. Y tampoco es que la Tierra nos esté preguntando si nos parecen o no sus estiramientos de máster-yogui. Así que no estaría mal resignarnos a lo que haya por venir y, mientras se acaba el mundo o no, contemplar la sobrecogedora belleza que implica la erupción de un volcán. Entre otras hermosas manifestaciones. Ya qué.
*Admire usted al impronunciable Eyjafjallajökull en acción en estas imágenes de Fotomedia.
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