Me declaro admiradora férrea de la escritura de Amos Oz. De entre docenas de hermosos fragmentos que me gustaría compartirles de Un descanso verdadero, escojo este, a propósito de todas esas cosas a las cuales nos anclamos como si fueran cuestión de vida o muerte, y en realidad no lo son:
–Las montañas y los desiertos se callan. La tierra enmudece. El cielo arde de día y es oscuro y frío de noche. El invierno sigue al verano y el verano va detrás del invierno. La gente nace y muere y todo se desintegra poco a poco: los cuerpos. Los lugares. Los pensamientos. La mano que escribe todo esto y el bolígrafo y el papel y la mesa. Las creencias y las ideas. Las familias. Todo se desintegra sin cesar, porque el pernicioso tiempo lo corroe todo desde dentro. Todo se desintegra. Como los sonidos de mi flauta en mis noches de soledad en este cuarto: salen, se esparcen, se desvanecen. Todo se va desintegrando. Aún existe y ya casi no está. Sentimientos fuertes. Palabras. Casas de piedra. Países y ciudades amuralladas. Quizá también las estrellas del cielo. El cielo lo deshace todo. Y mientras tanto, la razón se esfuerza por distinguir entre el bien y el mal, la mentira y la verdad. Pero también la razón se desintegra y el tiempo, en su devenir, reduce a polvo todas las marcas del bien y el mal, de lo verdadero y lo falso, de lo feo y lo bonito que intentamos grabar en las cosas. Todo se va deshaciendo. Boloñesi dice: Como las aguas cubren el mar.
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