jueves, diciembre 23

Mi 2010, en música


Si hiciera un conteo de los conciertos a los que no fui y no me habría molestado ir (como Andrés Calamaro, Stereo Total, Belle & Sebastian... ), la siguiente lista no estaría tan anoréxica como lo está (aunque en una de esas no hubo tantos conciertos como imagino al momento de escribir esto). Pero, independiente al factor cartera (que este año andaba pensando en otras cosas), tampoco puedo decir que soy verdadera entusiasta de ir a todos-todos los conciertos que dan las bandas que suelo escuchar de vez en vez. En este asunto soy más rigidita, digamos. Como que profeso amor concertil únicamente a unos pocos. En fin. Pláceme mucho que a dos de los tres a los que fui valen por no-sé-precisar-cuántos-otros. Por lo mucho que me emocioné en ellos. Especialmente el de Roger Waters, que se inscribió como uno de los mejores de mi vida. No exagero (aunque como ya dediqué un post previo a este hombre, la foto elegida para este es del otro concierto que robó mi corazón). Entonces, ¿a cuáles fui? Pues al Corona Festival: concretamente a ver a los Pixies y a Regina Spektor. A Arcade Fire. Y ya sabemos, a Roger Waters/The Wall. Y ya.
En cuanto a conteo de discos o canciones que marcaron este 2010 tiene que ver, rayo en el terreno de lo desastroso. Mi problema, ya se sabe, es que me gusta demasiado el silencio y cuando realmente una banda alcanza las fibras de mi coranzocito musical me obsesiono tanto que repito un disco o una canción suya (y no precisamente nuevos) a niveles obsesivos insanos. Lo que hace que mi banda sonora de cada año carezca de sustanciosa variedad. No les miento al decir que buena parte de los días y trayectos correspondientes a este se me fueron en compañía de los mismos discos que el año pasado y dos más:
Seventh Tree, de Goldfrapp ("Happiness" ha de haber sido una de las canciones que más, más, más repetí) y el soundtrack de Where the Wild Things Are, de Karen O and The Kids ("All is Love" ha de ser la segunda que más, más, más repetí). Sin contar los días en los que me acompañaron mis músicos de siempre-siempre. Qué le vamos a hacer, me gusta demasiado la familiaridad musical.

Mi 2010, en películas


Hacer este conteo me ha resultado muchito más complicado que el anterior. No colecciono los boletos de cine ni cumplí aquello de también llevar un registro en este rubro. Pero sí el abalanzarme con menos empacho a las salas de cine y al sillón de mi casa, al menos en comparación con el año pasado, que estuvo paupérrimo. Si a eso sumamos que increíblemente logré echarme la Muestra Internacional de Cine completa, diría que la lista está nutridita. Eso sí, incluidas aquí están únicamente las películas que vi por primera vez. ¿Orden? Ninguno. Están a la buena de como las fui recordando y compilando gracias a los tops del año de diferentes medios. Así que no dudo que haya omitido una que otra. En bold, las que más en éxtasis me dejaron al llegar a los créditos. Así sea porque no paré de reír al verlas.

Fantastic Mr. Fox
Iron Man 2
Alice in Wonderland
Prince of Persia
Sherlock Holmes
Date Night
The Hurt Locker
A Serious Man
Shutter Island
The Blind Side
Zombieland
The Ghost Writter
Where the Wild Things Are
Precious
The Road
Imaginarium of Dr. Parnassus
An Education
Julie & Julia
The Men Who Stare at Goats
My Neighbor Totoro
RockMarí (por razones con altos tintes de nepotismo. Reconozco que está pésimamente dirigida y... bueh).
Ponyo
Crepúsculo
Luna nueva
Eclipse
Frost/Nixon
Toy Story 3
Rosemary's Baby
Elegy
Away We Go
Moon
Despicable Me
Los hombres que no amaban a las mujeres
The Lovely Bones
Across the Universe
Mary & Max
How to Train Your Dragon
The Town
Up in the Air
Eat Pray Love
Thirst
Inception (no, no olvidé resaltarla. De veras que no me pareció tan maravillosa).
Kick-Ass
Scott Pilgrim vs. The World
Let the Right One In
El extraño caso de Angélica
Verano de Goliat
Ha ha ha
Un hombre que llora
Copia fiel
Anticristo
Somewhere
La leyenda del tío Boonmee
Submarino
La Pivellina
La mirada invisible
White Material
De Dioses y de hombres
The Kids Are All Right
Un filme socialista
You Will Meet a Tall Dark Stranger
Tetro
Tender Son
Bright Star

Y sí, me falta The Social Network. Pero con esa cerraré el año la próxima semana.

*Muchas de estas películas están comentadas en mi experimento de tragadera de entretenimiento hecho blog: dietadeocio.blogspot.com Por si gustan darse una vuelta.

24 historias entrañables para una década

Con la última hoja del calendario 2010 se irá también la primera década del siglo 21. Con ella, mi paso de los veintes a los treintas. Mi paso a la quesque adultez. Justamente hace diez años empecé a llevar registro puntual de lo que leía (algo de lo que ya les había hablado). Y a partir de él decidí hacer un recuento de las novelas consumidas en este periodo que más grabadas tengo en el corazón y en las tripas. Todas, historias que marcaron o coincidieron con momentos importantes en mi vida. No necesariamente se trata de las "mejores" obras de sus autores o de las primeras que leí de ellos sino, en muchos casos, las obras a partir de las cuales me conquistaron. Con las que me hablaron directamente al oído. Con las que me mostraron formas fascinantes de usar el lenguaje para contar historias, para dar recuento de sus ideas.
No soy de las lectoras que recuerdan santo y seña de los libros. Muchas veces, prácticamente la mayoría, olvido el nombre de los protagonistas, incluso el hilo detallado de sus historias, pero las emociones, el sentimiento que me dejaron a lo largo de sus páginas permanece indeleble. Como inscrito por un rayo. Con eso me bastó para confeccionar esta lista cuyo orden, como siempre, nada tiene que ver con estatus de preferencia, sino con mera cronología de lectura. Y a ustedes, ¿qué libros los definieron en esta década? ¿Qué libros reflejan lo que vivieron en estos diez años? Mejor aún, ¿qué libros o autores les abrieron la puerta a otros mundos?

El tambor de hojalata, de Günter Grass
Rasero, de Rafael Rebolledo
El evangelio según Jesucristo, de José Saramago
La montaña mágica, de Thomas Mann
Las olas, de Virginia Woolf
El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa
Un cuarto propio, de Virginia Woolf
En nombre de la tierra, de Virgilio Ferreira
Disgrace, de J.M. Coetzee
Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño
2666, de Roberto Bolaño
Waiting for the Barbarians, de J.M. Coetzee
Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag
Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro
La edad de hierro, de J.M. Coetzee
The Dying Animal, de Philip Roth
Extremely Loud and Incredibly Closer, de Jonathan Safran Foer
Mi vida, mi libertad, de Ayaan Hirsi Ali
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami
Todo cuanto amé, de Siri Hustvedt
Dance, Dance, Dance, de Haruki Murakami
La carretera, de Cormac McCarthy
Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski
Una pantera en el sótano, de Amos Oz

Mi 2010, en libros


Pues sí, de nuevo está a punto de escabullírsenos del costal otro año. Y antes de que lo haga por completo, es momento de hacer un recuento del entretenimiento atragantado a lo largo de sus días. Para empezar, de los autores y de los personajes que me acompañaron durante incontables horas, con el trasero echado en la cama o apoltronado en alguna silla, pero con la mente en cualquier que fuera su mundo. Helos aquí, enlistados en estricto orden de como fueron pasando por mis ojos. Marcados en bold aquellos que más disfruté, me impactaron, me estrujaron... Aunque la mención entrañable del año se la lleva Amos Oz, de cuyas letras me enamoré sin remedio.

Al pie de la escalera, de Lorrie Moore
Ordeno y mando, de Amèlie Nothomb
La carretera, de Cormac McCarthy
Alta fidelidad, de Nick Hornby
El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami
Push, de Sapphire
Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski
Juliet, Naked, de Nick Hornby
El mejor humor inglés, compilación de varios autores británicos hecha por Anagrama
Un día antes de la felicidad, de Erri de Luca
El guardián entre el centeno, de D.J. Sallinger
Kitchen, de Banana Yoshimoto
La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami
American Psycho, de Bret Easton Ellis
Elegía para un americano, de Siri Hustvedt
Orlando, de Virginia Woolf
Intimidad, de Hanif Kureishi
Los vagabundos del Dharma, de Jack Kerouac
Comer Rezar Amar, de Elizabeth Gilbert
How to Lose Friends and Alienate People, de Toby Young
Amrita, de Banana Yoshimoto
A Heartbreaking Work of Staggering Genius, de Dave Eggers
Kakfa en la orilla, de Haruki Murakami
Una pantera en el sótano, de Amos Oz
Los imperfeccionistas, de Tom Rachman
Expiación, de Ian McEwan
Twelve, de Nick McDonell
No digas Noche, de Amos Oz
Un descanso verdadero, de Amos Oz
Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
Orgullo y prejuicio y zombies, de Seth Grahame-Smith


*Lo que me hizo reflexionar y sentir prácticamente la mitad de los libros aquí enlistados está compilado a detalle por acá: dietadeocio.blogspot.com

miércoles, diciembre 22

Pink Floyd y yo




Esta foto es cortesía de @totalmentepelos
Hace unos días fui al primero de los tres conciertos que dio Roger Waters en esta ciudad. Además de salir maravillada (y en una especie de estado de shock) por haber visto en vivo The Wall, me quedé rumiando en lo que significa la música de este hombre y Pink Floyd para mí. Y llegué a la conclusión de que más que mi banda preferida, es la constante musical de mi vida. Aunque claro, tengo uno que otra memoria muy simbólica.
Recuerdo, por ejemplo, la fascinación que de chamaca me provocaba ver las portadas de cada uno de los LP que tenía mi papá (Animals y A Momentary Lapse of Reason eran las que más me gustaban). Podía verlas una y otra y otra y otra vez. Y se trataba de una fascinación propia, porque no tenía que estar puesto el disco para que me pasara un buen rato admirándolas. Tampoco es que alguien me dijera: "mira esto". Sacarlas de su lugar y contemplarlas era algo que se me podía ocurrir en cualquier momento.
También recuerdo la atracción que ejercían en mis oídos los acordes, los sonidos, la ausencia momentánea de voz, las conversaciones, las largas intros de sus canciones... Era algo muy distinto a todo lo demás que se escuchaba en casa. De entre todas las selecciones musicales que ponían mis padres los fines de semana, Pink Floyd era lo que reconocía sin fallo, lo que más extrañamente me entusiasmaba. Hasta que llegó el momento en que el que más allá del gusto de mi papá, yo quería escuchar sus discos. Me alegraba la mañana de sábado escuchar a todo volumen el inicio de "Learning To Fly" (la canción que más me gusta de ellos, de hecho), corear "Us and Them", escuchar las monedas en "Money" o los cambios de voces en "Another Brick in the Wall". Cimbrar las ventanas con cualquiera de ellas. U otra.
Otro recuerdo que conservo intacto es la tarde-noche que acompañé a mi padre al súper a comprar nuestro primer reproductor de discos compactos y el primer cd que llegó a casa: Delicate Sound of Thunder. Ambos regresamos raudos y sonrientes para conectar lo que había que conectar y ponerlo a todo volumen. Ni hablar de lo sorprendente que fue ir al concierto en el Autódromo Hermanos Rodríguez, en 1994. ¿Pena adolescente de salir con mis padres? Ninguna. Ese día me parecieron lo más cool del mundo. Tampoco olvido el día que comprendí a cabalidad la letra de "Wish You Were Here".
Desde entonces, nunca me ha faltado al menos una persona querida para quien también Pink Floyd es referencia básica. De ahí que no pueda decir que identifico sus discos con una época en particular. Más bien, su música es un continuum en mi banda sonora. De ahí el no titubeo para comprar un boleto de la primera sección cuando vino al Foro Sol, en 2007; y mi corredera angustiada por las calles para llegar mientras escuchaba los primeros acordes de ese concierto. De ahí los brincos que dimos la chuletita querida y yo cuando lo vimos tocar a escasos metros de distancia. De ahí la chilladera, la piel erizada y la emoción desbordada de estar en el Palacio de los Deportes esta vez (con todo y que The Wall no es mi disco más entrañable). Estando ahí me di cuenta de cuán arraigados están sus sonidos en mi corazón. Fui y lloré de la emoción por mí misma. Por ver el espectáculo. Por compartirlo con el mareado, para quien Pink Floyd es tan importante como para mí (no podía ser de otra forma). Por escuchar lo más alto que es posible, algo a lo que siempre me ha emocionado subirle el volumen. Lo único que faltó fue mi padre. Realmente me hubiera gustado tenerlo en el asiento de junto y ver su cara de gozo. No sé en qué estaba pensando para no reaccionar a tiempo y conseguirle un boleto. Sí que le agradezco haberme presentado (que no impuesto) a tipos como Roger Waters.

viernes, diciembre 17

Eres lo que comes, o eso dicen


¿Es necesario decir algo sobre esta ilustración? Yocrono.

miércoles, diciembre 15

De botargas japichaini


Ya sé que el desfile del Día de Gracias en Estados Unidos fue hace unas semanas atrás, pero es que apenas vi las fotos y descubrí que Takashi Murakami recorrió, así como lo ven, las calles en un carro alegórico. La pura japichainez, caray. Por supuesto, quiero una botarga así para la próxima fiesta de disfraces. Gracias.

Regalo invernal




Esta guapura llegó apenas la primavera pasada a mi casa, y lo hizo con flores, claro. Así que cuando se marchitaron, di por hecho que si bien me iba, vería nuevos botones hasta el año entrante. Pero por lo visto a la señorita le agradó su hogar y decidió sorprenderme antes. Adorable obsequio de su parte, diría yo. ¿Lo mejor? En medio de las dos flores, se esconde otro botón. Y en su otra rama, que no se ve en las fotos, tiene como tres más en crecimiento. No puedo de la alegría.

lunes, diciembre 6

Totoro es amor

Llevo días con la intención de añadir este .gif a mi firma de mail, pero en lo que encuentro cómo se hace, se los pongo aquí.


Si no ven literalmente llover, den click acá. Y olviden mi incapacidad para causar el mismo efecto en este post.

Otra Vida al límite

Ya he expresado antes mi admiración por el trabajo cronístico de Juan José Millas. Ahora solo quiero compartirles esta nueva entrega de su serie Vidas al límite, que publica de vez en vez en El País Semanal. Es tremenda no nada más por el tema: un hombre, Carlos Santos, que ha decidido terminar con su existencia porque la que lleva ya no es vida. También porque Millás ve confrontada su propia edad. Y, como siempre, ha hecho un texto entrañable.

–Noto en la atmósfera algo que añade desazón a la pesadumbre, como si fuera domingo por la tarde. Y no es domingo, es martes... El texto completo, aquí mero.

Tó-ma-la

Pinchurrientos budistas adorablemente llenos de sabiduría. ¿Qué tal este párrafo?...

It boils down to this: nobody has fucked up your life, really. The only thing that fucks up your life is that you actually feel somebody has pulled a trick on you or that you have pulled a trick on yourself. And as a matter of fact, there's no you. You don't even exist, you don't exist at all. So nobody's pulling a trick on anybody. Even you don't exist. You are just a myth, a mythical truth. 

Es del libro The Path is the Goal, de Chögyam Trungpa.

miércoles, diciembre 1

Todo se desintegra

Me declaro admiradora férrea de la escritura de Amos Oz. De entre docenas de hermosos fragmentos que me gustaría compartirles de Un descanso verdadero, escojo este, a propósito de todas esas cosas a las cuales nos anclamos como si fueran cuestión de vida o muerte, y en realidad no lo son:


–Las montañas y los desiertos se callan. La tierra enmudece.  El cielo arde de día y es oscuro y frío de noche. El invierno sigue al verano y el verano va detrás del invierno. La gente nace y muere y todo se desintegra poco a poco: los cuerpos. Los lugares. Los pensamientos. La mano que escribe todo esto y el bolígrafo y el papel y la mesa. Las creencias y las ideas. Las familias. Todo se desintegra sin cesar, porque el pernicioso tiempo lo corroe todo desde dentro. Todo se desintegra. Como los sonidos de mi flauta en mis noches de soledad en este cuarto: salen, se esparcen, se desvanecen. Todo se va desintegrando. Aún existe y ya casi no está. Sentimientos fuertes. Palabras. Casas de piedra. Países y ciudades amuralladas. Quizá también las estrellas del cielo. El cielo lo deshace todo. Y mientras tanto, la razón se esfuerza por distinguir entre el bien y el mal, la mentira y la verdad. Pero también la razón se desintegra y el tiempo, en su devenir, reduce a polvo todas las marcas del bien y el mal, de lo verdadero y lo falso, de lo feo y lo bonito que intentamos grabar en las cosas. Todo se va deshaciendo. Boloñesi dice: Como las aguas cubren el mar.