viernes, agosto 28

Cosas que me gustan. Capítulo 4

Ya sé. La tercera vez que escribí este título dije que era la última. Pero Armoise Pimpant tenía razón. Uno no puede ponerle fin a una lista de este tipo. Así que he aquí una nueva carretonada de cosas que me hacen sonreír:

50. Las caras felices pintadas en la luz verde de los semáforos.
51. 'Picarme' con un libro y saber que tendré tiempo de avanzar en sus páginas.
52. Caminar escuchando música.
53. Tuitear como posesita.
54. Los viernes de café.
55. Los viernes de helado.
56. Los rituales de comida que me voy inventando.
57. Quitarle la envoltura a un libro. Abrirlo por primera vez.
58. Escribir e-mails larguísimos.
59. Escribir con lápiz. O con pluma fuente.
60. Las crayolas.
61. Observar las puertas de las casas en la calle.
62. Los puestos de flores.
63. Ir del lado de la ventana en cualquier transporte.
64. Recordar lo que sueño.
65. Ordenar espacios. Doblar sábanas.
66. Usar tenis.
67. Los sombreros y las gorras.
68. Las exposiciones de foto.
69. Dejar recaditos en post-its.
70. Morderle la nariz a mi mareado. Tres veces seguidas.
71. Organizar o ir a cenas y reuniones petit comité.
72. La botana de esas reuniones.
73. Llegar puntual a cualquier lado.
74. Los espacios abiertos y verdes.
75...

Sospechan bien. Eventualmente seguiré enumerando.


sábado, agosto 22

Yo #noquierotrabajar

De niña, como muchos otros pequeñuelos incautos de clase media, aprendí que trabajando (que no transando) se llega a Roma. Quizá por ello me di a la tarea de arrancar mi periplo laboral a los 16. "Cuanto antes empiece, mejor", me dije. No me llevó mucho tiempo entender que trabajar no es la actividad más placentera del mundo, por más-más que te guste el área. Por eso pagan, me dirá alguien. Pues sí.
No creo que nuestros padres gozaran al ir a trabajar todos los días. No. Nomás que era la fórmula probada para sacarnos adelante, y punto. Pero ésa es una convicción que yo no comparto, y creo que muchos de mis congéneres tampoco. Todos estamos de acuerdo en que quisiéramos consumirnos la vida leyendo, viendo películas, series, jugando videojuegos, andando en bicicleta, en patines... Disfrutándola. Porque, para nosotros, el trabajo no dignifica; el trabajo explota, consume. ¿Y a cambio de qué? De nada cierto.
Como suele tener por costumbre, el mundo ha cambiado. El otro día leí que ha llegado la primer generación (o sea nosotros) que, estadísticamente, tiene palpables probabilidades de no superar el estilo de vida que llevaron nuestros padres. Es más, ni siquiera de mantenerlo. Ouch.

Si a eso sumamos las siguientes diez condiciones imperantes en el mundillo laboral, se entiende por que eso del Sunday blues es un mal común:
1. Lo de hoy es que una persona haga el trabajo de al menos dos. Al menos. Pero con un sueldo de media o acaso una.
2. Eso de 'hacer carrera' en una empresa es un término de museo. Desde que entras a una empresa sabes que, tarde o temprano, te darán una patada-por-el-culo disfrazada de tenemos-que-dejarte-ir. Cuanto más si eres suficientemente idiota para ser parte del género proactivo que, encima, dice lo que opina.
3. La perspectiva de estabilidad laboral que a largo plazo te permite hacerte de un auto, de una casa, tener una familia y pagar la escuela de tus hijos sin privarte de vacaciones y un decoroso estilo de vida roza ya la categoría de fantasías-mi-alegría.
4. Aquello de que un sueldo bastaba para sacar adelante un hogar es leyenda. O se tienen dos trabajos (uno fijo y uno de freelance) o ambas partes trabajan. O todo lo anterior.
5. Los derechos o prestaciones laborales cada vez son más una especie de sueños de opio.
6. El ritmo de trabajo se frenetiza, pero la vida laboral es cada vez más corta. En algunos sectores, tener más de 40 años es sinónimo de ser un vejestorio.
7. A los 30 te puedes sentir tan frustrado con el ámbito laboral como quizá lo hicieron tus padres a los 45-50. O sea, con más de una década de adelanto. Preguntarte cómo estarás de ánimo a los 40 puede resultar terrorífico.
8. La pensión o jubilación es, básicamente, una quimera. Y culturalemente el ahorro no se nos da ni se nos ha inculcado.
9. El corporativismo premia, cada vez más descaradamente, al que menos se esfuerza o al amigo-del-amigo.
10. Vivimos una época en la que la que un ascensco significa mayor carga de trabajo, pero no un mejor sueldo. Siempre hay un pretexto para no dártelo, y no necesariamente se llama crisis.

No es, pues, extraño que la batalla por ganarse el pan se haya hecho un tanto amargosa. Y es que además de las horas-trabajo, hay que lidiar con el desencanto, contra la incredulidad, contra la apatía y contra un hedonismo cada vez más acendrado (¿de qué otro modo vamos a equilibrar el asunto, si no?). Estemos o no conscientes de ello. Pero ahí están. Estoy segura.
La única respuesta que he encontrado funcional es que se trabaja por uno. Para no convertirse en uno de esos cínicos tan recalcitrantes que tienen al mundo como lo tienen. Aunque ello no implica resignarse a tragar la mierda que pretenden. Aunque no sea ni una pizca fácil lograrlo. Pero algo tenemos que hacer por romper el status quo. Y pronto. O no.

jueves, agosto 20

Vicisitudes de la jefatura

Opino que, sea cual sea el campo en el que se trabaje, ser un buen jefe-empleado son palabras mayores que cuesta harto trabajo pronunciar. Y no cualquiera tiene la dicción necesaria. Yo digo que los aciagos departamentos de RH debieran preocuparse por quienes ocupan esas importantes sillas y darles, junto con su código de ética de la empresa y una lista de sus sagradas responsabilidades, una especie de manualito de Lo que Ud. debe esperar... O, ya de perdis, un decálogo a lo 10-tips-para-reinar-en-un-pestañeo, al menos como para que no se diga que nadie les advirtió. Aquí mis humildes sugerencias, sesudas reflexiones de diversas trincheras. For your consideration.

-Las dotes de psicólogo-adivino son más que necesarias. De otro modo te será imposible agarrarle el modo a cada persona que integra tu equipo y, faltaba más, a tu propio jefe. De poseerlas depende que sepas cuándo conviene apapachar a un subordinado, cuándo regañarlo, cuando está 'en llamas', cuando sólo le está haciendo al újule o cuándo la suegra le agrió la mañana.
-Entender que tus horas más productivas de trabajo son antes de que lleguen todos. Y después de que todos se hayan ido. Ésas son las verdaderas horas de trabajo con goce de cero interrupciones (y de sueldo, claro).
-Se espera que tengas todas las respuesta a imprevistos, situaciones, problemas, dilemas, cuestionamientos y misterios divinos en 3,2,1... Sobra decir que a toda hora debes estar completamente lúcido.
-Cuando hay que dar cuentas por los errores, los verbos se conjugan en 'tú'. Ps sí, eres el que más gana y el responsable del proyecto. Cuando es turno de asumir aciertos, se habla en 'nosotros'.
-Usar audífonos a media mañana para concentrarte es símbolo de 'Vengan ahora con todas sus peticiones', no de 'Estoy concentrado, dénme champucito'.
-Debes aprender a creer que hay gente a la que le pasa de todo. Si una mañana alguien llega tarde y te dice que fue culpa de un marciano, puedes irle creyendo.
-Inevitablemente, todo lo que puede salir mal, sale mal (de ahí la indispensabilidad de contar siempre con plan B, C... y hasta el Z).
-Entre más centrado y justo trates de ser, menos probabilidades tienes de lograrlo. Tarde o temprano terminarás aplicando una política con -40 puntos de rating o tomando una decisión que a nadie le parezca adecuada.
-La gente demanda que le apapaches sus logros, pero jamás se acostumbrará a que le señales sus errores. Ésos, como el alcohol, con moderación.
-Tus superiores te gritarán por una coma; pero a ellos se les pueden olvidar un par de ceros sin que haya razón para reclamos.
-Tu jefe puede tardarse una eternidad en resolverte una duda (o nunca hacerlo), pero tus entregas siempre son para ayer.
-Tus ideas propuestas siempre deben ser creativas. No importa las condiciones bajo las cuales hayas tenido que generarlas.
-Algunas personas se confunden y desorientan ante la palabra planeación. Ya no digamos ante su verdadera ejecución. "Trabajan mejor bajo presión", dicen.
-A toda hora debes traer bien puesta la camiseta. Fines de semana incluidos. Que los jefes no la traigan puesta ni en horas de oficina es una cuestión de jerarquías.
-La gente es olvidadiza hasta decir... ¿qué? Y los olvidos pueden salirte muy caros. Se da por hecho que a ti nada se te puede 'pasar'.
-Se te requiere un promedio de bateo de pretextos y permisos mejor que el de un beisbolista profesional.
-Aunque haya un encargado de sección o departamento, los contactos más inesperados te llamarán directamente a ti, con las ofertas más absurdas, porque sufrimos del mal el-jefe-lo-ve-todo.
-La gente externa a tu oficina está convencida de que lo único que tienes que hacer es atender su llamada o responder a su email.
-Tu chamba es mejorar la chamba de los otros; detener problemas o errores. Pero si lo haces en el último minuto, porque hasta entonces te has dado cuenta, serás un miserable perfeccionista.
-Te debe gustar el juego del gato y el ratón. O no podrás 'corretear' a nadie.
-Adelantado a tu época, es de 'cajón' que cuentes con, al menos, un par de clones, para que mientras uno pierde los días en juntas, otro prepare ese informe o estrategia ur-gen-te y uno más haga tu trabajo.
-La falta de claridad sin lugar a discusiones es tuya. No es que la gente no sepa seguir instrucciones. No, cómo te atreves a pensar semejante atrocidad.
-Todo lo que digas puede ser usado en tu contra (lo que no, también).
-Haz el favor de ser siempre muy propio y estar de buen humor. O caes mal.

Ahora que el camino más fácil para ejercerla de jefe, sin importar el calificativo que le anteceda, es bañarse en cinismo y creerse que serlo sólo consiste en vestirse de traje y poner cara de ocupado porque, para lo que se llegue a ofrecer, están los demás.

miércoles, agosto 19

Golosina del momento

La película 5 de Harry Potter me pareció tan pero tan mala que me ha hecho contribuir a la riqueza-ricona de J.K. Rowling. La de permisos que termina uno dándose en la vida. Quién iba a decir que me entregaría golosamente a una saga de magos. Ps no, pero sí. En el volumen 2 y devorando.

domingo, agosto 16

Caminito de la escuela...


Cuando la escuela es la rutina-nuestra-de-cada-día, perder una clase o un día entero de éstas es EL suceso de cualquier jornada. En cierto modo, nos pasamos la infancia soñando con el día en que, por fin, dejaremos de pertenecer a esa especie insulsa que nos parece el estudiantado. Porque, entonces, nos parece que LA VIDA no sucede dentro de las aulas, sino fuera de éstas; allá, en el mundo real.
Si en nuestros ayeres escolapios alguien osase decirnos que llegará el día en que muchos de nosotros anhelaremos sentarnos frente al pizarrón, que hacerlo podría ser mayor motivo de alegría que pasar el día entero lidiando con los absurdos-diarios-nuestros-de-oficina, más de uno habría dicho que ese alguien estaba completamente chiflado, dándonos la media vuelta.
Pero ya sabemos que la Vida se apellida Irónica. Tanto que, desde hace unos días, compruebo que ese chiflado habría tenido la boca llena de razón. Asistiendo a los salones de la UNAM para cursar un diplomado me doy cuenta que, como en contadas ocasiones, disfruto ser alumna. Hacer tareas. Participar en clase. Poner atención. Nunca como ahora me importa tener un buen o mal maestro. Me asumo más ñoña que nunca, sin dejo alguno de pudor. Y nunca como ahora dimensiono la belleza de Ciudad Universitaria y el dichoso orgullo Puma.


*La foto es de Édgar Blanco/tomada del sitio www.panoramio.com

sábado, agosto 1

Mi postal de Alaska



Si pronunciar la palabra Alaska resuena exótica y con gran fuerza en los adentros, hacerlo en voz alta, frente a otros, tampoco carece de impacto. Por más que se quiera, no hay modo de pasar desapercibido si un buen día uno dice: "Voy a Alaska". Debe ser porque se trata de una tierra lejana, indómita (aunque tenga poblados más civilizados que algunas de nuestras ciudades), desconocida y común como fantasía viajera, mas no como destino frecuente.
Hace unos días, un gran golpe de suerte llevó a mis pieseses por allá. Allá donde el sol se esconde sólo por un puñado de horas, allá donde la belleza natural lo es todo y no te cabe en los ojos (ni en las fotos), allá donde la fauna (aún) es el habitante más venerado y presta sus tierras al hombre, allá donde el verano es un verdadero milagro, allá donde el ruido ambiental es el silencio. Un allá cuya lejanía, más que medirse en kilómetros, se mide en forma de vida. Un allá donde para la pregunta tonta del citadino "¿pero, de qué vivirá la mayoría de esta gente?, sólo puede haber una respuesta tan simple como: "la pesca".
A su capital, Juneau, no puede llegarse más que en avión o en barco. Al resto de sus poblados, sólo en hidroplano o bote. No, nada de carreteras para ir de un lado a otro. En Alaska, el auto se tiene para transportarse unas cuantas calles y avenidas y, claro, para sobrevivir la crudeza del invierno. O acercarse a las faldas del señorón Tongass National Forest (¡tiene casi 7 mil millones de hectáreas!).
Durante una fastuosa caminata por una de sus incontables montañas, la guía que nos acompañaba me preguntó cándidamente: "¿Y a dónde van de excursión los fines de semana?". "Errr..., bueno, en realidad no salimos al campo tan seguido", balbucée. "¿No?, ¿y entonces qué hacen?", replicó con cierta curiosidad bañada de extrañeza. "Mmm... leer, ir al cine, reunirnos con amigos, quedarnos en casa", dije. "Ah", fue su respuesta. En su tono, nada prejuicioso, se advertía que mis valoradísimos placeres urbanos le eran por completo indiferentes. Pues sí. Si uno nace o vive en Alaska, la vida a diario cobra sentido a través del contacto con una naturaleza avasalladora. Un día soleado y sin lluvia doblega a cualquiera a explorarla del mismo modo que su invierno es una prueba constante de resistencia, física y de espíritu.
Alaska es un sitio inolvidable para un citadino porque, parado en cualquier punto de sus tierras, sus paisajes te obligan a calibrar la maravillosa y sagrada obra de la naturaleza. Su trascendencia y nuestra pequeñez. Te inspira a reflexionar sobre el verdadero 'encanto' del caos urbano y su frenética vida moderna. Parado ahí, admirando el planeo de un águila calva o viendo el incesante saltar de uno y otro salmón, resulta imperante avergonzarse por la estupidez depredadora de la raza humana, a la que sólo le ha tomado algunos años irse tragando irrespetuosamente lo que ha tardado millones de años en formarse. Pensar en la posibilidad de que llegue el día en que todo aquello que te desborda los ojos desaparecerá es escalofriante. Imposible no murmurar: qué arrogancia la nuestra para pisar semejante majestuosidad.

*Mi cara en la foto es producto del tremebundo esfuerzo físico que implicó llegar hasta ese punto, que no era la cima.