martes, agosto 31

El secreto de la vida

¿Te gusta la comida?, ¿consigues sentir su sabor? Cuando te despiertas por la mañana, ¿estás contento? ¿Estás contento durante el día? Y cuando te vas a la cama a dormir, ¿te encuentras bien? Cuando ves a un amigo venir hacia ti, ¿te alegras? ¿Te fastidia? Cuando ves un paisaje, ¿se te mete dentro, te impresiona? ¿Y la música? Intenta pensar en el extranjero, ¿te gustaría ir?, ¿te excita la idea? ¿o te preocupa? 
¿Esperas con alegría el día de mañana? ¿Lo que sucederá dentro de tres días? ¿Y el futuro? ¿Te excita? ¿Te entristece? ¿Y ahora? ¿Te van bien las cosas ahora? ¿Estás contento contigo mismo?

–Estas preguntas –sonrió mamá mirando a Yoshio a los ojos – son el checkpoint secreto de la vida que me enseñó el abuelo.
(...)
–¿Cuando uno tiene problemas, debería hacerse estas preguntas y contestárselas él solo?, pregunté.
–Así es, asintió mamá. Pero no hay que mentirse nunca. Uno puede responderse que está mal, que es un desastre, etcétera. Cada noche, antes de dormir, hay que cerrar los ojos y plantearse estas preguntas seriamente. Aunque los días negativos se sucedan, hay que seguir planteándolas. El simple coraje de hacerlo empieza a construir un centro. Parece una religión, pero quizá necesitemos tener una. 
Estas preguntas no deben servirnos para que nos construyamos coartadas. Si hacérnoslas nos tranquiliza demasiado, podemos no darnos cuenta de que nos encontramos en una situación crítica. Recordadlo: uno no puede mentirse a sí mismo.


*Esta conversación (aquí en versión condensada) se da en Amrita, de Banana Yoshimoto.

lunes, agosto 30

La curiosa historia del Budita pacifista

No me gusta el color rosa, pero me encanta el llavero rosa que L. me regaló un día, tras un viajecillo de trabajo. No tardé mucho en asignarle el cuidado de mis llaves. Por supuesto, cada que las tomaba me acordaba de L. y de los buenos tiempos que compartimos en la oficina, pero también sonreía sin más razón que por ver el llavero en sí.


Bien. Pues hace unos días le presté esas llaves a mi padre para que fuera y viniera sin tener que tocar el timbre y esperar a que le abriera. Pero quiso el día que en el camino de regreso se le cayeran sin darse cuenta. Cuando tocó la puerta y extrañada le pregunté por qué no había abierto, me dijo que creía haber dejado el llavero en la mesa del comedor. Pero como ahí no estaba, salí corriendo a buscarlo. Algo me decía que por ahí podría andar. Anduve un par de cuadras hasta llegar a una avenida cercana. No tardé mucho en ubicar al Budita rosa, tirado a la mitad de la calle, boca arriba. Pasaron un par de autos antes de que pudiera cruzar para recogerlo, pero ninguno lo atropelló. Tan pronto lo tomé, no pude más que sonreír: sólo estaba un poco raspado. E incluso parecía más sonriente que antes. En ese mismo instante, la molestia que produce la pérdida de unas llaves se esfumó para no regresar. Y el Budita pacifista se ha reinsertado a su labor.

domingo, agosto 29

Una mañana de domingo



Me gusta la alegría perezosa que traen consigo las mañanas de domingo. Esa que le permite a uno entregarse sin tantas restricciones ni ansias a los dictados caprichosos del día y la voluntad. Como abrir el ojo temprano y saltar de la cama para ir casi en pijama a la panadería porque el paladar recordó esos tesoros de harina de origen escocés llamados scones. Para luego recalentarlos y disfrutar cada mordida acompañada de un café con leche bien cargado, mientras se desmenuza el periódico. Decidir con el último sorbo en la taza que siempre sí es un buen día para ir al Munal y ver los collages de Max Ernst. Embutirse los jeans, la sudadera y los tenis, mal-hacerse una coleta y desentenderse de usar el auto. Admirar cada cuadrito a ritmo absolutamente personal. Salir satisfecha de la sala y maravillarte, una vez más, ante la arquitectura del edificio en el que estás. Caminar sin prisas y con una sonrisa, aunque sea interna. Observar las caras relajadas de la gente en el vagón del metro. Regresar a casa y descubrir que en el reloj aún hay más de medio día por delante. Que en camino vienen unos chiles en nogada y... quién sabe qué más.


jueves, agosto 26

Bombas de relojería

Uno de estos días me sacudió un remolino de certeza de que nuestras vidas se rigen por una precisión inaudita, que se escapa a nuestra comprensión bípeda. El mundo está loco, nos decimos como para desestimar eso que no entendemos. Pero si uno echa un vistazo a la historia propia, resulta que todo aquello que nos ha acontecido y todas aquellas personas con las que nos hemos cruzado han desencadenado procesos en nosotros (aunque sea mínimos) y nos han llevado, básicamente, al momento en el que estamos. Todo, cual bombas de relojería. Un efecto que, sin darnos cuenta, nosotros mismos tenemos para los demás.
Y luego, fui y me encontré con esto, que tiene un poco qué ver:

Todos somos como bombas preparadas para explotar de amor. Los hombres y la mujeres más violentos, los más terroríficos, los más rechazados por la sociedad debido a sus crímenes no son una excepción. Yo estoy aquí para pulsar el detonador. ¿Cuál es el detonador? A veces casi nada. Tres segundo de presencia total en el otro pueden ser suficientes. El hombre no alcanza el punto irreversible. Aceptar tocar al otro, es aceptar hacer explotar esa bomba. Esta es la única solución a la violencia. Tocar. Yo voy a enseñarte a tocar. El shivaísmo se basa en el contacto con los 36 tattvas o categorías del universo. Esta es la base sobre la que reposa todo el tantrismo.


Di con ello en este blog. Como lo indica el posteador, se trata de un extracto de Tantra, la iniciación de un occidental al amor absoluto, de Daniel Odier. Les digo, todo está ahí en un momento determinado. Aunque no siempre estemos de acuerdo con lo que ese estar ahí implica. O lo que ese estallido pretende mostrarnos. Pero no nos queda más que ir y tocar.

miércoles, agosto 25

Mi crush con Marilyn y sus fotos



Si hay fotos de celebridades que me atrapan son las de Marilyn Monroe. Sobre todo aquellas que la captan algo desprevenida, despojada de la pose sexy con vestidos y peinados acartonados, o en situaciones más mundanas. Esas en las que sonríe más la persona que la actriz, en las que se nota cómoda con su cuerpo. Y en las que más atractivo destila, según yo. No sé bien en qué momento o a raíz de qué surgió mi crush con este tipo de tomas suyas, pero estoy casi segura que de tener miles y miles de dólares no me molestaría destinar unos cuantos para adquirir alguna de ellas. Cosa que resulta aún más curiosa porque no he visto ninguna de sus películas (y tampoco es que pretenda hacerlo), no conozco los detalles de su vida con lupa de fan y todo el misterio sobre su muerte realmente no me quita el sueño. Pero algo de esta mujer reflejado en las fotos me resulta un imán tremendo. Será esa fragilidad suya de la que he escuchado hablar. Será simplemente que, sin maquillaje, me parece que fue una mujer hermosa.
Una de mis imágenes favoritas (la de arriba) fue tomada por Bert Stern para Vogue, en un shooting (ahora mítico) realizado seis semanas antes de que Marilyn muriera, en 1962. La sesión fue calificada como un desastre absoluto y prácticamente descartada en su totalidad para ser publicada, excepto las imágenes en las que aparece envuelta por ese voluminoso vestido negro. A Marilyn, dicen, le habían horrorizado. Pero muerta la actriz y encumbrado el mito, la sesión resultó una mina de oro que terminó por convertirse en un libro llamado The Last Sitting (si me preguntan, digno de tenerse). Al final, y gracias a la tragedia, Bert Stern tenía en sus manos lo que nadie: Marilyn desnuda, con esa enorme cicatriz de una cirugía de vesícula a la vista y una mirada no sólo sumida en burbujas (qué patraña la recreación que se hiciera con Lindsay Lohan, por cierto). Pero además de las imágenes de esa sesión en particular, hay muchas otras que retratan a esa Marilyn que les digo. Acá les dejo mi muy personal selección.

En la cámara de George Barris.

Un par de tomas de Andre de Dienes.
Imagen de Eve Arnold (quien también tiene un libro dedicado a ella).




De estas tres últimas, debo el dato fotográfico. Espero que nadie se alborote por ello.



"Hollywood is a place where they’ll pay you a thousand dollars for a kiss and fifty cents for your soul"
O eso dijo ella alguna vez.

¿Por qué un tatuaje?

Los polinesios recurrían a los tatuajes como ornamentación corporal, aunque también como símbolos de jerarquía. Las mujeres egipcias, principalmente, les daban funciones protectoras y mágicas. Los indígenas de América del Norte se tatuaban para proteger el alma en su paso de la pubertad a la edad adulta. En América Central lo hacían como muestra de adoración a sus dioses. En India o Pakistán, los tatuajes han servido más bien como ornamento nupcial. En las islas Marquesas implican un significado erótico. En las antiguas Grecia y Roma se usaban para marcar e identificar a los criminales. Todo eso (y un alud interminable) encuentra uno si se va tras los rastros de la historia de los tatuajes.


Por estos días, las implicaciones culturales de estos siguen siendo igual de variadas, creo yo. Quizás la peculiaridad es que todas esas variedades se dan al mismo tiempo dentro de una sola región o país, entre personas con todo menos idénticos bagajes. ¿Cuál de todas las razones posibles habría de animarlo a uno a dejarse una huella imborrable sobre la piel?
Por ahí he leído que uno termina contando su vida no como en realidad fue, sino sólo como la recuerda. Lo que hace de las memorias todo menos un reflejo confiable, si de ser preciso se trata. Para mí, los tatuajes son una pequeña memoria indeleble (aun cuando el color se desgaste). Una especie de foto sobre la propia piel para evocar con cierta certeza una época personal significativa y lo que la envolvía. Un recordatorio de la forma en la que te enfrentaste al mundo en cierto momento. El rastro del viraje dado dentro de tu propio mapa.
Hace más o menos diez años me hice un primer tatuaje. Mi decisión sobrevino a una época en la que me reinventé tras una ruptura amorosa y personal de la cual me costó más de un año levantarme. Para no olvidar que había podido hacerlo y qué había aprendido en ello me hice ese pequeño primer tatuaje. Ahora ha sido otro arduo proceso personal el que me ha llevado al tatuaje número dos. Un poco más grande y situado en línea recta por encima del anterior (aquí cobra más sentido aquello del mapa).


Llevaba un año pensando en hacerlo. Supongo que sentía correr nuevos tiempos dignos de no olvidar nunca. Como todo, la convicción del diseño y el momento indicado llegó por sí sola, hace apenas unos días. Esta vez opté por un símbolo obvio para recordarme que la vida es un flujo por el que hay que dejarse conducir gozosamente, a pesar de la fuerza de sus cauces. Para recordar que uno nace, florece y muere en muchos sentidos, todo el tiempo; cosa que de pronto se olvida por andar distraído tomándose el asunto demasiado en serio. Mientras lo coloreaba, el tatuador me dijo que el mínimo eran tres (dicen que una vez hecho uno, siempre querrás otro). Ya veremos si en los próximos diez años se me ocurre que mi mapa requiere de un nuevo punto cardinal.







martes, agosto 24

El cuento de nunca acabar

Invariablemente solemos desear que nos acaricien las mejillas vientos más amables que los que soplan. Tanto como nos cuesta trabajo disfrutarlos cuando eventualmente llegan. Entonces estamos preocupados por cuánto durarán, preguntándonos si en realidad nos merecemos esa brisa tan conciliadora. Y luego... todo se repite una y otra y otra y otra vez. Así hasta que se nos gastan los días y nos decimos que el verdadero secreto consistía en haberlo aceptado todo así como venía. Total que siempre parloteamos recriminatoria o amenamente con el pasado o el futuro, en lugar de sentarnos con serenidad a tomar el té con el presente. Ha de ser que resulta intimidante sostenerle la mirada a un interlocutor que siempre te mira con firmeza. En ello pensé cuando leí las últimas líneas de Toby Young en How To lose friends and alienate people.

You know where you are with failure –it has an air of solidity about it. But success feels fleeting and insubstantial –a mirage that might vanish at any moment. Where's that little boy in the audience? And why hasn't he stood up yet? It's only a matter of time.

lunes, agosto 23

Espejito, espejito...

El otro día volví a ver Fight Club. Y creo que algunos de los diálogos de Tyler Durden me retumbaron más que nunca porque no es lo mismo haberla visto a poco de iniciada una vida laboral que más de diez años después. Pero, además, me hizo preguntarme seriamente, de manifestar yo otra personalidad... ¿qué me mostraría?, ¿qué carácter tendría?, ¿qué sacaría a flote?, ¿qué me echaría en cara? Pffff. Preguntas nada sencillas de responder. Respuestas, quizás, no tan agradables y sencillas de asimilar. 




Man, I see in Fight Club the strongest and smartest men who've ever lived. I see all this potential, and I see it squandered. God damn it, an entire generation pumping gas, waiting tables – slaves with white collars. Advertising has us chasing cars and clothes, working jobs we hate so we can buy shit we don't need. We're the middle children of history, man. No purpose or place. We have no Great War. No Great Depression. Our great war is a spiritual war. Our great depression is our lives. We've all been raised on television to believe that one day we'd all be millionaires, and movie gods, and rock stars, but we won't. We're slowly learning that fact. And we're very, very pissed off.


You are not your job. You're not how much money you have in the bank. You're not the car you drive. You're not the contents of your wallet. You're not your fucking khakis.



The things you own, end up owning you.

viernes, agosto 20

Como que me hacen falta paredes


Mezameru Maeni
Play with Me
Dishonest Heart

En otras de mis tantas paredes imaginarias me gustaría colgar alguna de las litografías entintadas sobre paneles de madera de la japonesa Audrey Kawasaki.

Las fantasías de Amelia

Me gusta el nombre de Amelia. Aunque eso no tenga nada que ver con que me gusten las fotos de esta niña llamada Amelia, hechas por su madre, la fotógrafa Robin Schwartz, pero me sentí compelida a decirlo. Lo del nombre. Y las fotos me gustan porque, además de sus oníricos escenarios, me recuerdan la agradable complicidad que se desarrolla si alguien querido está detrás de una cámara y con frecuencia tú eres el objetivo. O viceversa.




jueves, agosto 19

Relatos olvidados

Escombrando papeles uno se encuentra con muchas cosas que había olvidado. Artículos y entrevistas publicados, fotos, objetos con valor sentimental, documentos perdidos,vestigios de otras épocas, de las personas que se ha sido, relatos empolvados... Como este que transcribo abajo (madre: respira profundo). Lo había olvidado por completo. Lo escribí meses después de una truculenta experiencia en Guatemala, que viene a mi mente sólo cuando alguien más la trae a cuento pero, curiosamente, sin despertarme terror alguno. Se trata de una experiencia que, salvo en los días posteriores, mientras duró nuestro regreso a México, no tuvo mayores secuelas en mi ánimo. Hecho que ha sorprendido a más de uno. Diría que incluso a mí. Tan pronto releí esto, con la distancia que proporcionan los años, creo haber entendido por fin de forma cabal por qué: la persona que vivió esto no fui yo. Me doy cuenta de que mi cuerpo me expulsó por una salida de emergencia que hasta entonces yo desconocía, y lo enfrentó él solo, sereno. Qué heroico, debo reconocerle.


–¡Ahora sí, hijos de la gran puta!, ¡abran cabrones!, ¡para atrás, para atrás! –, escuché mientras cinco sujetos nos rodeaban con ametralladoras. Un auto y una camioneta nos habían cerrado el paso en la carretera, bajo un crepúsculo endemoniadamente hermoso.
Entendí al hilo: nos estaban secuestrando. La guerrilla, supuse.
No dije nada, no pude. Quité el seguro de la puerta y me corrí al asiento trasero. Tardaste un poco en seguirme. Una pistola y un cuerno de chivo quedaron al frente; atrás nos acompañaba una AK-47. Arrancamos.
–Sabemos que traen droga, ¡¿dónde está cabrones?!–, nos preguntaban una y otra vez.
–¿Cuál droga?, decía yo en mi mudez. Ni cigarros traíamos.
Soltaron amenazas, insultos, más preguntas, una atropellada explicación de quiénes eran y qué querían. Escuchaba con los ojos bien cerrados mientras tú respondías sereno y conciliador.
Viramos violentamente. Por el traqueteó adiviné que íbamos ahora a campo traviesa. Discutían por dónde ir y decidieron no prender las luces; no tardamos en derrapar y frenar muy cerca de un barranco.
Me sacaron primero del auto y aunque me levantaron la cara, nunca les vi a los ojos. No quise. Guardé absoluto silencio y obedecí cada palabra, sin miedo hasta entonces.
Me catearon y me manosearon un poco. –No somos violadores–, me aclaró uno de ellos al oído mientras me ordenaba subirme el pantalón y me tendía un suéter. Me llevó aparte.
Escuché a los otros bajarte del auto y golpearte. Imaginé que también estarían encañonándote. Escucha al que estaba conmigo al tiempo que me preocupaba por escuchar los murmullos que venían de donde estabas. Quería asegurarme de que aún no te disparaban. Con una agujeta, el que asumí que era el líder, me ató las manos a la espalda.
–¿Le has puesto el cuerno a tu marido?–, me preguntó al tumbarme al suelo, boca abajo.
–No–, respondí, al tiempo que el miedo empezó a recorrerme.
–¿Segura?–, insistió en tono macabro.
Murmuré que sí, sin entender por qué me preguntaba eso.
–Olvídalo, es una broma–, dijo antes de traerte junto a mí.
Ahí, en el suelo, la única duda que me asaltaba era a quién mataría primero. Nos vi a la mañana siguiente con un tiro en la cabeza. Sabía que tardarían en encontrarnos; a nadie le habíamos dicho que cruzaríamos la frontera.
Pero jamás escuché el tiro. Nos dejaron a la luz de las estrellas, junto al auto chocado, con el alma atónita. A 150 kilómetros de Guatemala. Era apenas nuestro cuarto día de viaje y recuerdo que entre suspiros pensé: vamos a necesitar otras vacaciones.


Ahora le agregaría muchos otros detalles. Como que se trataba de ex policías. Que tirada en el suelo sólo sentí mucha tristeza por mis padres y la noticia que iban a darles. Que fue después, la espesa niebla para llegar a Guatemala, la que de verdad me hizo temblar de miedo. Que esto nos pasó por tomar la carretera equivocada. Que corrimos con mucha, mucha, mucha suerte, porque luego supe de demasiadas historias que terminaron como yo imaginé en aquel momento. Que jamás tuve ni he tenido pesadillas al respecto. Que jamás sentí ni he sentido odio por aquellos hombres. Que al recordar todo esto me asombra descubrirme llena de gratitud, con una sonrisa enorme para la vida... Nada más. Y estoy segura de que, escrito esto, esa gratitud y esa sonrisa serán mayores.

miércoles, agosto 18

Cosas que uno anota

"Quería que descubrieses lo que es el verdadero valor, hijo, en vez de creer que lo encarna un hombre con una pistola. Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final, pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence".
Atticus Finch, en To Kill a Mockingbird.

martes, agosto 17

Demonios interiores

¿Ven que el otro día mencioné aquello del spring cleaning? Bueno, pues en mi búsqueda para ilustrar ese post di con esta imagen de Yosiell Lorenzo (Project Detonate) titulada, precisamente, Spring Cleaning. Pues sí. Así como un buen día uno saca todo lo viejo del clóset, otro se echa afuera todo lo rancio que encuentra en el armario personal. En el sentido metafórico, me refiero.

lunes, agosto 16

Remedios no esotéricos


Errrr... No tengo nada más que agregar. 
Salvo lo de rigor: el poster es autoría de Candy Coated Universe. De acá, pues.

viernes, agosto 13

Pinturitas para mis paredes




Francesco Clemente (napolitano) es el responsable de estos cuadros. También el responsable de los que pinta Finnegan Bell en Great Expectations (la adaptación de Alfonso Cuarón). Ayer recordé la existencia de sus trazos, y como no puedo tener alguno de sus cuadros colgados en mis paredes, al menos puedo hacerlo aquí. Y abajo está una portada de Interview que encontré, una muestra de esos trabajos editoriales que le recuerdan a uno por qué ama a las revistas.

jueves, agosto 12

Mi hallazgo del día


Después de leer Orlando, de Virginia Woolf, me puse a buscar en internet la portada de la edición que tengo para acompañar mi post al respecto (que no hallé) y terminé encontrándome con esta ilustración de la autora (arriba), hecha por Brett Ryder para la revista The Atlantic (el artículo que acompaña, aquí). Luego busqué más información sobre Brett Ryder y me encontré con que no es ningún advenedizo. Escogí sólo un par de los trabajos que tiene como parte de su portafolio online (adoré las etiquetas para té), pero creo que vale la pena darse una vuelta con calma por su sitio. Pásenle por acá.
Son esos hallazgos espontáneos por los que puedo consumirme horas en internet, no hacer ejercicio y no bañarme hasta que ya es tarde-tarde para que se me seque el pelo antes de dormir. Suerte que todo lo resuelve una desvelada y poner la toalla sobre la almohada, aunque mi madre diga que así se me va a pudrir.



Dictadores a tiempo completo

Hoy me puse a pensar en cuánto queremos que las personas opinen lo que a nosotros nos parece adecuado. Que se conduzcan como nosotros consideramos apropiado. Que digan y piensen lo que nosotros creemos correcto. Que sean de nuestro agrado. Que manejen rápido si nosotros tenemos prisa; que no nos toquen el claxon si nada hay que nos apresure y vamos a paso más lento que el de atrás. Que el de enfrente camine ágilmente, pero que el que viene detrás no se desespere si de pronto es uno el que estorba (y todos estorbamos en algún momento). Que aprueben nuestra forma de ser y de ver el mundo sin cuestionamientos. Demandamos que los otros nunca se equivoquen, aunque nosotros cometemos un sinfín de errores cada día (pero los pasamos por alto por ser nosotros quienes lo cometen). Criticamos todo lo que sucede que no cae dentro de nuestras expectativas, en todas las escalas posibles, todo el tiempo. Estamos en desacuerdo con aquello y con aquellos que no son como según nosotros deberían de ser. Actuamos como una especie de dictadores de circunstancias a tiempo completo, sin importar si realmente tenemos injerencia en ellas o no. El asunto es dictaminar cómo debe serlo todo. Emitir a diestra y siniestra el veredicto que siempre tenemos listo en la boca: todo, to-do está mal si no se da a conveniencia propia. No importa la trascendencia del asunto. Francamente, me dije, qué ridiculez. Qué aburrida expectativa. Pero, sobre todo, qué cansado papel. Con razón siempre estamos inconformes desde el dedo meñique del pie hasta el último de los folículos capilares. Con razón es tan fácil que nos corroa el humor gris. Yo espero poder deshacerme del todo de ese pesado traje uno de estos días.

miércoles, agosto 11

Bló-ssom



Arriba: flor cactácea nunca antes vista que se dio en mi microjardinera. Ella y el nuevo botón (¿está de más indicar abajo?) de mi orquídea se pelean por mi emoción botánica.

Limpieza de *verano

Dicen que acomodar cajones es terapéutico. Por tanto, aventurarse a hacerlo con el clóset completo debe equivaler a una rehabilitación intensiva. Y la casa entera, a un retiro espiritual. Séalo o no (y fuera de los orígenes persas que supuestamente tiene el llamado spring cleaning), llevo semanas embutida en esa misión: la de escombrar mi vivienda, pues. Simplemente porque un día me pareció que quizás teníamos algunas cositas de más. Además de uno que otro demonio personal por exorcizar. Pffff. No sabe uno en lo que se mete al engatusarse con esas ideas-de-ama-de-casa-feliz hasta que se termina sin saber qué carajos hacer con más de la mitad de las cosas que sacó (como cuando de niño desarmabas algo y a la hora de rearmarlo siempre te sobraban piezas). Así que por ahora mi casa parece un campo minado (aunque cada día las minas cambian de ubicación): cajas por aquí, montones de objetos por acomodar por allá, bonches y bonches de papeles alimentándose de polvo mientras logro revisarlos y ponerlos en orden. Súmenle que no me dedico a ello todo el día y que también me da por mover muebles de lugar y se darán una idea de lo poco que (parece que) avanzo.
Lo divertido es que por ahí uno se va encontrando objetos que no tenía ni idea de poseer (encontré 5 paraguas, ¡cin-co!, y ya regalé 3), memorabilia arrinconada (vestigios invaluables de yos pasados), papelitos y cuadernos con los planes para conquistar el mundo (!)... Y sí, curiosamente, a pesar del caos, por ahí también se va uno encontrando con la energía renovada y la convicción de que se tiene suficiente ropa para usar, libros de más para leer, películas de más para ver y... algo de oxígeno extra (entiéndase espacio para todo lo próximo que se le pueda a uno cruzar por el camino).

*Ajá: el concepto original es limpieza de primavera (como en el cartel), pero pues evidentemente a mí se me hizo tarde. 

martes, agosto 10

Un abrazo casual

El otro día iba yo caminando por la calle cuando en mi camino se atravesaron un papá y su hijo. El papá se movió para dejarme pasar, pero el niño volteó a verme y automáticamente le dije ¡Hola! (al tiempo que me preguntaba quién diablos era esa que hablaba con tanta naturalidad). Me saludó de vuelta. Le pregunté cómo se llamaba. Greco, me respondió. Finalmente le pregunté cuántos años tenía. Elevó su mano y me indicó que 5. Y, sin más, me abrazó. Tan cálidamente que yo también lo abracé. Luego su mamá lo apartó y seguí mi camino. Unos pasos adelante escuché que me decía ¡adiós! y volteé para verlo y ondear mi mano. Seguí andando y lo escuché gritar de nuevo. Volví a voltear y nos sonreímos. Lo hizo una tercera vez y cuando giré, venía corriendo hacia mí (y su papá detrás de él) y me detuve para esperarlo. Abrió sus brazos unos pasos antes de llegar a mí y los cerró al alcanzarme. Sorprendida, también lo abracé. Sonriente, busqué la mirada de su papá, pero me encontré con que él miraba hacia otro lado, con la expresión distraída, como apenada y triste que tienen los papás de los niños con algún grado de Síndrome de Down. Al final, el niño me soltó y ahora sí nos despedimos. Él regresó dando brinquitos de alegría al restaurante donde se cruzó en mi camino de la mano de su papá. Yo seguí mi camino, sin lograr quitarme la sonrisa en toda la tarde. Digo, tampoco es que lo haya intentado. Se sentía bien. Muy.

lunes, agosto 9

I (heart) Dr. Martens boots






A mi amor desmedido por los tenis le sigue aquel que siento por las botas. Y como volví a tomarle cariño a las Dr. Martens, hace unos meses estuve a punto de comprarme un par en blanco, aunque finalmente me decidí por uno verde que uso como si fuera el único que tengo (cuando dejo descansar a los tenis, claro). Pero confieso que me gustaría tener cada uno de los pares de la serie de arriba, particularmente el morado. 
Este de abajo es uno de los modelos que la marca hizo en colaboración con Sanrio, a propósito de sus 50 años. De Dr. Martens, ¿eh? No es quiera uno así (no soy fan de Hello Kitty), pero me parece que son de esos modelos dignos de admirarse, de esos modelos que están hechos para verdaderamente enloquecer consumidores. Eso es diseño y no intentos fallidos, digo yo.

Cosas que no comprendo


Hace 65 años cayó sobre Nagasaki la segunda de las bombas nucleares (la primera cayó el 6 de agosto sobre Hiroshima) con las que Estados Unidos, con Harry Truman como presidente, decidió atacar a Japón durante la Segunda Guerra Mundial, para ver si así ya se acababa esta. Cosa que sucedió unos días después con la rendición japonesa.
Cada año, desde que recuerdo, me impacta pensar en esta decisión en particular. Sé las razones aludidas, sé el contexto: me lo contaron en mis clases de historia. Pero lo cierto es que cada año comprendo menos cómo alguien fue capaz de llegar al extremo de decir sí a la detonación de BOMBAS NUCLEARES (cínicamente apodadas Little Boy y Fat Man) sobre un par de ciudades y cargarse a cientos de miles de personas de un botonazo. Simplemente, me parece inaudito lo soberbio y estúpido que puede llegar a ser el hombre. Inauditas las atrocidades que puede cometer en contra de su propia especie. Son cosas que, en verdad, me dan mucha tristeza.

viernes, agosto 6

La hora del té



Me gustan las casas de té. Los juegos de té. Los aromas del té. Tomar té. Me maravilla la flor de jazmín que, sumergida en agua caliente, florece. No puedo decir que prefiero el té sobre el café, porque para mí cada uno tiene cabida en distintos momentos y moods. El café lo asocio a la vitalidad matutina. El té, a un cálido abrazo taciturno. Tampoco soy una experta en el tema. Pero por casualidad di con un tesoro llamado El libro del té, escrito por Okakura Kakuzo. Un deleitable tratado filosófico y estético, y un poco histórico, sobre esta bebida milenaria. Un librillo que, para mí, confirma la naturalidad naturalidad con la que los orientales disfrutan de lo bello, precisamente en los detalles más cotidianos. Les dejo un par de sorbitos extraídos de este:

—Lotung, el poeta Tang, decía: "La primera taza humedece mi boca y mi garganta, la segunda rompe mi soledad, la tercera penetra en mis entrañas y remueve millares de ideografías extrañas, la cuarta me produce un ligero sudor y todo lo malo de mi vida se evapora por mis poros; a la quinta taza, estoy purificado, la sexta me lleva al reino de los inmortales. La séptima..., ¡ah!, la séptima..., ¡pero no puedo beber más! Sólo siento el viento frío hinchar mis mangas. ¿Dónde está Horaisan, el Paraíso chino? Dejadme subir a esta dulce brisa y que ella me transporte a él".

—Wangyucheng ensalzó el té que "inundaba su alma de sensaciones, y cuya delicada amargura le dejaba el sabor de un buen consejo"



Encontré el PDF disponible en internet. Claro, es un libro tan viejo (publicado por primera vez en 1906) que sus derechos de autor han caducado. Pero este fin de semana iré a buscar un ejemplar impreso. No me sabe igual tenerlo almacenado en la computadora que sentirlo entre mis dedos, como se siente en la garganta el abrazo de una taza de té. Lo que no sé es si encontraré una edición tan bonita como esta de junto. Volvemos al punto: pinchurrienta industria editorial la nuestra.

martes, agosto 3

Un simple post

Pasa que se me ocurren muchas cosas para postear, pero no me decido por una. Y cuando por fin me decido por una, se me van las palabras y el sentido de escribirlo. Osh. Mientras supero este extraño periodo, les dejo este cartón, que me encontré aquí, y que claramente me sacó una sonrisa (o no estaría aquí postéandolo):


El título: Let's get physical