lunes, agosto 30

La curiosa historia del Budita pacifista

No me gusta el color rosa, pero me encanta el llavero rosa que L. me regaló un día, tras un viajecillo de trabajo. No tardé mucho en asignarle el cuidado de mis llaves. Por supuesto, cada que las tomaba me acordaba de L. y de los buenos tiempos que compartimos en la oficina, pero también sonreía sin más razón que por ver el llavero en sí.


Bien. Pues hace unos días le presté esas llaves a mi padre para que fuera y viniera sin tener que tocar el timbre y esperar a que le abriera. Pero quiso el día que en el camino de regreso se le cayeran sin darse cuenta. Cuando tocó la puerta y extrañada le pregunté por qué no había abierto, me dijo que creía haber dejado el llavero en la mesa del comedor. Pero como ahí no estaba, salí corriendo a buscarlo. Algo me decía que por ahí podría andar. Anduve un par de cuadras hasta llegar a una avenida cercana. No tardé mucho en ubicar al Budita rosa, tirado a la mitad de la calle, boca arriba. Pasaron un par de autos antes de que pudiera cruzar para recogerlo, pero ninguno lo atropelló. Tan pronto lo tomé, no pude más que sonreír: sólo estaba un poco raspado. E incluso parecía más sonriente que antes. En ese mismo instante, la molestia que produce la pérdida de unas llaves se esfumó para no regresar. Y el Budita pacifista se ha reinsertado a su labor.

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