jueves, abril 29

Faltar a clases


Cuando en la escuela escuchaba a algún niño relatar cómo su madre le había permitido faltar a la escuela el día anterior, nomás porque tenía flojera, porque había sido día del niño o porque habían llegado los Reyes, algo en mí se sacudía. Ya por entonces mi mentecita no daba crédito a que eso fuera posible. En mi casa, sólo una enfermedad capaz de tumbarme en la cama podía ser causa de una falta escolar. Religiosamente yo era levantada cada mañana (en lo que siempre me ha parecido la madrugada), sentada a la mesa a desayunar y entregada en la puerta de la escuela mucho antes de que ésta se congestionara con madres e hijos atolodrados ante la certeza de que les cerraran la puerta en las narices. Jamás supe qué era eso. Porque, claro, jamás de los jamases llegué tarde ni falté injustificadamente. Lo que explica muy bien de dónde me viene entonces lo exacerbadamente puntual y antifaltista de mi yo (quesque) adulto. Pero lo confieso, siempre he tenido ganas de abrir un día laboral los ojos y decir: "No, no me paro y háganle como puedan", encogerme de hombros, hacerme taco en las cobijas y darle la espalda al mundo de las responsabilidades. Total, siempre estarán ahí, ¿no?

miércoles, abril 28

¿Una probadita?











Husmeando en mi iPhone, me percaté de la sorprendente cantidad de fotos de comida que he ido almacenando. Aunque no sé si lo más sorprendente es que recuerdo a detalle el momento y la compañía con las que devoré el plato o antojo en cuestión. Aunque haya sido un momento más que cotidiano. Lo que me hace pensar que para mí (supongo que para muchos otros también), la comida no es sólo la delicia de ir mordida a mordida a través de los sabores que me gustan, sino también la de compartirla con alguien. Así que ya saben: si alguna vez voy a comer con ustedes y tomo una foto, tengan por seguro que estoy guardando ese recuerdo en mi memoria. Sensorial y emotivamente.

¡Ay, ay, ay!





Ush. Me declaro fanática de cómo las ilustraciones han ido ganando y ganando espacio en las revistas. Sin duda, yo correría a comprar la edición de una revista que trajera una ilustración como la de Garance Doré (es algo así como la Sartorialist en versión femenina y francesa) en portada (sí, sí es Demi Moore, en una edición conmemorativa de Elle UK). Y reitero (porque ya lo había dicho antes) que me encantaría ilustrar así. Ya me dijeron que lo intentara, que en una de ésas, quitándome el terror a manejar el lápiz cual Manolito Goreiro (ajá, el amigo bestia de Mafalda), algo decente podía lograr. O que, en el peor de los casos, intente hacer collages. Seré buena. Haré caso y practicaré. Ya veremos qué me sale. Quién quita y sólo aluciné haber reprobado Dibujitos y Recortitos 1 y 2.

*Dato cultural: Sólo se imprimieron 100 copias de la revista con la portada ilustrada. Ajá. Sólo 100 copias. ¿Y para quién son? Pues para las lectoras. Eso es industria revistera y no pezados. [Suspiro].

domingo, abril 25

Quiero ser astronauta







A la pregunta de "¿y qué quieres ser de grande?", todos (o casi todos) en algún momento de nuestra niñez respondimos: "astronauta". Porque entonces, usar un traje y unas botas acolchadas, la idea de recorrer planetas a la velocidad de la luz y caminar en el espacio como quien camina entre nubes nos parecía una posibilidad, no una fantasía. Lástima que baste fracasar ante los ejercicios del Baldor para descubrir que es, justamente, a la inversa. Que la gloria espacial está reservada a IQ's categoría genio. Ese que no somos.
Pero no importa. Con las fotos que sacan ahora los telescopios espaciales y las sondas se puede acariciar un poco esa capacidad de ensoñación infantil que tanto se empolva como adulto. O al menos eso me pasa. No sé cómo pude olvidar lo mucho que me gustan las imágenes del espacio, pero lo había olvidado. Qué suerte la mía haberlo recordado ahora que vi las tomadas por el Observatorio de dinámicas solares de la NASA, encargado de estudiar a detalle los humores del responsable del alumbrado planetario. No está mal recordar de vez en cuando que el infinito y más allá, existen.


*Todas las fotos son cortesía de la NASA (¿de quién si no?). Échenle un vistazo al megaarchivo que tienen en www.nasa.gov

"Estoy vivo, estoy aquí"


"Estoy vivo, estoy aquí", es lo que escribe que le dice este autorretrato (reproducido por El País Semanal) de Jordi Socías a Juan José Millás. Coincido a tope con él. Es un guiño auténtico y honesto a la vida, tal cual como se nos presenta (algo que sospecho deberíamos ejercitar cada día). Un "epitafio inverso", según el propio Millás, cuyo fabuloso texto íntegro pueden disfrutar acá.
Y hablando de... Debo confesar que algo curioso me sucede con este español. O con su escribir, para ser más precisa. Y es que, por encima de sus novelas, me encandilan sus crónicas y sus viñetas periodísticas. Ha de ser que encuentro en ellas una oda al arte de retratar en palabras a otras personas (que tanto me gustaría algún día lograr). De transmitir emociones, de capturar esencias y momentos. Se me ocurre que sería una gran idea compilar todos aquellos reportajes/entrevistas/perfiles de famosos y mortales de calle con los que se ha encontrado y de los que ha escrito. Con tanto bombo y platillo como se compilan en un libro los retratos de un fotógrafo. Juro que correría a comprarlo y leerlo. ¿Alguien?

Colecciones informales


Como mucha gente, tengo el poco original gusto por acumular libros y películas. No importa que no pueda leerlos y verlas al ritmo que me gustaría. Pero otra afición mía menos... formal, por así decirlo, es la de ir apilando libretas y cuadernos, de preferencia de hojas blancas (en la foto, una de las integrantes más recientes del club). Sus tapas pueden ser de colores lisos o estampados. En tela, en piel, en papel o hasta en plástico. Las tengo ahí, formaditas en el clóset, esperando su turno para algún día ser llenadas a mano, con notas inconexas o historias de un solo aliento. Porque, sí, soy de esas que tienen la romántica idea de que no es lo mismo teclear en la computadora que escribir a mano y con pluma fuente.
Lo que no sé de dónde me viene es aquello de acumular botellas de cristal, verdes principalmente. Transparentes cuando la forma me seduce. Asumo que me pareció buena idea un día cualquiera, luego de acabar con una botella de tinto y concluir que, aun sin contenido, algo atractivo irradiaban. Y ahí voy, sume y sume botellas en la sala de mi casa.
Y ustedes, ¿qué acumulan?

viernes, abril 23

(Mis) razones para leer

Por aquello de que es día del libro, he aquí 9 razones por las cuales me gusta leer:

1. Porque de niña descubrí que era otra forma de jugar.
2. Porque puedo reír, llorar, gritar, criticar, enojarme, entristecerme... ante las páginas sin empacho alguno.
3. Porque me confronta con otras formas de pensamiento y vida, con las que no siempre estoy de acuerdo.
4. Porque me maravillan los vericuetos narrativos que puede crear la mente humana.
5. Porque seguir a un personaje a través de un libro es como observar a una persona hasta en sus esquinas más iluminadas y oscuras.
6. Porque es como contar con infinidad de disfraces en el clóset para poder salir a la calle con el que te venga en gana.
7. Porque me fascina el arte de describir los intrincados sentimientos humanos en palabras.
8. Porque, una vez abierto el libro, el tiempo y el mundo se suspenden. Y nada es más importante que estar ahí, en la página.
9. Porque siempre hay un libro adecuado para el momento que se vive.

jueves, abril 22

Los libros (me) hablan


Una vez más he comprobado que los libros me hablan en el momento en que me viene bien leerlos. Aunque sigo sin saber cómo demonios lo saben. Para muestra, la anécdota de cómo llegué al actual libro en turno, cuya viejísima portada ilustra este post.
Resulta que estaba yo el otro día a la mitad de uno de Murakami (ese de El fin del mundo...) cuando, a cuento de nada, recordé que en mi pila de 'por leer' estaba Los hermanos Karamazov (comprado por recomendación de M., cuando estábamos en la universidad). Me dije que a lo mejor ya era tiempo de no seguirlo postergando. Pero sólo me lo dije y lo dejé pasar. Seguí con mi lectura para, curiosamente, encontrarme con que algunas páginas después, el personaje de Murakami se preguntaba cuántas personas eran capaces de recordar los nombres de los hermanos Karamazov. Párrafo en el que dejó de haber algo qué pensar. Aquel era el siguiente en la fila. Así que me paré a buscarlo en el librero, aunque no di con él sino hasta como tres días después.
Recién lo he empezado, pero ya estoy enganchada. Siento que apenas viene lo mero bueno. Con unas cuantas páginas me ha quedado claro que sólo ahora estoy en posibilidad de comprender muchas de las cosas que aborda la historia y sus personajes, como las cuestiones de fe, de religiosidad y espiritualidad. Y justo de lo incomprensibles que me hubieran resultado en otro momento hablabla yo en la comida (sin haber hecho mención al título), cuando A. me preguntó qué libro leía y decirme que estaba a punto de recomendarme... Los hermanos Karamazov. ¿Ven cómo si (me) hablan los libros?

martes, abril 20

Ecobici 1


Hoy me subí por primera vez a una Ecobici. Me tomó algunos minutos de disimulada exploración fallida y una llamada desesperada descubrir cómo sacar la bicicleta de la barra (maldita mi necedad de no haber consultado primero las instrucciones), pero una vez arriba me sentí como niña en dulcería. Siempre me ha gustado andar en bici, pero no es lo mismo hacerlo en fin de semana, con ropa deportiva y las calles bajo un ritmo de tránsito medio apasguatado, que ir vestida en mood oficina y rebasando y sorteando a diestra y siniestra los autos poseídos por la hora pico. Pero comprobar que es posible recorrer un tramo que en auto puede tomarte hasta una hora en sólo 15 minutos, me hace pensar que eso de tener otra calidad de vida nomás por hacer de la bici un medio de transporte no son cuentos chinos. Claro, es cosa de vivir y trabajar en el circuito donde las bicicletas están disponibles, armarse de un casco y ¡a pedalearle! Difícil, pero nunca imposible.

lunes, abril 19

Niños así. Revistas así






Todos los días veo docenas y docenas de ejemplos, gráficos y textosos, que me recuerdan que, en cuestión de revistas (y otra interminable lista de cosas), este país está más que en la trinchera y cavando. Como las fantásticas fotos de estos niños convertidos en modelos para una editorial de moda titulada "Icônes", que aparece en la primera edición de Marie Claire Enfants (ya veo que algún día un título así funcionaría en estas tierras). Olvídense de que dan ganas de tener un hijo así de chulo y vestirlo así de cool. Ojalá tuviéramos los recursos (tiempo, dinero, equipo, espacio... etcétera, etcétera) para armar cosas como ésta. Bah. Aunque como dicen, soñar (e intentarlo) no cuesta nada. Porque talento, sí que hay.

domingo, abril 18

La, la, laaaaa...


Aunque no lo demuestre mucho, siempre he sido de un sensible espeluznante. Muchas cosas me duelen. Muchas cosas me hacen enojar. Muchas cosas me generan emociones. Ya una vez un jefe me dijo que yo era como esos cirujanos que se acongojan hasta el tuétano por cada paciente que se le queda en la plancha. Pues sí. Así soy yo. Las cosas me importan y me pegan demasiado. Así sean ajenas. Por eso dejé de leer compulsivamente las noticias de cabo a rabo. Por eso me desespera la gente que parece robot, me cae mal la gente déspota y me hiperventila la gente que ignora a la otra gente. Por eso... tantas cosas. Pero he de aceptarlo: es una parte de mí que estaba empezando a adormilarse más de la cuenta. Supongo que en algún momento el volumen me pareció tan alto que, más que nivelarlo, de plano apagué el chip. Y luego me enajené de más. Y ahora, como que siento que estoy espabilándome de nueva cuenta. De a poco. Como para intentar calibrar el asunto, supongo. La novedad es que lo estoy haciendo no sólo en lo malo o en lo doloroso. También en lo alegre. Quienes me conocen de a diario saben de sobra que soy experta en echarle ácido a lo que se pueda, y que aquello de ir cual Dorotea en el camino amarillo no se me da fácil. No es que ahora esté en vías de convertirme en una Hello Kitty (con todo respeto a mis queridas fans de esta gatita). Tampoco. No me va la personalidad rosa, ya lo sabemos. Pero parece que sí puedo ser unos gramos menos adicta al drama. Andarme con pies más ligeros. O en eso ando.

¿El mundo se irá a acabar?


La Tierra tiembla y retiembla por aquí y por allá. Un día sí y otro también. Y como si el desparpajo con el que lo hace últimamente no le hiciera suficientes cosquillas a nuestra frágil tranquilidad, erupta el volcán bajo el glaciar islandés Eyjafjallajökull (cosa que, sépalo usted, no hacía desde 1821) y su columna de cenizas paraliza los cielos de un continente entero.
¿Será que la Tierra se cansó de tenernos como inquilinos y está dispuesta a echarnos en 2012?, nos preguntamos cada vez con menos sorna y mayor duda. ¿Será que la Tierra nos habla a gritos? Aunque vaya uno a saber qué cosa quiera decirnos bien a bien, aparte de que somos una especie a todas luces, ejem, desechable. ¿O será que simplemente sigue un ciclo natural de reacomodos y recomposiciones? Y nosotros aquí alocándonos de más. Sabráse. Sea como sea, sospecho que deberíamos de parar un poco más la oreja. Por si acaso.
Cuando las noticias dan cuenta de los miles de afectados y de los sepultados entre escombros, ya sabemos que sólo nos queda la solidaridad, mucho trabajo de reconstrucción y la esperanza de que el próximo desastre no acabe con nuestras viviendas o nuestras vidas. Pero ahora que hablan de los miles de viajeros varados y desesperados (de los cuales al menos conocemos a uno), de las pérdidas millonarias de las aerolíneas... la impotencia humana ante la fuerza natural no parece tan sencilla de asumir. "Puto volcán". "¡Que se calme el volcán!" "A buena hora" "La fortuna que tendré que gastarme", he leído por ahí. Curioso. La gente se molesta porque se cancelaron los vuelos en los que regresaría a casa. Vuelos que, irónicamente, de haber despegado podrían haber caído cual pájaros fumigados, y entonces muchos de esos varados jamás habrían vuelto a dormir en sus camas. Pero claro, en los días que corren, la paciencia y la reflexión no son precisamente virtudes redituables. En los días que corren, un desastre natural que no cobra miles de vidas (porque ya cientos nos parecen pocas) es más bien una osadía imperdonable del paisaje que nos hace perder tiempo y dinero. Una nube kilométrica de ceniza es un estorbo para las turbinas del progreso. Ajá.
Navegando por los sitios de noticias, me entra la sensación de que se nos ha olvidado que el mundo existió primero que nosotros y que, con todo y que nos hemos reproducido cual conejos quesque inteligentes, sólo somos una más de las especies que lo habitan. Tampoco es que uno vaya a ponerse a brincar porque un volcán hizo erupción y el mundo en el que nos movemos se entrega al caos, pero no estaría de más tomarnos un momentito para recordar que carecemos de control alguno sobre la Tierra. Nunca lo hemos tenido ni lo tendremos. Y así como un día llegamos, un día nos iremos. Y tampoco es que la Tierra nos esté preguntando si nos parecen o no sus estiramientos de máster-yogui. Así que no estaría mal resignarnos a lo que haya por venir y, mientras se acaba el mundo o no, contemplar la sobrecogedora belleza que implica la erupción de un volcán. Entre otras hermosas manifestaciones. Ya qué.

*Admire usted al impronunciable Eyjafjallajökull en acción en estas imágenes de Fotomedia.

sábado, abril 17

Y yo, como si nada


Tanto que digo que me fascina Natalie Merchant y ni por enterada que estaba por sacar un nuevo disco. Aunque claro, sorpresivas noticias como ésta le alegran a uno el momento. El disco se llama Leave your sleep (lo pueden escuchar acá), y es doble. ¡A conseguirlo!

sábado, abril 10

Dulces sueños

Ya había dicho que mis sueños suelen estar habitados de terremotos, masacres, persecusiones y situaciones intensitas por el estilo. O algo parecido había dicho. Pero esta mañana, mi último sueño antes de despertar ha sido muy curioso, al menos para mi historial onírico, pues la música nunca había figurado en él. Soñé con una canción. Con "Just Like Honey", de Jesus & Mary Chain, para ser más precisa. Soñé que la cantábamos el mareado y yo durante un improvisado programa de radio en vivo. Ja. Qué manera tan alegre (y tan amable) de despertar, digo yo. Sobre todo por aquello de que, a veces, uno abre el ojo envuelto en cualquiera que haya sido la sensación-emoción del último sueño. De modo que hoy mi corazoncito y mi mente han amanecido cubiertos por el sabor dulzón de esa canción que aparece en el soundtrack de Lost in Translation (tengo que volver a verla, pero ¡ya!) Hagamos de este un día alegre, pues.

viernes, abril 9

Un vaso con leche para el alma


Me gusta la leche fría (también la palabra leche). Me encanta ver leche servida en un gran vaso de cristal. Contenida en botellas de cristal. Pero, sobre todo, me fascina ese primer trago a la leche recién salida del refrigerador, en el que se percibe perfectamente el sabor característico de la marca en cuestión. Porque no, no todas las leches saben igual. Como en el agua simple, su sabor varía de una marca a otra, de la fresca a la de caja. Y yo prefiero la fresca. Sea de bote o verdaderamente fresca, de establo, pues.
De ahí que me parezcan poéticas las escenas de películas en las que los personajes (no importando su carácter) disfrutan un vaso con leche. Como en la primera secuencia de Inglorius Basterds, cuando el malo-malísimo de Hans Landa (Cristoph Waltz) pide un vaso con leche a su interlocutor antes de interrogarlo. Ajá. Un buen vaso con leche antes de matar.
O como en esa escena de Stranger Than Fiction, (cuyo diálogo reproduzco abajo) en la que después de hacerle el día miserable, Ana (Maggie Gyllenhaal) le sirve al grandulón de Harold (Will Ferrell) un vaso con leche, acompañado de unas galletas recién horneadas, para consolarlo. Ajá. Un buen vaso con leche y galletas para reparar el daño.

Harold Crick: Well, goodnight.
Ana: Want a cookie?
Harold: Oh, no.
Ana: Oh c'mon. They're warm and gooey and fresh out of the oven.
Harold: No, I don't like cookies.
Ana: You don't like cookies. What's wrong with you?
Harold: I don't know.
Ana: Everybody likes cookies.
Harold: No, I know.
Ana: After a really awful no-good day, didn't your mama ever make you milk and cookies?
Harold: No. My mother didn't bake. The only cookies I ever had were store bought.
Ana: Hm. Okay. Sit down.
Harold: No, I'm --
Ana: No. Sit down. Now -- eat a cookie.
(She places a glass of milk and a plate with a cookie in front of Harold.) Harold: I really can't...
Ana: Mr. Crick, it was a really awful day. I know, I made sure of it. So pick up the cookie, dip it in the milk and eat it.
(Harold does so.)

Sí, yo creo que un buen vaso con leche fría (galletas o pan dulce chopeados de por medio o no) es un placer. Es como transportarse a un lugar seguro con solo un trago.

domingo, abril 4

Cosas simples

Las historias de Murakami (ustedes disculparán la insistencia con el hombre) me gustan por muchas cosas. Pero el otro día caí en cuenta de un detalle en particular que me fascina de ellas: el gozo del que dotan sus personajes a las actividades más cotidianas y rutinarias, como lavar ropa, lavar trastes, vestirse pulcramente, escuchar música, hacer las compras en el súper, tomarse una cerveza, fumar, beber, cocinar, comer, estar en sus casas en solitario... Ha de ser que yo también disfruto algunas de ellas, y que algo (o mucho) de bello tiene hallarle el gozo a la cotidianidad, por simple que sea. Total, de ella están impregnados buena parte de nuestros días.

sábado, abril 3

Ah, un picnic entre cerezos




Hace unos meses, cuando vi Las flores del cerezo, me prometí que antes de morir tendría que caminar por uno de esos exquisitos parques japoneses cubiertos por cerezos en flor. Y también hacer un picnic, a la usanza del Hanami, el festival que se organiza en primavera en aquellas tierras para dar la bienvenida, justamente, a las flores del cerezo o sakura. ¿A qué vino esto? Pues nada, simplemente me acordé de ello y volví a emocionarme. Si en fotos es un paisaje que llena el ojo, seguro que en vivo lo rebasa. Ya les contaré algún día.

viernes, abril 2

Caramelito visual

Je. ¿Qué tal esta ilustración que me encontré de Karen O y Spike Jonze?

Monstruos emocionales





Si Where the Wild Things Are es o no una buena película, no me importa. A mí me dejó asombrada cuánta monstruosa sabiduría puede caber en una fábula infantil, y punto. Y es que, como Max y Carol, supongo que algún momento todos hemos querido refugiarnos en un lugar donde sólo pasen las cosas que queremos que pasen. Donde seamos felices todo el tiempo. Donde no haya pleitos, gritos ni regaños. Donde no existan el enojo, lo desconocido, el miedo y la tristeza. Como Max, envestido en su inseparable disfraz, todos hemos fantaseado (y quizás hasta jugado) con ser un rey cuya palabra y voluntad sean la ley, cuyas órdenes e ideas (por más obtusas) sean cumplidas sin muchos cuestionamientos que digamos. Aunque luego nos enfurruñemos porque el juego no sale exactamente según lo imaginado.
Con ese puñado de fabulosos monstruos yendo y viniendo en la pantalla, dotados cada uno de un complejo manojo de emociones, no me quedó más que llorar. Y mientras ellos gritaban desaforadamente a la orilla de un risco, yo lo hice (para mis adentros) en la sala del cine, por todo eso que uno almacena a veces. A través de ese montón de lanudos mocosos recordé que de niña yo también fantaseaba (aunque a pregunta directa de mi terapeuta un día dijera que no. Ajá.), y lo celebré. Reconocí a la niña enojada que también fui (y a la persona, ya de paso), porque como a Max (y supongo que cualquier niño), siempre hay algo que nos parece reprochable en la conducta de nuestros padres (o de la vida).
Y lo mejor: salí de la sala emocionada ante la idea de que encontrarnos cara a cara con los monstruos que son nuestras emociones es la única forma de comprenderlas y convivir un poco más en paz con ellas. A algunas podremos abrazarlas. Otras nos seguirán cayendo mal y mantendremos la distancia. Escucharemos a alguna que hayamos ignorado... No importa cuán grandes y peludas y feroces puedan ser, la cuestión es que terminaremos por aceptarlas, para luego despedirnos de ellas amistosamente.
Agradézcole, pues, a Spike Jonze y a Maurice Sendak por su hacer(me, nos) ver algo así con tanta ternura y belleza.

Pd. También amé el soundtrack. Karen O y the Kids cantando "All is Love" alegran mi corazoncito.