martes, diciembre 15

Mi 2009, en sí

A estas alturas del año, cuando sólo le faltan unos días para despelucarse del todo, lo facilito es decir que ha sido el mejor en la vida de uno, el más significativo. Como cuando un músico o un director de cine sale con que su más reciente proyecto es el que mejor refleja su esencia, el más sincero. Bah. ¡Pamplinas! No hay betún más romántico que el de echar un vistazo al pasado. Claro, pasado el trago, ya nada sabe tan feo.
Lo cierto es que, al menos a mí, este 2009 me pegó duro. Y no precisamente (y nada más) en el bolsillo. El Sr. llegó decidido a confrontarme de frente, y no cejó ningún día en su labor. Se va invicto. Hubo muchas noches en las que lloré de desesperación, de hartazgo, de angustia. Mañanas en las que quise renunciar a todo y salir corriendo sin siquiera mirar atrás. Hubo un día en particular que realmente tuve el impulso de hacerlo, pero los ceros de mis deudas lograron contenerme ("Everyone has a mortgage", como bien dice el protagonista de Thank You for Smoking). Días desganados. Días absurdos. Una madrugada en la que pensé que me había llegado el turno de unirme al club de la orfandad (ese del que habla Cristina Yang). Días enfangada en mala leche, metidas de pata (mías y a mí) y obstáculos. A nivel personal y laboral. Meses en los que sentí que mis esfuerzos eran completamente vanos. Semanas en las que vi mis expectativas pisoteadas. Mi esmerado control hecho caos. Cuanto más resistencia ponía en ello, cuanto más violentamente... Pues sí, uno aprende las grandes verdades molido a golpes.
Sí, sí. El Sr. 2009 también me regaló grandes momentos. Pausas cortas y no tan cortas con todo el tino universal para dejarme tomar un respirito y seguir nadando a contracorriente. Como nadamos los que somos necios hasta la médula. Y, claro, de ahí que esté tan agotada como lo estoy. Mi visión del mundo tuvo que ser derrotada por las circunstancias para observarme a mí misma. Para apenas alcanzar a vislumbrar que la vida es un todo que eternamente se cae a pedazos, y al que nada hay que tratar de enmendarle. Ja. Y yo con una mente tan necesitada de certidumbre, de seguridad.
Así que no, no puedo decir que 2009 fuera mi mejor año, como pude haberlo dicho hace dos. Pero tampoco que fue el peor. Creo que lo justo es decir que fue un año trascendente. Punto. Y que aquí sigo, en la maratón. Haciéndome a la idea de que la meta no es llegar a la meta, sino sólo correr, paso a paso. Pie izquierdo, pie derecho. Inhalo, exhalo. Nada más allá. Nada más atrás.
Una cuestión tan simple, pero tan endiabladamente complicada de entender para una mentecilla obtusa como la mía. Lo que sí tengo claro es que ahora no necesito estar encima de un avión (como solía sucederme; producto de la altura, supongo) para responderme que sí, que podría morir en paz conmigo misma si cayera en picada en cuestión de segundos. Aunque, siendo realistas, si en este preciso momento Mr. Universo decidiera adelantar el fin del mundo al apretar el botón rojo... Nada. No nos daría tiempo de cuestionarnos ni pizca. Carpe diem, pues.

viernes, diciembre 11

Mi 2009, en expos







Mis exposiciones favoritas son las de fotografía. Buenas, mejores, no tan buenas... No importa. Si hay fotos colgadas en la sala de un museo o galería, suelo ir a echarles un vistazo. Será que me atrae ver lo que la gente ve desde su cabeza. Este año, por primera vez desde que la traen a México, me perdí World Press Photo en el Museo Franz Mayer. Por culpa de fines de semana complicados y porque tengo la sensación de que duró muy poco abierta. Aunque no estoy segura de haberme perdido de mucho: total, el ser humano (y, por ende, los periodistas) siempre andamos en lo mismo.
Como sea, este 2009 no pequé de coolturalosa, pero hay cuatro muestras que me dejaron buen sabor de boca:

Richard Avedon: Photographs 1946-2004.
Sin dudarlo, la mejor. Estaba en San Francisco cuando por casualidad vi una pancarta del SFMOMA anunciándola. A primera hora del día siguiente estaba en el museo. No exagero: admirar las imágenes creadas por este tipo en gran formato es toda una experiencia (valió los 20 dólares que pagué de entrada).
El detalle, la composición, la complejidad de su simpleza... Tomas que pertenecen a editoriales de moda o retratos de famosos, no hay diferencia. Todas son hermosas. Pero, en particular, me atrapó la última sala de la muestra, dedicada a su proyecto In the American West*, que capturó entre 1979 y 1984 (el libro es una joyita). Expuestos había sólo una decena de retratos (en total fotografió a 752 personas). Absolutamente poderosos. Lo suficiente como para transmitirte que las personas en tamaño de piso a techo eran reales. Casi como si estuvieran ahí, observando cómo las observabas.
Me cautivó aún más que fueran retratos de gente anónima. No por lo exótico de la America profunda, que le llaman, sino porque creo que alguien célebre siempre despide un halo que difumina (poco o mucho) el verdadero valor artístico de su retrato, lo firme quien lo firme. Pero cuando se trata de fotografiar a una persona común y corriente, no hay medias tintas. O logras capturar su esencia o no. Y vaya si Avedon era un retratista genial. Más imágenes de la serie, aquí.

Y luego están:
La retrospectiva de Tamara de Lempika, en el Museo de Bellas Artes.
Citadinos, de Spencer Tunick, en el Centro Cultural Tlatelolco (la vi de rebote, pero me sorprendió descubrir unos retratos individuales mucho más interesantes que los colectivos. Imágenes inspiradas en una selección de obras de grandes pintores mexicanos, realizadas en locaciones mexicanas).
Memorial del 68 (con fotos de Joseph Koudelka incluidas), en el Centro Cultural Tlatelolco.

*Las fotos las tomé de www.richardavedon.com

jueves, diciembre 10

Mi 2009, en música


No soy de las que trabaja enchufada a un playlist. Tampoco de las que presta mucha atención a lo que suena en la radio durante el tráfico. Si pongo determinada música en el auto, no tardo ni media canción en olvidarme de que está sonando. Nunca recuerdo quién canta tal o cual canción. Ni los títulos de las canciones de los músicos que me gustan. Vamos, que soy una persona poquísimamente musical. Aunque eso no significa que mis días estén del todo desprovistos de soundtrack.
Lo que sí tengo es una propensión a escuchar a un puñado de músicos una y otra y otra y otra vez durante cierto periodo. Hasta la saciedad y hasta el siguiente ciclo. Porque yo soy de las que se hace de unos cuantos favoritos y luego los deja descansar, sólo para volverlos a retomar después... En fin.
Haciendo un esfuerzo memorial realmente grande, aquí la lista de música a la que le di play sin freno alguno en 2009:

Regina Spektor (Begin to Hope y Far)
The Gossip (Music for Men, en particular)
Kings of Leon (Because of the Times y Only by the Night)
Soundtrack de (500) Days of Summer
Stereo Total (varios)
Jenny Lewis (Rabbit Fur Coat)
Arctic Monkeys (Humbug)
Last Shadow Puppets
The Sounds (Living in America y Crossing the Rubicon)

Y luego está la parte de los conciertos. Hubo muchos, pero yo sólo fui a tres: Radiohead, Peter Gabriel y Kings of Leon. De ellos, el primero fue, sin duda, el mejor. Pero no diré que ha sido el mejor de mi vida porque sería exagerar. Para mí, estuvo bien y ya (aunque, ¡línchenme!, aluciné a Kraftwerk), porque no soy fan-from-hell. Así la música.

miércoles, diciembre 9

Mi 2009, en películas


Con el cine no llevo el mismo registro detallado que con los libros, aunque estoy pensando que debería. Pero que es uno de los años que menos he ido al cine, que menos películas he rentado y comprado. Después de escarbar profundamente en mi memoria, acá las películas que, en las salas o en el sillón de mi casa, me aturdieron las tripitas. No son todas las que vi, pero sí las que recuerdo y me gustaría sumar a mi devededoteca.

Revolutionary Road
Synecdoche, New York
The Savages
Nick & Nora's Endless Playlist
The Wrestler
Inglorious Basterds
(500) Days of Summer
District 9
Las flores del cerezo
Doris & Bernard

Acá, las que también vi pero no me impactaron como se suponía:
Gran Torino
The Reader
The Curious Case of Benjamin Button
Milk

Y la que me falta, pero estoy segura de que será un highlight: Fantastic Mr. Fox.

*Sí, claro, en bold están las más memorables.

lunes, diciembre 7

El charm de Edward Cullen, según yo


Primero fue mi cuñada. Luego la mujer del primo de mi mareado. Después, una amiga. Y a partir de ahí perdí la cuenta de cuántas mujeres me han contado haber sido abducidas por el encanto Twilight. Todas se mostraron más que dispuestas a evangelizarme, es decir, a prestarme sus libros para que los leyera uno tras otro. De la forma más amable que me ha sido posible, he declinado toda oferta. En primera, porque nunca me han gustado las historias de vampiros. En segunda, porque ¡oh, prejuiciosa yo!, suelo desconfiar de las sagas que le gustan a una abrumadora mayoría en cuestión de semanas (aunque con Millenium hice una excepción).
Hasta hace unas semanas me mantuve ajena al tema... hasta que la flojera dominical me llevó a ver la primera de las películas en que ha derivado esta fiebre edul-vampiresca. Es lo que sigue de mala, pero me llamó la atención el personaje que (en la piel de Robert Pattinson), más allá de Bella, trae euforizadas a las teens, a las mamás de las teens y... básicamente a gran parte de la mitad de la población mundial.
Sin haber leído los libros (aún), yo digo que Edward Cullen es una especie de versión reloaded del chico-misterioso-y-de-mundo con el que una ha soñado (aunque sea de adolescente) o sueña con casarse en algún punto de su vida. A ver si no: el tipo es atractivo, mas no carilindo. Tiene presencia. Es protector. Es caballeroso (abre la puerta, quita el abrigo, adora ver dormir a Bella, bla, bla, bla). Es sensible. Está dispuesto a hacer de Bella el centro mismo de su vida (y se lo dice sin tapujos). Se viste bien. Tiene dinero... ¿Sigo?
En una de esas estoy equivocadísima y sólo estoy proyectando mi lado más cheesy-corny. Puede ser. Como sea, acepto que tengo suficiente curiosidad de comprobarlo y leeré al menos Crepúsculo. Zaz.

Mi 2009, en libros


Un día, de la nada, decidí llevar un registro de los libros leídos a lo largo de cada año. Más como una forma de presionarme para leer más que como un registro histórico. Como para no llegar a cada diciembre con el propósito frustrado de haber leído más que el año anterior. Nueve años después, esas tarjetitas bibliográficas que he ido llenado religiosamente se han convertido en una especie de hoja de ruta. Un derrotero de mis ánimos, mis dramas, mis obsesiones...
Y creo si de algo dan cuenta los títulos con los que he acompañado el ciclo de 365 días que está por cerrarse es de que 2009 ha estado impregnado de un gran ímpetu por tomarme la vida (una pizquita) menos en serio de lo que acostumbro. Aquí, mi año en libros (en bold, los que más disfruté):

En el dique seco, de Augusten Burroughs
Girls of Rihad, de Rajaa Alsanea
Delicioso suicidio en grupo, de Arto Paasilinna
La noche del oráculo, de Paul Auster
The Enchantment of Lily Dahl, de Siri Husvedt
Ni de Eva ni de Adán, de Amélie Nothomb
El mundo, de Juan José Millás
13.99 euros, de Fréderic Beigbeder
Todo por una chica, de Nick Hornby
Un grito de amor desde el centro del mundo, de Kyoichi Katayama
Dance, Dance, Dance, de Haruki Murakami
Manual de caza y pesca para chicas, de Melissa Bank
Sabotaje amoroso, de Amélie Nothomb
Harry Potter 1-7, de J.K. Rowling
El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon
Millenium 1, 2 y 3 (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire), de Stieg Larsson
How to Be Good, de Nick Hornby
Amsterdam, de Ian McEwan