jueves, agosto 19

Relatos olvidados

Escombrando papeles uno se encuentra con muchas cosas que había olvidado. Artículos y entrevistas publicados, fotos, objetos con valor sentimental, documentos perdidos,vestigios de otras épocas, de las personas que se ha sido, relatos empolvados... Como este que transcribo abajo (madre: respira profundo). Lo había olvidado por completo. Lo escribí meses después de una truculenta experiencia en Guatemala, que viene a mi mente sólo cuando alguien más la trae a cuento pero, curiosamente, sin despertarme terror alguno. Se trata de una experiencia que, salvo en los días posteriores, mientras duró nuestro regreso a México, no tuvo mayores secuelas en mi ánimo. Hecho que ha sorprendido a más de uno. Diría que incluso a mí. Tan pronto releí esto, con la distancia que proporcionan los años, creo haber entendido por fin de forma cabal por qué: la persona que vivió esto no fui yo. Me doy cuenta de que mi cuerpo me expulsó por una salida de emergencia que hasta entonces yo desconocía, y lo enfrentó él solo, sereno. Qué heroico, debo reconocerle.


–¡Ahora sí, hijos de la gran puta!, ¡abran cabrones!, ¡para atrás, para atrás! –, escuché mientras cinco sujetos nos rodeaban con ametralladoras. Un auto y una camioneta nos habían cerrado el paso en la carretera, bajo un crepúsculo endemoniadamente hermoso.
Entendí al hilo: nos estaban secuestrando. La guerrilla, supuse.
No dije nada, no pude. Quité el seguro de la puerta y me corrí al asiento trasero. Tardaste un poco en seguirme. Una pistola y un cuerno de chivo quedaron al frente; atrás nos acompañaba una AK-47. Arrancamos.
–Sabemos que traen droga, ¡¿dónde está cabrones?!–, nos preguntaban una y otra vez.
–¿Cuál droga?, decía yo en mi mudez. Ni cigarros traíamos.
Soltaron amenazas, insultos, más preguntas, una atropellada explicación de quiénes eran y qué querían. Escuchaba con los ojos bien cerrados mientras tú respondías sereno y conciliador.
Viramos violentamente. Por el traqueteó adiviné que íbamos ahora a campo traviesa. Discutían por dónde ir y decidieron no prender las luces; no tardamos en derrapar y frenar muy cerca de un barranco.
Me sacaron primero del auto y aunque me levantaron la cara, nunca les vi a los ojos. No quise. Guardé absoluto silencio y obedecí cada palabra, sin miedo hasta entonces.
Me catearon y me manosearon un poco. –No somos violadores–, me aclaró uno de ellos al oído mientras me ordenaba subirme el pantalón y me tendía un suéter. Me llevó aparte.
Escuché a los otros bajarte del auto y golpearte. Imaginé que también estarían encañonándote. Escucha al que estaba conmigo al tiempo que me preocupaba por escuchar los murmullos que venían de donde estabas. Quería asegurarme de que aún no te disparaban. Con una agujeta, el que asumí que era el líder, me ató las manos a la espalda.
–¿Le has puesto el cuerno a tu marido?–, me preguntó al tumbarme al suelo, boca abajo.
–No–, respondí, al tiempo que el miedo empezó a recorrerme.
–¿Segura?–, insistió en tono macabro.
Murmuré que sí, sin entender por qué me preguntaba eso.
–Olvídalo, es una broma–, dijo antes de traerte junto a mí.
Ahí, en el suelo, la única duda que me asaltaba era a quién mataría primero. Nos vi a la mañana siguiente con un tiro en la cabeza. Sabía que tardarían en encontrarnos; a nadie le habíamos dicho que cruzaríamos la frontera.
Pero jamás escuché el tiro. Nos dejaron a la luz de las estrellas, junto al auto chocado, con el alma atónita. A 150 kilómetros de Guatemala. Era apenas nuestro cuarto día de viaje y recuerdo que entre suspiros pensé: vamos a necesitar otras vacaciones.


Ahora le agregaría muchos otros detalles. Como que se trataba de ex policías. Que tirada en el suelo sólo sentí mucha tristeza por mis padres y la noticia que iban a darles. Que fue después, la espesa niebla para llegar a Guatemala, la que de verdad me hizo temblar de miedo. Que esto nos pasó por tomar la carretera equivocada. Que corrimos con mucha, mucha, mucha suerte, porque luego supe de demasiadas historias que terminaron como yo imaginé en aquel momento. Que jamás tuve ni he tenido pesadillas al respecto. Que jamás sentí ni he sentido odio por aquellos hombres. Que al recordar todo esto me asombra descubrirme llena de gratitud, con una sonrisa enorme para la vida... Nada más. Y estoy segura de que, escrito esto, esa gratitud y esa sonrisa serán mayores.

3 comentarios:

  1. Mi respiración se detuvo a leerte. Por un largo largisimo instante. Un abrazo

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  2. Chap's say:
    Desde entonces Dios estaba ahí...

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  3. Ev: Abrazo recibido. Gracias. :)
    Mi Chaps: Y sí, ese Don ha estado siempre conmigo. Cada vez recuerdo más y más ocasiones en las que me lo ha hecho saber, pero tenía que nacer un poquito necia. Por fortuna, ya le estoy haciendo más caso.

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