Me gustan las casas de té. Los juegos de té. Los aromas del té. Tomar té. Me maravilla la flor de jazmín que, sumergida en agua caliente, florece. No puedo decir que prefiero el té sobre el café, porque para mí cada uno tiene cabida en distintos momentos y moods. El café lo asocio a la vitalidad matutina. El té, a un cálido abrazo taciturno. Tampoco soy una experta en el tema. Pero por casualidad di con un tesoro llamado El libro del té, escrito por Okakura Kakuzo. Un deleitable tratado filosófico y estético, y un poco histórico, sobre esta bebida milenaria. Un librillo que, para mí, confirma la naturalidad naturalidad con la que los orientales disfrutan de lo bello, precisamente en los detalles más cotidianos. Les dejo un par de sorbitos extraídos de este:
—Lotung, el poeta Tang, decía: "La primera taza humedece mi boca y mi garganta, la segunda rompe mi soledad, la tercera penetra en mis entrañas y remueve millares de ideografías extrañas, la cuarta me produce un ligero sudor y todo lo malo de mi vida se evapora por mis poros; a la quinta taza, estoy purificado, la sexta me lleva al reino de los inmortales. La séptima..., ¡ah!, la séptima..., ¡pero no puedo beber más! Sólo siento el viento frío hinchar mis mangas. ¿Dónde está Horaisan, el Paraíso chino? Dejadme subir a esta dulce brisa y que ella me transporte a él".
—Wangyucheng ensalzó el té que "inundaba su alma de sensaciones, y cuya delicada amargura le dejaba el sabor de un buen consejo"
Encontré el PDF disponible en internet. Claro, es un libro tan viejo (publicado por primera vez en 1906) que sus derechos de autor han caducado. Pero este fin de semana iré a buscar un ejemplar impreso. No me sabe igual tenerlo almacenado en la computadora que sentirlo entre mis dedos, como se siente en la garganta el abrazo de una taza de té. Lo que no sé es si encontraré una edición tan bonita como esta de junto. Volvemos al punto: pinchurrienta industria editorial la nuestra.
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