domingo, agosto 16

Caminito de la escuela...


Cuando la escuela es la rutina-nuestra-de-cada-día, perder una clase o un día entero de éstas es EL suceso de cualquier jornada. En cierto modo, nos pasamos la infancia soñando con el día en que, por fin, dejaremos de pertenecer a esa especie insulsa que nos parece el estudiantado. Porque, entonces, nos parece que LA VIDA no sucede dentro de las aulas, sino fuera de éstas; allá, en el mundo real.
Si en nuestros ayeres escolapios alguien osase decirnos que llegará el día en que muchos de nosotros anhelaremos sentarnos frente al pizarrón, que hacerlo podría ser mayor motivo de alegría que pasar el día entero lidiando con los absurdos-diarios-nuestros-de-oficina, más de uno habría dicho que ese alguien estaba completamente chiflado, dándonos la media vuelta.
Pero ya sabemos que la Vida se apellida Irónica. Tanto que, desde hace unos días, compruebo que ese chiflado habría tenido la boca llena de razón. Asistiendo a los salones de la UNAM para cursar un diplomado me doy cuenta que, como en contadas ocasiones, disfruto ser alumna. Hacer tareas. Participar en clase. Poner atención. Nunca como ahora me importa tener un buen o mal maestro. Me asumo más ñoña que nunca, sin dejo alguno de pudor. Y nunca como ahora dimensiono la belleza de Ciudad Universitaria y el dichoso orgullo Puma.


*La foto es de Édgar Blanco/tomada del sitio www.panoramio.com

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