martes, enero 12

Y sí, me devoré Twilight


Bueno. Lo hice (¡oh, pecado!). Me convertí en una más de los millones de mujeres que han sido abducidas por la saga de Twilight (y en una más de las que han hecho millonaria a su autora). Por culpa del esperpento de película que hicieron de ésta, durante una semana fui presa de no querer parar de leer sus cuatro libros. Así fueran las 2am y al día siguiente tuviera que ir a trabajar. Así fueran las 4am y llevara más de diez horas de un día de vacaciones leyendo (sólo con las necesarias pausas humanamente necesarias). Mi mente (tan dada ella a las obsesiones) fue poseída por ese insaciable "una página más y ya, una página más y ya". Y confieso que tuve que leer como tres veces el final (que me pareció medio anticlimático) para convencerme de que la historia había llegado a su punto final.
No, Doña Stephenie Meyer no es ningún portento literario ni mucho menos. Tampoco es que la historia sea algo del otro mundo. Pero sí que es entretenida a rabiar e ideal para fantasear a las anchas. Irremediablemente uno se deja zambullir en el mundo de Bella y los Cullen, y entran las ganas de ser un miembro más de esa peculiar familia, pero no por todo el misterio que suele rodear a las historias de vampiros, sino porque, en esas páginas, tiene que ver con ser cool. No a pesar del freak personal, sino precisamente por éste.
Esfuerzo más, esfuerzo menos, Twilight le saca a uno la teen que todavía se lleva dentro. Esa a la que se ha intentado sepultar bajo capas y capas de supuesta madurez y experiencia, pero que se deja ver en las inseguridades que nos carcomen cuando nos probamos un nuevo vestido, cuando conocemos a alguien que nos gusta, cuando vemos pasar a una mujer buenísima y guapísima y no tardamos ni dos segundos en desear ser como ella...
Sus cientos de páginas son campo fértil para revivir y sí, también celebrar, la intensidad del primer galán en serio (EL bombón al que según nosotras no merecemos). La sensación de vida o muerte ante la posibilidad de perderlo. De no pasar el tiempo suficiente a su lado. Las descargas eléctricas en el estómago tan sólo de verlo. Ya no digamos de besarlo. La calentura desbordada. El deseo que nunca parece apagarse. El romance en su concepción más cursi (Edward Cullen es un romántico modelo 1918). Un bien comprimido combo sacude a la adulta, que no tarda en transformarse en un manojo de emociones adolescentes conforme avanza entre las páginas.
¿Que hay otras cosas que hacer? ¡Ná! Todo puede esperar. Al menos hasta que llegue la última página y uno recuerde que ya no se tienen 17 años. Por fortuna. Así que, más que lamentarse ante ello, uno se pregunta cuándo diablos habrá otra saga que haga verle la mejor cara a la peor etapa de ser joven (al menos yo la pasé fatal). La historia de Twilight es, en tantos y tantos sentidos, la película que uno se pasó en la adolescencia (con o sin vampiros). Una y otra y otra vez. ¿O acaso ha habido alguna que no rogara porque su own-personal-Edward-Cullenapareciera a la vuelta de la esquina?

1 comentario:

  1. Mmmmmm... a mi que de por sí me cuesta dejar de lado la cursilería, creo que el efecto Twilight será una catástrofe. En fin, otra saga a la lista de libros para este año, ya te contaré que tan hiperglucémica me dejó.

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