Ay, ay, ay. Si recurrir a un terapeuta es como subirse a un ring con uno mismo (sin límite de sesiones), meditar es como abrir la bóveda mayor de la caja de Pandora personal. O al menos así me lo ha parecido. He llorado. Primero poquito y luego a mares. He gritado. Primero poquito y en corto, y luego con confianza y al mundo. Palpé una efímera calma antes de sumirme en una especie de Katrinazo emocional (lo que, visto desde fuera, debe parecer un brote neurótico descomunal). Porque, explorar los demonios personales en un nivel energético es duro. Y no es mentira que requiere de paciencia y disciplina. Pero haberme metido a esta 'cápsula' donde el chiste no es agarrar el papelito flotante sino observarlo flotar, está siendo una experiencia harto interesante. En medio de todo esto, aun como mera principiante, siento que va surgiendo en mí (y para conmigo) una honestidad que, aunque me hace ver cosas dolorosas, en el fondo me resulta balsámica.
Sé que apenas veo la punta de mi ego-iceberg, pero estoy convencida de que quiero sacarlo completamente a flote. O al menos intentarlo.
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Anda, anda, escupe...