De una madre a un hijo
Bien, hijo, te lo digo:
la vida, para mí, no ha sido una escalera de cristal.
Ha sido una escalera
llena de clavos y de astillas
y de tablas rotas
y de sitios de suelo sin alfombras,
desnudos.
Y todo ha sido
subir
y llegar a descansillos
y torcer esquinas
y a veces avanzar en la oscuridad,
donde no hay ninguna luz.
Así que, hijo mío, no retrocedas.
No te quedes sentado en los escalones
al ver que el ascenso es más bien duro.
No desfallezcas ahora...,
porque yo sigo, cariño,
yo sigo subiendo,
y la vida para mí no ha sido una escalera de cristal.
Este es el poema, escrito por Langston Hughes, que memoriza Precious Jones para recitarlo un día en clase, frente a sus compañeras y la maestra Blue Rain.
Leyendo Push, de Sapphire (en la que se basa Precious), pienso: qué cabrona puede ser, no la vida, sino la gente. Aunque, en realidad, no importa la mierda que te suceda. Importa cómo la afrontas. Importa no quedarse ahí sumido y empujar.
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