jueves, mayo 27

¿Y yo por qué veía Lost?


Ya. Se acabó Lost (aunque ahora sus guionistas salgan con que hay un bonus del mandato Hurley-Ben en el Blu-ray de la sexta temporada. Ash). Todos lo sabemos de sobra. ¿Que si me gustó el final? Pues no. Aun cuando les perdono lo ambiguo, pues así fue toda la serie, me pareció sobradamente cursi, y terrible que más de 40 minutos se consumieran en ver cómo caminaban todos de un lado a otro de la isla. Hubiera preferido un capítulo más conciso. ¿Que si le entendí? Ps sé. Total, aquí uno puede entender lo que quiera y no estar mal, sino todo lo contrario.
Pero, más allá de interrogantes sobre el episodio final y de qué iba la cosa en sí, lo que realmente me ha estado rumiando la cabeza es: ¿por qué vi, semana a semana, una serie durante seis años, cuando hace dos o tres que se transmitieron sus mejores capítulos? ¿Por qué una persona como yo, tan adicta a buscar certezas, se embaucó con una trama todo menos cierta y absolutamente enredosa e inconexa? Pues no sé. Es un misterio digno de la serie. Bueno, no, puede que no tanto. A ver:
En principio debo decir que, para mí, Lost fue la puerta al universo de la tele de paga. Porque sí, yo crecí sin su influencia. En mi tele sólo hubo canales distintos a los nacionales hasta que viví por cuenta propia. Así que no, no vi en tiempo real ninguna serie previa. Luego, estaba el factor avión-que-se-cae-cuyos-pasajeros-sobreviven. Y cuántas veces no me he imaginado yo en semejante caso (cada que tomo un vuelo, por supuesto). Sumado al hecho de que todos sus personajes eran unos gafes de alturas incuestionables, y a mí me fascinan los personajes así. Y, claro, estaban además los sucesos extraños e inexplicables que todos citamos como gancho al hígado; entiéndase: los osos polares en pleno paraje tropical, el humo negro, Walt y su vital importancia para la isla, la iniciativa Dharma, Los Otros y... ¿y ya? No, seguro que ya me olvidé de muchas cosas. Espero.
También es cierto que lo que sucedía en la tele daba para pasarse horas teorizando por aquí y por allá (y cómo nos gusta teorizar), o para ironizar sobre las teorías, por qué no. Para dárselas de descifrador de misterios nato, de guionista en potencia (desperdiciado) al anticiparse a lo que iba a pasar. O fracasar en ello estrepitosamente, como era más bien mi caso. Y quizás ahí radica uno de mis mayores anzuelos: el "a ver ahora con qué me salen". Aunque, según yo, después de cierto número de capítulos hubo que empezar a justificar a la condenada serie bajo el "ya mero se va a poner buena". La verdad es que se componía un capítulo o dos y luego, derechito al fondo del aquí no pasa nada. Cinco minutos de sorpresa a chorro por docenas de impasse. Pero quién puede sostener el mismito nivel de calidad argumental siempre. Ni la vida, caray, me decía.
Tampoco debo omitir que verla se convirtió en una especie de ritual no declarado de pareja. Por más que fuéramos adictos a extender nuestras jornadas laborales, el mareado y yo solíamos salir a una hora decente, primero en lunes y luego en martes, para llegar al sillón y verla. Y luego, religiosamente, a abrir una sesión de preguntas y respuestas (adivinen quién preguntaba y quién explicaba).
Dicho esto, lo lógico era preguntarme si siento que perdí mi tiempo, como muchos de los no fans aseguran que ha pasado. No mentiré. Por un momento pensé que sí, pero nada de dramas ni exageraciones. Así como para los críticos de entretenimiento Lost marcó una pauta en la relación de los fans con las series y la mercadotecnia de estas, para mí Lost representa, además de la serie que me permitirá recordar mi paso de los veintes a los treintas (como Beverly Hills 90210 lo hace con parte de mi adolescencia), mi abrazo más sincero al entretenimiento puro. Porque yo de purista televisiva, tenía mucho. Y, curiosamente, su final ha marcado también el final de una era personal. Eso sí, creo que volveré a la costumbre de ver series sólo en DVD (o en el formato vigente, pues). Así puedo hacerlo a destiempo y sin anuncios. Y en maratones a mi antojo. Lo hice con Seinfeld, Sex and The City y Six Feet Under. Los Soprano: ¡es su turno! (ya sé, voy al revés. Pero mírenlo así: me espera una grande, cuando ya todos creen que la época dorada de las series va en picada).

Pd. Hago patente mi deseo de encontrarme un trabajo como el de los guionistas de Lost. Es decir: hacer un amasijo desastroso con todas mis obsesiones y teorías personales, fanatizar a media humanidad, decirles dos temporadas antes que no les voy a resolver todas las dudas que ya les sembré y que se me alabe por ello. Miles de dólares de por medio. ¿Dónde firmo?

Pd 2. ¿Ya saben que la foto es de AXN, no?

2 comentarios:

  1. A mi me traba que las cosas no tengan sentido. Podemos hablar de fantasía, pero no pretender que todo es muy real y que no tenga pies ni cabeza. La odio. Pero ahi estoy (aún en la temporada 3). Todo sea por el ritual de pareja.

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  2. Jiji, ya sé. Soy igual: se me desencaja la cabeza. Pero esos rituales de pareja son de lo más chido. :)

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