lunes, septiembre 27

Estar solo, o con uno mismo



Hacía tiempo que no iba sola al cine. Bastante, de hecho. Y hoy que fui a ver Comer. Rezar. Amar recordé lo bien que le hace al ánimo. Al menos al mío, que nunca le ha encontrado el lado lamentable a ir sola a una sala. Ni a la palabra sola, de hecho. Será que si algo me dejó mi infancia es darme cuenta de que, de algún modo, uno nunca está solo, sino siempre consigo mismo. Aunque no todo el tiempo resulte fácil lidiarse. Pero esa es otra historia.
El caso es que ir al cine sin compañía es una de esas indulgencias que olvido darme con mayor frecuencia. Y me hace salir radiante a encontrarme de nuevo con el mundo, sin que importe qué tan buena, mediocre o mala me haya parecido la película. Será que sola todo es más como... a granel. No hay ni pizca de mí preocupada por el gusto del otro. Ni me siento compelida a salir con una postura en la boca tan pronto pongo un pie fuera de la sala. Sólo estoy ahí, frente a la pantalla, absorbiendo más sin filtros que nunca lo que esta proyecta. Saboreando el disponer por completo de un tiempo para mí. Justo como cuando leo, escribo, duermo una siesta o salgo a caminar sin rumbo fijo. O incluso cuando estoy en casa, en silencio. De algún modo es un abrazo. De esos que sólo uno puede darse.

1 comentario:

  1. Tienes razón a mi antes me encantaba ir sola al cine y ya lo había olvidado, gracias por el recordatorio=D

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Anda, anda, escupe...