jueves, octubre 7

Esas cosas llamadas musicales


Llevo años peleada con los musicales (o a lo mejor debería escribir llevaba). Desde mi tiernita infancia. Culpen a Fantasía (se me revuelve la tripa de pensar en Mickey Mouse en el risco y los hipopótamos en tutú), a The Sound of Music (y en technicolor: ¡puaj!) y a la obra Cats. Y ya. Con eso tuvo mi mente (desde entonces) rígida para encontrar inconcebible la naturalidad con la que una persona o un animal empezaba hablar cantando y a bailar de la nada en plena trama. Y que luego todos siguieran una coreografía que de tan radiante parece imposible. No, no, no. Me entró la idea de que era como recibir pequeñas descargas eléctricas mezcladas con miel caliente a no sé cuántas revoluciones por segundo.
En su momento hice un pacto conmigo misma para ver Dancer in the Dark. Aunque en ello mucho tuvo que ver la compañía de esa ida al cine (hagan de cuenta que aquí escuchan un gran suspiro romántico) y que ese condenado Lars Von Trier suele hacer de mis tripitas lo que quiere. No pude hacerme la-que-no-me-gustó, aunque me dije que era porque todo 'estaba en su imaginación' (ahora veo que era un argumento muy conveniente nomás) y no lo conté a favor del género. Listo: he ahí toda mi experiencia con los musicales. He ahí la fuente de mi gran prejuicio hacia ellos.
Pero ahí estaba yo anoche, con ganas de ver algo japi-chaini y me animé a ver Across the Universe (después de tres intentos fallidos). Olviden la historia. Se trataba de una prueba máxima de resistencia no sólo porque es un musical, sino porque encima es con canciones de los Beatles (y ya se sabe que yo soy más bien gente Rolling Stone). Melchocha pura, pues. Confieso que padecí ansiedad durante el primer tercio de la película. La escena en el boliche casi logra que le cambie de canal, pero luego me apacigüé y poco a poco dejé de cuestionar si tenía lógica alguna empezar a cantar en medio de una discusión y terminé por disfrutarla. Sí, sí, como lo leen. No me levanté a cantar y a brincar encima de la cama, pero para cuando llega la escena de la azotea (o sea, el final) ya sentía calorcito en mi corazón. Y hoy amanecí todavía con todos cantando y bailando dentro de mi cabeza (sospecho que ahí estarán un rato más). Lo que me hizo darme cuenta de que si hay canciones que le inyectan a uno energía espontánea y lo llevan a agotarse en una pista de baile, frente al espejo por la mañana, en un concierto o a ir con más ánimo por la calle, ¿por qué no habrían de hacerlo por un montón de personajes a lo largo de una historia? Que yo tenga dos pies izquierdos y cante que ni para la regadera... pues, sí, es otra historia.
Sepan que con esto no estoy diciendo que me voy a entregar sin misericordia a Glee. Tampoco que correré a comprar unos boletos en Broadway, pero creo que sí puedo decir que mi prejuicio contra los musicales se ha resquebrajado y sufriré menos la próxima vez que se me atraviese uno. Ahora, si (me) hicieran uno con canciones de los Rolling Stones, lo apreciaría bastante.

1 comentario:

  1. Era igualito a ti, y eso que no viste Fantasia 2000 en IMAX no bueno, yo la vi solo porque tenia los boletos gratis, pero no se quien podía pagar por eso.

    Igual se me bajo un poco mi odio por los musicales con Across the universe, y jamás crei volverme Gleek y heme aqui =S

    Lo importante es reconocer las cosas jajaja

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