Ha de ser que mi cabecita todavía no comprende del todo este asunto que minuto a minuto dicen que nos está pasando. Tampoco ha de ayudar que no conozco a nadie enfermo, fuera de la hermana-de-la-amiga-de-la-cuñada-de-la-prima-de-mi-vecina. O quizá es que nomás no me repongo del putichok que me causó ir ayer por la noche al súper, hacer fila durante una hora para llegar a la caja y darme cuenta de que la gente llenó sus carritos con cosas que seguramente terminarán en la basura (porque en su vida las consumen) y que la Coca-Cola es ya un artículo de primera-necesidad-pánico-emergencia. Porque ahí, junto a los botellones de agua, las latitas de atún (en agua, eso sí) y las latazas de leche en polvo, estaba ella muy campante. Chale. Y yo que fui porque era mi lunes de súper y en serio no tenía ni una galletita rancia en la alacena. Lo que termina viendo uno, caray.
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