miércoles, mayo 6

Lo había olvidado por completo



Pero de la nada hoy recordé que de niña:

1. Le sacaba dinero al monedero de mi madre (la cartera de mi padre me parecía infranqueable). Primero sólo eran moneditas, pero poco a poco me fui permitiendo billetes. Y mi ingenuidad de entonces me daba para creer que nunca se daba cuenta. Ja. Como si de adulto uno perdiera tan fácilmente la cuenta del dinero que se esfuma.
2. Cuando jugaba a las Barbies con otras niñas (lo cual, la verdad no se daba nada seguido) que tenían algo que yo quería pero ni esperanzas de tener, así fuera una simple toallita azul, me las ingeniaba para hacerlos míos. ¡Qué avaricia de hija única, de veras!
3. Junto con una amiguita-mala-influencia de la primaria, protagonicé mi propia versión de La(s) estafa(s) maestra(s) en una tienda de Sanrio. Infinidad de veces salimos atiborradas de plumas, libretas, pines, carteras (¡todavía tengo una!)... Y nunca nos cacharon (y ni me gustaba Hello Kitty).
4. Mi prima y yo (a lo mejor la amiguita-mala-influencia era yo) intentamos apropiarnos de algunos juguetucos en un súper, pero ahí sí nos cacharon. Aunque el poli fue rebuena onda y sólo nos acusó con mi bis, que tuvo a bien improperiarnos con su terribilísimo "¡muchachas traviesas!", y ya.

Ooops. Bueno, pero además de haber tenido brotes cleptómanos (juro que ahora no robo ni un lapicito de esos amarillo-sobre-manila): 

4. Me pasaba horas y horas 'erigiendo' mansiones de campaña que abarcaban la enteridad de mi cuarto. Tardaba semanas en desmontarlas y me encantaba dormir en el piso, en un sleeping bag chaquetísimo.
5. Grababa y grababa cintas de cassete. A ratos me las daba de cuentista, a ratos de entrevistadora, a ratos de locutora... aunque nunca volvía a escucharlas. Sólo las llenaba y regrababa. Las llenaba y regrababa.
6. Odiaba bañarme. Llegar a la regadera era como mi propia chiqui-representación del viacrucis de Semana Santa (con perdón del Santo cielo).
7. No hablaba mucho (cosa difícil de creer por estos mis treintones días).
8. Me tuzaba el fleco con unas tijeras de punta chatita y bicicleaba feliz, dejando que el viento jugara con mi mordedura en pelo.
9. Le ponía un bote apachurrado de Frutsi (amaba el de uva, así como el sabor de uva de Danesa 33) a la llanta trasera de mi bici. Ya por entonces me sentía la Fitipaldi que encarné de adolescente.
10. Me embarraba Resistol blanco en la palma de las manos, dejaba que se secara y luego me extasiaba quitándola como si fuera un pellejito. El éxtasis máximo era quitarla de un solo jalón. (Mmm... con razón me gusta despaturrar las tiras de pintura que provoca la humedad).
11. Fuera de casa sólo desayunaba hot cakes con poquita miel y comía milanesa con papas. Invariablemente. Cómo le destrozaba eso a mi mamá la paciencia.
12. Y era igualita-igualita a la niña que la hace de Amelie Poulain de niña (qué impresión el día que me vi a ese tamaño de pantalla).

Y de momento es todo lo que recordé de un trancazo. Qué bonita mi infancia. Me cae.

2 comentarios:

  1. yo también hacia lo del resistol..es la onda ajaja saludos

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  2. jaja.. me encantó tu post. En verdad te imaginé. Me hubiera gustado conocerte de chiquita.

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