Según yo, hacía rato que no me surgía esta necesidad adormilada de comunicarme (mi episodio más memorable es de hace años, cuando mi mamá y yo no paramos de parlotear de cuarto a cuarto durante toda la noche. Aunque mi papá se merece un gran ¡buuu! por no habernos prestado la atención suficiente como para contar con el resumen ejecutivo).
Ahora, lo que me causa curiosidad es de qué demonios depende el despertarme y saber que hablé, o de plano no darme ni por enterada. Si sé que hablé, nunca recuerdo qué dije (qué peligro). Y a veces hasta me despierto un segundillo después de haberme sentido hablando. Mmmmm...
En fin, lo malo de esta última vez es que sumé otra noche a nuestra fila india de noches insomnes. Como si no hubiéramos tenido ya suficiente con el insufrible pelotón de mosquitos-muertos-de-hambre de antenoche y el bochornazo primaveral de ante-antenoche... Qué chafez. Y mañana, a olvidarse de la oficina en casa. Doble chafez.
jajajaj el formato naranja, ay me hiciste reír, pobre de tu mariado
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