miércoles, mayo 20

Yo tenía 5 (cinco) perritos


En una de esas noches de ocio digital que tan bien se me dan, confeccioné mi versión del test '¿Qué tanto conoces a... La que suscribe?' en el universo facebook. Me divertí a montones esmerándome en formular preguntas-respuestas capciosonas (de no haber un límite de ocho preguntas, no sé cuántas habría hecho), lo que me valió uno que otro reclamillo por hacerme la misterinteresante. Je. Y me di cuenta que a nadie le he hablado de todos los perritos que ha habido en mi vida, salvo de los últimos dos. Así que hoy contaré sus historias, pero advierto: no son muy japi-chaini.
Perro no. 1: la Janis.
No la recuerdo de cachorra ni andando con ella de arriba abajo, aunque hay fotos de las dos juntas a lo largo de mis añitos más tiernos. Lo que sí recuerdo es una tarde de mis 5 años en la que tenía juguetes regados por todo el piso de mi cuarto (no sé bien a qué estaba jugando) y la Janis, una cocker spaniel color miel, entró cual Godzilla a pisotearlos. Lo que me desesperó bastantito y la regañé (ya desde entonces me chocaba que me revolvieran mis desmadres). Entonces llegó mi papá a decirme que había que sacarla a pasear y yo, embobada como estaba en mi juego, le dije que luego. Cuando me contestó que si no la sacábamos ya, se iría de la casa, no le creí un jamón (¿quién podría creer eso a los 5?). Ay, pero qué equivocada estaba yo. Porque, en efecto, al día siguiente, sin más, la Janis fue exiliada al rancho de un amigo. Y nunca más supe de ella.
Perro no. 2: Odie. (sí, como el perro lengüetas de Garfield)
El encantador manojo de nervios que era esta cruza de cocker-con-quién-sabé-qué color blanco con manchas negras, llegó a mi vida moviendo un rabo aún no cortado como regalo de mi abuela paterna. Éramos uña y mugre hasta el día en el que se nos salió corriendo por la puerta detrás de un chiamaco que apareció corriendo por el pasillo (vivíamos en una PB). Cuando Odie lo alcanzó, le hizo un rasguño, pero ni siquiera lo tiró al piso (de veras, no minimizo). Pero su madrecita-santa decidió que sí, que hasta lo había mordido y llamó al antirrábico (no le bastó el certificado de vacuna), que terminó llevándoselo preso a la perrera. Por supuesto, nunca volvió a ser el mismo. Sus nervios se alocaron tanto que una tarde se brincó la barda del jardín que siempre lo había contenido. Por suerte, una vecina lo agarró a tiempo de cualquier cosa. A la mañana siguiente, después de dejarme en la escuela, mis padres lo llevaron a casa de mi abuela materna durante unos días, para evitar que le pasara 'algo'. En todo el camino no dejó de ladrar, ni porque le di un par de librazos (ahora me pregunto si sabría lo que le esperaba). Total que ese mismo día, al salir de la escuela, vi llegar a mi abuela. Como no había razón para que ella estuviera ahí, me acerqué a la ventana de su auto sintiendo que se me salía el corazón. "¿Qué pasó?", balbucée. Y ahí, parada en la banqueta, la muy zoqueta me dijo que le habían atropellado a mi perro. A mis 12-13 años supe cómo te podían traicionar las rodillas. Me subí al auto en silencio y me llevó a verlo. Me petrifiqué al tocarlo y no pude abrazarlo como me hubiera gustado; estaba... helado. Por supuesto, odié con todas mis fuerzas a mi abuela por haberlo sacado sin correa. GRRRRR.
Perro no. 3: Bruno
Tristísimas, después de unos meses mi mamá y yo nos hicimos de Bruno, oootro cocker spaniel color miel. Era lindo-lindo, pero algo gruñonson. Lo que no impidió que fuéramos inseparables durante algunos años. Ya adulto, siempre estaba de malitas (¿sería porque a mí la adolescencia me tenía igual?) y como que nos empezamos a caer un poco mal. La cosa se puso peor cuando apareció el Perro no. 4: Denzel, un labrador crema que me volvió loca desde que lo vi tamaño rata-recién-nacida a mis 17. Fue el primer perro que dejé subir a mi cama por las noches, aunque sólo mientras fue un cachorrón; luego creció de tal modo que era o él o yo en la cama (o él cercenándome las piernas). Cuando lo llevé a casa estaba aferrada a la idea de que un perrito le iba a caer rebien a Bruno. Obvio, no. Se volvió celosísimo y hosco. Y como Denzel era (es) un pan de Dios, era imposible no fraternizar más con uno que con otro. Así que eventualmente llegó su época resentida, en la que soltaba mordidas a diestra y siniestra, incluso a nosotros. Hubo peleas en casa por definir su futuro, que siempre acababan conmigo en las lágrimas y el ambiente tenso. Hasta que un día Bruno desapareció. Mi mamá tomó la decisión de llevárselo. Durante años no pregunté qué había sido exactamente de él; tenía miedo. Mis papás tampoco dijeron nada. Intuía que la cosa no había acabado bien. Pero llegó el día en que me atreví a preguntar... Y no, no me atreveré a repetir lo que sé. Es en verdad una de las cosas que más triste me han puesto. Sólo diré que me siento en deuda con él, aunque haya dejado de existir hace tantos años.
Perro no. 5. Tako.
Cuando dejé de vivir con mis padres (por ahí de los 22), les heredé a Denzel. No había modo de que un labrador de sus tamaños cupiera en el departamento al que me mudé. Durante los cuatro años que viví en él, nunca me faltaron ganas de tener un nuevo perro (de dimensiones más humildes, sí), pero el casero lo había dejado claro en el contrato: no aceptaba mascotas. Así que me conformé con acariciar perritos ajenos en las calles y ver con nostalgia envidiosa a sus dueños. Pero cuando me volví a cambiar y ya no hubo restricciones, decidí que era tiempo de cerrar mi capítulo con los cockers y le abrí las puertas al hiperactivo Jack Russell responsable de haberle dado el toque art-mordió a todos nuestros muebles. Su tamaño compacto, agilidad y astucia singular (no miento, la raza es tremendamente un caso), sumados a su carita de ardilla bonachona (cualidad apreciable en la foto superior), le granjearon un lugar fijo en mi lado de la cama, a pesar de todas las negativas de mi señor mareado. Hoy, claro, Tako es EL el rey del hogar, el que verdaderamente goza las instalaciones de lunes a dormingo. Y en definitiva no hay nada como acurrucarme con él y disfrutar viendo cómo disfruta el piojito. Cómo entrecierra sus ojitos de puro placer. 

Y ya, he ahí mis historias caninas a lo Historias engarzadasCon un nudo en la garganta. Supongo que está más que claro por qué no eran conocidas. Y se entenderá aún más que mi perrito actual sea un consentido de primera, sin importar un pepino que el condenado me despierte los domingos a las 7am para salir 'al baño'.


2 comentarios:

  1. gracias por compartir esta semblanza canina, tal cual...

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  2. Pero faltaron fotos de los otros 4 caninos...

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Anda, anda, escupe...