Llevo meses enganchada a la pluma de Haruki Murakami (justo ahora estoy a sólo 60 paginitas de devorarme Dance Dance Dance) y, por uno de esos curiosos timmings que tan bien se le dan a la vida, tengo días reflexionando sobre mis andares literarios. Tan de patrones. Tan míos. Andares de los que un buen día del 2000 decidí llevar registro. No sé bien a colación de qué. Pero desde entonces, cada año una nueva tarjetita blanca me sirve para dar cuenta de aquellos libros en los que me he ido adentrando. Y que con los años ha ido tomando forma de un peculiar retrato de mi vida (además de darle un orden más lógico a mi librero). Extrañamente, a pesar de esta pequeña pero constante obsesión mía, soy una de esas lectoras que, conforme le pasan los libros, olvida el nombre del personaje principal y hasta los detalles de la trama, pero jamás la sensación, la vivencia, la reflexión, la emoción... en la que me sumieron. Jamás. De ahí que baste encontrarme de pasada con cierto título para hacerme sonreír, suspirar, sentir una lagrima derramada... según sea el caso.
También es cierto que soy una lectora autodidacta. Más de instinto que de sabiendas. Porque, fuera de la escuela, a mí nadie me dijo qué leer. O qué no. Para mí, desde niña, los enormes libreros (repletos de libros, claro) que había en casa de mi abuela y en la de mis padres eran puertas abiertas de par en par a un mundo por el que nadie podía guiarme. Un mundo con mi muy personal acceso. No es de extrañar, pues, que tenga incrustada la idea de que los libros sí que tienen sus mañas para llegar a mis manos y a mis ojos en el momento adecuado. Aunque no siempre sepa por qué carambas ese preciso instante es EL momento adecuado.
Para cuando voy dando con los porqués, mis ánimos lectores ya cambiaron de rumbo. Digo, si Picasso pintaba por etapas de color, no veo por qué uno no pueda leer por etapas de ánimo. Y es que, si un autor me engancha, me quedo con él hasta (casi) acabar con su bibliografía o hasta que mi humor da otro giro repentinísimo y encuentro a un nuevo escritor que lo satisface mejor o lo entusiasma más. Aunque no siempre es un autor quien se gana mi atención; también están los días en que cierto tema o interés me guían.
Lo cierto es que, sea cual sea el motivo por el que estoy leyendo, siempre busco tiempo para hacerlo. Así sea en el coche (es sorprendente cuántas páginas se come uno entre el tráfico, y ni hablar de lo 'ligero' que éste resulta). Me siento mal conmigo misma si no lo hago. Ha de ser porque, mientras tengo las narices sumidas en un par de páginas, soy inmensamente feliz, no importa qué esté leyendo.
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