Confieso que yo, un poquillo. Concretamente a la oscuridad al interior de una casa o una habitación, cuando se supone que la parte del mundo en la que estoy duerme.
Cierto temor me abraza en el momento de absoluta oscuridad que se da en lo que el ojo se acostumbra a la penumbra, después de recién apagada la luz. Temo al caminar a tientas hacia la cocina, cuando una sed o una tos de perros me pillan a media noche sin un vaso de agua junto a mi cama. Temo cuando la vejiga me obliga a levantarme entre sueños.
No creo en fantasmas. Tampoco he visto uno. Pero temo descubrir que a diario convivimos con ellos. Cada noche sé que no hay nadie más que nosotros en casa, pero si me veo forzada a salir de las cobijas temo encontrarme con alguien tan pronto dé unos pasos lejos de éstas. Y temo más al apagar la luz, cuando he de dormir sola en un cuarto de hotel. Entonces me parece más posible que nunca que haya un mundo paralelo a este, y que la oscuridad total sea la responsable de abrir la puerta que los une. (Pocas veces he experimentado sudor frío a través de la lectura, como cuando se abren las puertas del elevador en el piso 15 del Dolphin Hotel —en Dance Dance Dance, de Murakami—, y una oscuridad absoluta aguarda al protagonista.)
Una y otra vez me digo que, a estas alturas de la vida, semejante temor resulta un tanto ridículo. Ahí, parada, en plena oscuridad, me aferro a la cuerda de lo racional que todos llevamos dentro, pero siempre llega la próxima vez y todo se repite. Aunque ahora que lo pienso, quizá temerle a la oscuridad no sea otra cosa que un reflejo de lo que me pone de cabeza el mundo: lo incierto.
*Tomé la foto con mi iPhone. Una madrugada de jueves camino a Pátzcuaro, cuando pensé que podía ser el último día que veía a mi padre.
Por el contrario yo disfruto deambular por mi casa sin prender las luces iluminada por la poca luz de luna que penetra por las ventanas, y en los dias de luna nueva por los pequeños foquitos de los aparatos en stand by. Y me gusta sentir la tranquilidad que me da sentir Paz y no miedo en este medio tan conocido y diferente a la vez. Pero eso es en mi casa, en un hotel no puedo dormir sin dejar una pequeña lampara de baño prendida, simplemente no me siento segura fuera de mis habituales sombras.
ResponderEliminarRemedio: know thy body and mind and then let go.
ResponderEliminarContempla tu hábito a pensar que hay "alguien".
Contempla todas las resistencias que tu cuerpo genera para protegerse de ese "alguien" (tensión en el pecho, estómago, quijada, músculos, etc.)
Después "deja ir" todo eso que contemplas.
"Dejar ir" es vivir en ese estado que describes en tu post "Vuelta (exprés) a mi infancia". Ese estado es ese "soltar" que vives cuando te hacen piojito y te masajean los pies tus papás.
Combina esa dicha relajada con la oscuridad.
Y si te topas con "alguien" compártele esa dicha relajada ;)
La oscuridad es el único lugar en el que puedes estar tú sola. A la luz estás acompañada del quehacer diario, aunque esto sea estar leyendo y nada más. A mi no me da miedo la oscuridad, lo que temo es que no tengo que ver hacia adentro para poder dialogar conmigo mismo.
ResponderEliminar¿Será que lo que te da miedo de la oscuridad es tener que enfrentarte con ese "lado oscuro de la luna" que hay en ti?
:/