lunes, febrero 22

¿A dieta, yo? Sí, yo, a dieta

Nunca me había puesto a dieta. Nun-ca. Acháquenselo a un metabolismo acelerado, a un régimen nutricional según yo bastante decente, a que siempre he hecho mucho ejercicio (hasta antes de esposarme a un escritorio) y a una pata hueca que me dejan comer todo lo que quiero sin realmente hacérmelo notar. Pero da la casualidad de que surgió un ejercicio editorial para el que me ofrecí como conejillo de indias. "¿Por qué no?", me dije. "Total, estas ocho semanas de disciplina marcial (o J. me estrangula) me van a obligar a desempolvar mis tenis para correr. Y vaya si mi cuerpo y mi humor (y el mundo entero) me lo van a agradecer".
Así que heme aquí, en el día 1 de mi primera vez (y espero que única) a dieta. Según veo, la dificultad no está en que se trate de un programa mátate-de-hambre. No. De hecho, tengo que comer más veces de las que usualmente como. La dificultad está en organizarme con todo ese asunto de las colaciones y entrecomidas que marca el plan. Ya no digamos lo de medir las porciones (¡!) y estar pendiente de que no se me vayan más de tres horas sin comer. Y mejor ni pienso que, en una de ésas, me aburro de lo reducido que puede parecer el menú o lo poco antojable (doble ¡!).
Justamente, creo que el verdadero monstruo a vencer va a ser mi mente y sus antojos. Porque, ya se sabe, soy mujer de diente antojadizo full time. Sin contar con que, limitadas las opciones, todo se antoja exponencialmente. Si lo habré experimentado hoy que fui al súper a comprar queso panela (¡Gouda, cómo te extraño ya!) y otro bonche de menesteres.
Se los digo ya: mi admiración para aquellas que viven a dieta, porque no sólo se hace más difícil no desear lo rico. Encima, la cocinadera es una rotunda complejidad. Pero, como dicen, el hombre es un animal de costumbres. Y yo, hasta ahora, no estoy acostumbrada más que a ser una troglodita despreocupada.

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