lunes, marzo 8

El día que descubrí a Lorrie Moore



Descubrir a un autor que te cautive, del que quieras devorarte todo aquello que ha escrito, es un néctar delicioso, aunque no necesariamente común. Porque, aun cuando hay un un sinfín de buenos autores, no siempre se hace ese click con la voz de sus personajes.
Di con Lorrie Moore por casualidad el año pasado, justo cuando retomé el hábito de echarle un ojo a las recomendaciones de Babelia, en El País (acá la entrevista). Me llamó la atención que mencionaba haber retratado, en cierto modo, a un Estados Unidos post 11-S (tengo una curiosa obsesión por las novelas con este tema) y lo anoté en mi infinita lista de libros a comprar y leer.
Finalmente llegó a mis manos como regalo de cumpleaños (¡gracias L.! y no quise apilarlo en el altero de 'ya llegará su momento'.
Como con todo autor desconocido para uno, temí no engancharme y arrastrarme para acabarlo. Pero gratamente me bastaron unas páginas para disipar esa nube y descubrir, bien plantado, un humor ácido y crítico. Y, a la vez, una trama aparentemente sencilla, pero llena de sacudidas entre líneas.
Al pie de la escalera retrata un tema algo ajeno para México: la adopción interracial entre una clase media supuestamente liberalísima, a través de Tassie, una estudiante universitaria, procedente de uno de esos pueblos situados en medio de la nada, Dellacrosse (del que la narradora dice que es el espacio exterior del espacio exterior, donde la gente le resulta alienígena).
Diálogos, reflexiones y monólogos para despatarrarse de risa, hay muchos. Como también momentos para detenerse en seco a reflexionar, a lagrimear por cómo somos, por lo que dejamos que nos pase. Además que las quejas-observaciones de Tassie son fascinantes, (como los tamaños orwellianos de los vasos en Starbucks o que en su pueblo hablen en un tiempo pluscuamperfecto, porque al hablar, todo es preámbulo), uno de los pasajes que más me impactó fue este (que se da cuando Tassie está jugando en el parque con la niña a la que cuida cada tarde):

—¿Crees que podríamos quedar de vez en cuando para que jueguen?, preguntó la mujer. Maddie no tiene amigos afroamericanos, y creo que le vendría muy bien tener uno, sonrió.

El otro, con el que sí se desgarra uno las vestiduras, no se los cuento, por si leen el libro. Como sea, es lamentable a morir que en nuestras librerías no esté disponible su obra. Dirán los libreros: ¿pero a quién le va interesar esta neoyorquina? Pues sí. Maldita mente pueblerina que tenemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Anda, anda, escupe...