Cuando éramos niños, andar en bicicleta y en patines por nuestra cuadra o colonia era cosa de todas las tardes. Incluso sin madre a la vista. A lo más, regresábamos a casa chamagosos y raspados, producto de una espectacular caída. Pero eso fue hace más de tres, cuatro… décadas. Hoy, aquello nos parece una hazaña irrepetible, no sólo para nuestros hijos, incluso para nosotros mismos. La ciudad ha crecido; el tránsito ha enloquecido. Tanto, que no importa cuánto hayamos rodado nuestras llantas con un Frutsi, eso de montar una bicicleta y salir como si cualquier cosa a la calle nos parece digno de una demencia absoluta. Aunque hay valientes que cada día salen a reclamar el espacio ciclista. Y como son cada vez más, poco a poco la confianza de todos se ha ido refrescando. Se nota los mañanas de domingos en Reforma. Se nota en el paseo dominical cada fin de mes. Se nota en algunas colonias durante los fines de semana. Pero no es lo mismo ir al volante de una bici en un fin de semana o en un área controlada que salir en ella al tránsito feroz. Lo que es cierto es que sortear muchos de los peligros que implica básicamente tiene que ver con respeto, de unos y otros por igual. Como un intento por hacer patente cuánto debemos trabajar aún en estos asuntos, desde 2003 (www.ghostbikes.org), por las calles del mundo han ido apareciendo bicicletas pintadas de blanco allá donde cayó un ciclista en un accidente de tránsito. Lo mismo si fue en una avenida transitada o en una esquina aparentemente inofensiva. Son fantasmas que, de algún modo, se instalan ahí para recordarnos que el ciclista al que respetas puedo ser yo. Que el ciclista al que respeto, puedes ser tú.
*Quería compartirles este textilo que escribí para la versión impresa del boletín mensual Todos en movimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Anda, anda, escupe...