miércoles, marzo 3

¿Se irá a acabar el mundo?


Vaya uno realmente a saber. Tendremos que esperar al 2012 para descubrirlo. O no. Como sea, siento que se trata de una pregunta que nos estamos haciendo cada vez, no sólo con mayor frecuencia, sino con más apremio. Como si una duda más certera se nos fuera enclavando de a poco. Y claro, con desastres como el de Haití o el de Chile (¡8.8 por minuto y medio!) sobra tela de dónde elucubrar.
Algunos dicen que la Tierra está enojada con nosotros, que está resentida por cuánto hemos abusado de ella. A lo mejor. A lo mejor no tanto. Sabrá ella. Lo que sí me parece es que el 2010 arrancó de tajo, y no tomando vuelo paulatinamente, como nos habría gustado (o como creemos que debería de ser). No sólo es que todos andemos corriendo como caballos desbocados ante tanto bomberazo. Es que, de algún modo, todos hemos enfrentado sismas personales, raspones, sinsabores, desconciertos, pedradas, accidentes, asaltos... Súmenle. Pero, sea lo que sea, como que nos han agarrado con el carro frío, a lo áspero. O al menos así ha sido en mi entorno cercano.
A mí lo único que me va haciendo algo de sentido es que tanta adversidad está que ni pintada para reducir un poco nuestra velocidad (¡oh, ironía!), repensar y repensarse. Cercionarnos de lo que sea que cada uno tenga que cerciorarse. Al nivel que sea. Digo, nunca está de más darse un tiempito para responder a una pregunta como... ¿pero, qué carajos estoy haciendo? (¿o sí?) Si lo que tenemos que decir al respecto nos gusta o no, bueno, cierto esfuerzo podría hacerse para cambiarlo. Y, entonces, darnos aliento para llegar a buen trote a ese mítico 2012. Que a lo mejor resulta tan poco espectacular como el 2000, cuando nos dimos cuenta de que no volaban los autos, ni volarían pronto.

1 comentario:

Anda, anda, escupe...