jueves, junio 17

Crónica del México-Francia, según una no futbolera

En mi casa, ver el futbol nunca fue parte de los rituales familiares; de modo que carezco de recuerdos asociados al taco y al balón. Soy de las que no sólo no entiende las jugadas entre 11 tipos para anotarle al contrario, sino que encima no las siente. Soy célebre entre mis amigos por alguna vez haber confundido la posición de volante con la de volantero (sic). Me di por enterada del otro significado de Panini hasta que escuché por ahí el alborozo que genera el intercambio de repetidas. Y tampoco puedo negar que en más de una ocasión he hecho los comentarios de rigor del resentido antifutbolista. Supondrán bien entonces: llevar la cuenta regresiva para el Mundial no era cosa mía.
Pero contra todo pronóstico terminé viendo el México-Sudáfrica. En parte porque ese día estaba insomne desde las 6am. En parte, supongo, por mi admiración (sí, admiración) ante tanto entusiasmo exudado; que ha de ser el mismo de cada Copa, pero comprenderán lo fácil que es olvidar los detalles que no te interesan. Sin contar con que estamos más comunicados que nunca. Y debo confesar que cuando el mundo entero se une de tal modo por un balón, resulta difícil no cuestionarse por qué no se cae bajo el mismo encanto (aunque te lo hayas respondido ya otras veces).
Con todo esto andando en mi cabeza, es lógico que también terminara viendo el México-Francia. Sin pensarlo, a la 1:15 prendí la tele. Sola en mi sillón, pero en sintonía con prácticamente todo el país, empezando por mi edificio. No hay otro modo de explicar el eco de la tele. Pasé el primer tiempo echando uno que otro vistazo al partido mientras escribía en la computadora. Aunque poco a poco se fue invirtiendo la ecuación. Los gritos de emoción, potenciados por el cubo de las escaleras, y las subsecuentes celebraciones contenidas empezaron a distraerme. O a hacer que me concentrara en los 22 tipos sobre la cancha. Asegún.
No puedo decir que experimenté cómo se va la sangre a la cabeza ante cada llegada a la portería y cómo se estrella en los pies cuando se falla, pero sí que bajé mi guardia. Para el segundo tiempo conservé la computadora en el regazo, pero prácticamente no tecleé nada. Pensé: ojalá no se cansen (¿acaso no padecemos de siempre intentarlo y no lograrlo?). Sonreí de corazón ante la cara de extásis del tal Chícharo tras anotar el primer gol (no importa el deporte, me maravillan las expresiones de los deportistas triunfadores). El edificio vibró. E inmediatamente acudió a mí el típico "con que ahora no se confíen". Corrieron algunos minutos más y vino el marcaje de un penal. Un penal: la prueba que siempre se falla, ¿no es eso lo que se dice comúnmente? Mientras se acomodaban, una parte de mí pensó en qué pasaría si Cuauhtémoc Blanco la fallaba. La otra esperaba que la metiera; la misma que decidió cerrar los ojos, contener la respiración y no mirar sino hasta escuchar los gritos indicativos de que la había metido. La repetición triunfal, pues. Siguieron las obligadas tomas de los franceses desencajados, aunque a mí me habría encantado un micrófono oculto para escuchar los pensamientos del director técnico galo. Dudo que hayan sido políticamente correctos.
Y de pronto... el corredero y los pases largos se redujeron al mínimo. México se sabía con el partido ganado y Francia, derrotada. Sonó el silbatazo final. Ya habían transcurrido los 90 minutos, con todo y medio tiempo (¿en qué momento?). Mientras los jugadores intercambiaban sus camisetas, me llamó emocionadísima mi madre (¿desde cuándo ve ella los partidos?, ni idea) para ratificarlo: habíamos ganado. Cuando colgamos me quedé un rato contemplando la cancha vacía, las gradas aún verdes. Afuera, en la calle, chocaban ya los alaridos y claxonazos de euforia. Mis vecinos brincaban en el piso de arriba y en el de junto. Y pensé: Sigo sin entender nada del juego y no estoy al borde del fervor casi religioso, pero estoy emocionada. No puedo ignorarlo. Como tampoco puedo ignorar lo bien que la alegría y la ilusión, aunque se diluyan, le caen a un país inmerso en tetricismos a tiempo completo. Me alegra que hayan ganado. Me alegra haber visto el partido. Pero más me alegra la alegría que se respira en el aire. Ojalá flotara en él por muchas otras razones, más allá de la cancha.

7 comentarios:

  1. Yo también sonreí al ver a los nuevos vecinos de MH todos emocionados. =)

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  2. Chaps Says

    ...me encanta que escribas y escribas, y sí la emoción se contagia por los goles... de acuerdo, ojalá que también fueran por otras razones y la energía se acumulara de esa manera para solucionar otras cosas..ni hablar..

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  3. Laura Gamboajunio 18, 2010

    Para mí el deporte, como el arte, enaltece al ser humano.
    ¿Por qué? Porque es inocente, sincero y porque dice tanto, pero tanto, de nuestra naturaleza. No sólo del que lo practica, también del aficionado.
    Claro, ojalá hubiera alegrías en muchos otros frentes. Mientras esas llegan, hay que saborearse la alegría del fut, que a mí me conmueve porque es sencilla: dos tipos metieron dos balones a la portería y nada más importa.

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  4. Hay cosas en la vida que uno no entiende hasta que las experimenta. No importa cuántas veces te hablen acerca de ellas, te cuenten sus experiencias y demás; hasta que uno no las vive, no las entiende por completo.
    Me gusta el fútbol pero tampoco soy de los clavados que no se pierden un partido ni de los que tienen tanto conocimiento en esa área como si hubiera un PhD en "futbología". Sin embargo, me gusta ver los partidos más importantes y no hay nada mejor que verlos entre amigos.
    No sé explicarlo pero las emociones se intensifican de una manera bastante grata cuando lo ves con todo un grupo: las tristezas no son tan desconsoladoras y las victorias tienen un sabor más esquisito.
    Y sí, ojalá y esto trascendiera el mundo del fútbol en otras áreas más necesitadas pero es increíble experimentar estas fuertes emociones aunque sea sólo por ahora.

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  5. Me encanto tu post, tu perspectiva y todo.

    Finalmente, recordar es volver a vivir no?

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  6. Y sabes que lo más curioso es que los dos goles los anotaron "volanteros"? Sí, Chicharito y Cuau sirven tanto de volantes, como de delanteros; así que tu apreciación fue correcta. Arriba los volanteros

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  7. ¡Hey! Gracias por sus comentarios. Es todo un descubrimiento para mí disfrutar un partido de futbol. :)

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