Llevaba años, literalmente, de no escuchar a Eric Clapton. Volví a hacerlo porque, de paso, alguien me recordó la existencia del Crossroads. ¿Cómo pude olvidar que la música de este tipo me emociona tanto? No sé, no sé. Pero me pasa. Siempre digo que no tengo canciones favoritas pero, de tenerlas, una de ellas obligadamente sería "Layla". Toda ella. Aunque, ¡santocristo!, el solo me resulta em-bria-gan-te.
Cuando Clapton vino a México, al Foro Sol, fui a verlo con mis padres (puedo presumir que me han llevado a grandes, grandes conciertos). Si sus acordes me emocionaban desde pequeña, verlo en vivo me estremeció. Puede que no sea el mejor concierto al que he ido, porque no traía show alguno. O puede que acaricie dicho calificativo justamente por eso. Qué importa. Es un gran músico. Aparte de un cielo particularmente estrellado como telón, era ese hombre canoso, vestido con pantalones khaki, camisa azul (más señor, imposible), su guitarra y su discreta banda, al centro de una gran estructura metálica que soportaba un sencillo juego de luces. Y ya. Pero con eso bastó. Sólo de recordarlo se me eriza la piel (sé que estoy en una etapa muy eufórica de mi vida, pero no exagero: así fue).
Clapton llegó a mis oídos por culpa de mi padre, quien lo escuchaba mientras barría o lavaba trastes el fin de semana. (Él. Yo mientras realizaba labores propias de la edad, como mal tocar un pianosaurio). Pero, más que un gusto impuesto o por añadidura, desde niña una parte de mí se hipnotizó no sólo con la canción que le escribió a la entonces mujer de George Harrison, Pattie Boyd (terminó casándose con ella; y divorciándose, cómo no). También con "Cocaine", "Wonderful Tonight", "Bell Bottom Blues", "River of Tears"... Entonces, escucharlo era como escuchar emociones con las que me relacionaba pero no entendía.
En 1991, cuando su hijo de 4 años, Conor, cayó del piso 53 de un edificio en Manhattan, yo tenía 13. Y recuerdo sin fisuras el momento en el que dieron la noticia por radio. Más que impactarme, me invadió una gran tristeza. Meses después, cuando escuché "Tears in Heaven", pensé en lo mucho que me gustaría llegar a ser capaz de destilar así una pena semejante (de forma más instintiva que así de estructurada, claro). Ya no había vuelta atrás: Eric Clapton se quedaba conmigo, a pesar de la contreritis paternal típica del adolescente.
Nunca me había escarbado para deducir por qué su música se me mete hasta los huesos (yo, la no musical), pero ahora que escucho su Live on Tour 2001, lo sé: cuando lo escucho, escucho a alguien que se ha dejado el corazón y las tripas en sus canciones, a alguien que no se arredra ante sus batallas. Y con ese mismo ritmo las ejecuta. Diría la astróloga: pues sí, es un Aries. Espero no volver a olvidarlo.
*Sin duda, tenía más onda cuando era joven. Ah, los setentas.
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