domingo, junio 6

¿Para qué? (o reflexiones de una workaholic en rehabilitación)

En el mercado de Pátzcuaro, Michoacán, sólo una o dos señoras venden huchepos cada mañana. Llegan alrededor de las 9 con su olla de tamales de elote llena... sólo hasta la mitad. Acomodan su sillita, abren su sombrilla y se van tan pronto venden el último. Eso puede llevarles lo mismo 15 minutos que una hora (no más). Depende del día. Del antojo local. A saber. Si has calculado mal la demanda de esa jornada y llegas cuando está recogiendo el tinglado (sean las 9:15, 9:30 o 10:00), sin un gramo de lamento en la voz (y quizás hasta con un dejo de regaño), la señora te dirá: "Uy, no. Ya se me terminaron. Ora hasta mañana". En caso de que al llegar no la encuentres y por ingenuidad creas que ese día se puso en un lugar diferente, en lo que es un gran gesto de amabilidad, la señora de junto te dirá: "Se acaba de ir. Ora hasta mañana". Un local despistado se irá conforme. Sabe que quien alcanzó, alcanzó. Pero un citadino fuera de lugar como yo se irá pensando por qué, si podría, no llena la olla. Algo parecido sucede con la señora que vende gorditas en la plaza central. Todos queremos las rellenas de papa, pero ella rigurosamente sólo prepara algunos paquetes (vienen tres en cada uno) de ésta; el resto de la canasta (que termina siendo la mayoría), con otros sabores. Y sí, una historia similar se da en la panadería a dos cuadras, donde un pan de higo se acaba en cuestión de minutos. Se lo llevan quienes están en la fila el día correcto a la hora correcta (que sólo el espíritu del panadero determina cuándo es). Así, lo que sonaba como una fantástica mañana de delicias locales, termina en un fracaso estrepitoso. Con su consabida frustración culinaria.
Ya en el autobús de regreso a la ciudad, pensé en eso que se piensa siempre que se viven un par de días inmerso en el ritmo que impera fuera de las grandes ciudades: la gente no sabe lo que es la prisa. Ni para servir un helado (menos para comérselo, por supuesto) ni para cruzar la calle. Tampoco le encuentra mucho sentido a aquello de trabajar o vender más para tener más. Se rigen, simplemente, por el 'vivir al día'. Y luego me reí y sentí torpísima cuando me encontré con esta fábula en el periódico del fin de semana (contenida en un artículo sobre cuánto nos hemos dejado arrastrar emocionalmente por la ferocidad del capitalismo):

–Un hombre de negocios pasaba sus vacaciones en un pueblo costero. Una mañana advirtió la presencia de un pescador que regresaba con su destartalada barca. “¿Ha tenido buena pesca”, le preguntó. El pescador, sonriente, le mostró tres piezas: “Sí, ha sido una buena pesca”. El hombre de negocios miró al reloj: “Todavía es temprano. Supongo que volverá a salir, ¿no?”.
Extrañado, el pescador le preguntó: “¿Para qué?”. “Pues porque así tendría más pescado”, respondió el hombre de negocios. “¿Y qué haría con él? ¡No lo necesito! Con estas tres piezas tengo suficiente para alimentar a mi familia”, afirmó el pescador. “Mejor entonces, porque así usted podría revenderlo”. “¿Para qué?”, preguntó el pescador, incrédulo. “Para tener más dinero”. “¿Para qué?”. “Para cambiar su vieja barca por una nueva, mucho más grande y bonita”. “¿Para qué?”. “Para poder pescar mayor cantidad de peces”. “¿Para qué?”. “Así podría contratar a algunos hombres”. “¿Para qué?”. “Para que pesquen por usted”. “¿Para qué?”. “Para ser rico y poderoso”.
El pescador, sin dejar de sonreír, no acababa de entender la mentalidad de aquel hombre. Sin embargo, volvió a preguntarle: “¿Para qué querría yo ser rico y poderoso?”. “Esta es la mejor parte”, asintió el hombre de negocios. “Así podría pasar más tiempo con su familia y descansar cuando quisiera”. El pescador lo miró con una ancha sonrisa y le dijo: “Eso es precisamente lo que voy a hacer ahora mismo”.

Primero me reía amargamente porque vi mi absurdo "¿por qué no...?" retratado. Luego me dije que, en efecto, los citadinos vivimos presas de más meses sin intereses de los realmente útiles. No. Yo no viviría en una pueblito. Al menos no ahora. Y me queda claro que las reglas no escritas para sobrevivir en una ciudad son otras. Pero ahora creo que mantener bien clara la respuesta del para qué trabaja uno tanto es un buen principio para vivir al día. Cualquiera que sea la interpretación que uno desee darle a la frase.

1 comentario:

  1. pues lo qno te paso por la cabeza es q las personas q mencionaste mantiene cautivo el mercado la de los huchepos no hace muchos para tener venta el dia siguiente igual q los demas

    unos uchepos con su crema y su queso cotija y sus salsa de jitomate, q rico

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