martes, septiembre 28

Retrato ilustrado

Hace unos días el mareado encontró esta ilustración en interné y dijo que le recordaba a mí. Siento más que bonito que me vea de este modo. Como me dijo Ev. hace poco: es como mi Hobbes personalísimo. Y ya. Suficiente cursilez por post.


Tengan en cuenta que la ilustración salió de este sitio: http://tthp.bigcartel.com/

lunes, septiembre 27

Estar solo, o con uno mismo



Hacía tiempo que no iba sola al cine. Bastante, de hecho. Y hoy que fui a ver Comer. Rezar. Amar recordé lo bien que le hace al ánimo. Al menos al mío, que nunca le ha encontrado el lado lamentable a ir sola a una sala. Ni a la palabra sola, de hecho. Será que si algo me dejó mi infancia es darme cuenta de que, de algún modo, uno nunca está solo, sino siempre consigo mismo. Aunque no todo el tiempo resulte fácil lidiarse. Pero esa es otra historia.
El caso es que ir al cine sin compañía es una de esas indulgencias que olvido darme con mayor frecuencia. Y me hace salir radiante a encontrarme de nuevo con el mundo, sin que importe qué tan buena, mediocre o mala me haya parecido la película. Será que sola todo es más como... a granel. No hay ni pizca de mí preocupada por el gusto del otro. Ni me siento compelida a salir con una postura en la boca tan pronto pongo un pie fuera de la sala. Sólo estoy ahí, frente a la pantalla, absorbiendo más sin filtros que nunca lo que esta proyecta. Saboreando el disponer por completo de un tiempo para mí. Justo como cuando leo, escribo, duermo una siesta o salgo a caminar sin rumbo fijo. O incluso cuando estoy en casa, en silencio. De algún modo es un abrazo. De esos que sólo uno puede darse.

miércoles, septiembre 15

Sí, es posible



Hoy es el cumpleaños de la patria. Y, la verdad, la verdad, traigo las tripas y los pensamientos un tanto revueltos (mi malestar gargantesco tampoco ayuda mucho a desenmarañarlos). Pero, más allá de mi sentimiento agridulce ante los sí y los no atacándonos unos a otros, terminé por recordar que mientras se tenga un par de pies en la tierra, virar hacia algo mejor siempre es posible. Y aunque una cosa no tiene que ver con la otra, ver estas ilustraciones de Doña Ev (después de aquí, vayan a su blog: http://evelynalarcon.wordpress.com) rellenaron con otro poco de fe y esperanza mi corazón. En particular Colorina, como se titula la primera. Cosa que, en un día así, se agradece. Y mucho. ¿A poco no?

martes, septiembre 14

¿Me guardas?

Ya les había dicho que colecciono botellas verdes. O eso creo. Bueno, lo cierto es que también me encantan esos envases que te imploran guardarlos (aunque no sepas para qué), sin importar cuál es el producto que viene con ellos. Y resulta que a alguien ya se le ocurrió compilar la de boniteces hechas envases que hay en el mundo (así sólo sea en formato diseño-estudiantil). Echénse una vueltita por www.lovelypackage y verán. Yo, por lo pronto, quiero los sundaes, el cafecito, las velas, más botellas de agua, muchos Happy Kits y...





lunes, septiembre 13

Meras intervenciones

Tonteando por ahí me encontré con este tumblr: http://lofeonosevende.tumblr.com/ y quería compartir con ustedes sus intervenciones librísticas. Según veo, es de creación reciente (el tumblr) y la onda es más bien darnos la menor información posible, pero de que está bonito, está bonito. Digo yo.





lunes, septiembre 6

Pretender que es ficción

–Besides, if you are bothered by the idea of this being real, you are invited to do what the author should have done, and what authors and readers have been doing since the beginning of time:
PRETEND IT'S FICTION

Reí como tontita con este extracto de A Heartbreaking Work of Staggering Genius, de Dave Eggers. 

El mundo es así, y así lo quiero

Rina Castelnuovo, para The New York Times.
Categoría: General News 3er lugar individual.


No llevo la cuenta de desde hace cuántos años acudo a la muestra de World Press Photo en el Museo Franz Mayer. Pero sé que no son pocos. Aunque los últimos dos me abstuve de ir porque me hastié de ver siempre el mismo tipo de fotografías. Primero, el mundo destrozándose a balazos y bombazos, cayéndose a pedazos (de piel, de concreto, de tierra). Y luego, como para palmearte un poco el estómago, la poesía visual del hombre y su vida cotidiana. Bah. 
Este fin de semana pasé por ahí, como para ver si el año pasado (en el que me alejé un poco más del frenesí noticioso) había tenido un golpe de suerte y la cosa algo había cambiado. Pero no. Como era de esperarse, no. Como cada año, colgadas hay grandes fotos (de esas que entran en la categoría: el lugar correcto en el momento adecuado con el ángulo necesario), pero en ellas está retratado el mismo hombre de siempre: el sobrado de coraje, enfermo de poder, en su papel de víctima y de victimario. Y también el sonriente de espíritu, el que lleva su cuerpo a los maravillosos e increíbles límites de este, el que vive. 
Pero ahora, por primera vez, mientras transitaba a pasitos del infierno al cielo cotidiano no sentí oleadas de enojo. Tampoco se apoderó de mí la desesperanza. Me di cuenta de que por fin acepté algo que parece una tontería pero que hace una gran diferencia, y que en años anteriores no me era posible deglutir: el mundo es así, siempre lo ha sido y lo seguirá siendo. Y así está bien. Comprendí que lo único (y muy valioso) por hacerse es tomar verdadera consciencia personal de la molesta protuberancia que todos podemos ser desde nuestro pequeño punto cardinal en el universo y tratar de dejar de serlo. Así que ahora, al salir, me pregunté: ¿qué más, qué más está en mis manos? Porque estoy dispuesta a hacerlo. Como abrirme de verdad al hecho de que todos, todos somos iguales. Que nadie es mejor ni peor que yo. Ni aquellos a los que pueda considerar mis enemigos.

viernes, septiembre 3

Chochitos bajo receta


Se habrán ya dado cuenta de que últimamente dejé el canal de las quejas para concentrarme en el de una actitud más amable, digamos, ante la vida. Yo que siempre critiqué a la gente sonriente ahora ando de un chaini que a veces pienso resulta un tanto insoportable. Pero qué le va a uno hacer, esos caminos me toca recorrer. Muy contentilla. Pero dado que una cosa son mis experiencias más personales y otra que me entraron unas ganas locas de compartir ciertos aprendizajes, decidí abrir una nueva cuenta en Twitter (@confortuit) y otro blog (confortpills.wordpress.com). Lo que no significa que abandonaré este. Sólo que así podré dividir mejor mis intereses y no embadurnar la mayonesa con la mostaza. O al revés. Allá saturaré de artículos, cartones, reflexiones, blogs, extractos y demás que han ido torneando a La que suscribe de hoy, pero más en una especie de ejercicio editorial. Mientras acá seguiré compartiéndoles mis asuntos personalizados. Sólo quería que lo supieran, por si les preguntan.

La vida en bici

La dócil Martina.
De chamaca le ponía un Frutsi a la llanta de atrás de mi bicicleta. No sólo me gustaba el sonido al andar. También el que hacía al frenar bruscamente y derrapar. No recuerdo el día en el que aprendí a andar en dos ruedas, pero sí me recuerdo primero a bordo de un triciclo, luego de una bicicleta con llantitas amarillas, más tarde en una de tamaño medio (a esta era a la que le ponía el Frutsi), seguida por una de carreras (nunca logré entenderme bien con ella) y una de montaña.
En mi bicicleta pimpeada con el Frutsi salía cada tarde a recorrer la cuadra en la que estaba nuestra casa. Iba y venía sinfín, hasta ultrachapearme los cachetes. Para cuando tuve la de montaña, mi costumbre se volvió subir y bajar casi cada tarde la carretera del cerro cercano al que vivíamos. Me gustaba la conquista personal que representaba subir la cuesta, pero sobre todo admirar el paisaje desde la cima y escuchar cómo el viento mecía los árboles. Y luego, dejar que me acariciara las mejillas al descenso. Pero entonces entré a la universidad y a trabajar, y la bicicleta hubo de detener su kilometraje. Vino mi mudanza a 'la ciudad', al tercer piso de un edificio sin elevador, y no siempre estaba de humor para subir y bajar el armatoste, terminé por almacenarlo en casa de mi suegra (ahí sigue, por cierto).
Vuelta a mudar, ahora a un edificio con elevador que de nada me sirve porque está prohibido subirse en él con una bicicleta, opté por comprar un modelo más ligero, de cartero que le llaman. Así fue como llegó Martina a mis manos (la única bicicleta a la que en un acto de tremenda cursilería le he puesto nombre). Lo suficientemente ligera como para subirla y bajarla yo sola varios pisos. No he vuelto a andar en bicicleta con tanta ahínco como antes, pero de vez en cuando si me refugio en las calles desiertas que sólo las mañanas de domingo ofrecen en esta ciudad.
¿Y todo esto a cuento de qué? Pues nada, a que me causa una emoción grandota el que poco a poco se abran más espacios para las bicicletas en la ciudad. Que sea más común andar en una, incluso entre semana. Que se piense en ella como forma de transporte público, porque tengo la firme convicción de que pedalear de vez en cuando le hace muy bien al corazón, y no sólo en cuestiones físicas.

miércoles, septiembre 1

Uffffffff


Adoro esta obra de Gerhard Richter, llamada Betty.