martes, junio 30

Día 'too much to handle'

Llueve, mas no diluvia. Por el parabrisas de mi auto resbalan cientos y cientos de gotas. Las luces traseras de los autos conforman un río difuso. A mi lado resplandece una torreta. A lo lejos, la luz en rojo del semáforo está a punto de cambiar a verde. Y, por un segundo, siento cómo el mundo se detiene por completo. Me veo ahí, suspendida entre el tráfico. Un dolor extraño me sube por la espalda, se apodera de mi estómago y mi garganta. Quiero romper en llanto, no sé bien por qué. Pero sólo brotan un par de lágrimas. Y es entonces cuando lo comprendo: hay un vacío atorado en mí. Doy un gran suspiro, al tiempo que escucho un cláxon. El semáforo se ha puesto en verde. El momento para desahogarme se ha esfumado. Aunque el vacío paralizante sigue ahí. Enquistado. Lo siento. Parece que tardará unos días más en liberarse.

sábado, junio 27

Esto que leo, esto que soy. Parte 2.

Mi madre siempre me anda pregunte y pregunte por qué leo lo que leo y, aunque en mis emocionales adentros sí sé por qué, nunca me he tomado el tiempo de darle una respuesta-respuesta. Supongo que por eso ando escribiendo esto. Lo cierto es que eso de por qué uno lee lo que lee es buena pregunta. De algún modo, leer implica una especie de agenda escondida de razones personalísimas. 
No es que por estos días yo sea una 'descubre-autores', como quien vive con la nariz empapada de literatura. No, no. Tampoco es que me gusten los best-seller tipo Ángeles y Demonios (que, fuera del prejuicio típico de lector-con-ínfulas, no tengo nada en contra de ellos). No, no. Yo más bien diría que mis actuales gustos literarios están a medio camino entre uno y otro. O sea que si los primeros fueran los caminos polvosos fuera del mapa que requieren un todo-terreno para recorrerse y los segundos, las autopistas en los que una llanta de refacción sale ilesa, yo diría que mis lecturas son como esas carreteras dos-tres pinchonas de dos carriles. 
Ya lo dije, no fui una lectora precoz. O sea que no leí a Joyce ni a todos-esos-que-se-supone-uno-lee-camino-a-la-erudición. Aunque de niña mis papás me compraban libros de cuentos y año con año me llevaban a las Ferias del libro infantil. Ah, cómo me gustaban esos fines de semana llenos de incesante actividad de la mañana a la noche (origen de mi hiperactividad, claramente). Pero, si la memoria no me deja en mal, mis lecturas empezaron a tomar forma propia fuera de los salones de secundaria. Más allá de los libros que nos endilgaban en la escuela, nadie me dijo nunca qué leer. O qué no. Leí lo que me apetecía de lo que tenía al alcance. Y, así, simplemente he leído lo que tenía que leer. Poco a poco he ido brincanco de libro en libro, de gancho emocional en gancho emocional. 
Hoy puedo sonar reteavezada (y también rete a lugar común, cómo no) diciendo que autores como Coetzee, Bolaño, Murakami o Roth han dejado su pluma grabada en mi persona. Pero sería presuntuoso omitir que terminé llegando a ellos, en primer lugar, gracias a Agatha Christie. Sí, mi memoria lectoril me dice que fue ella la primera en embaucarme en esta droga-bien-vista que implica devorarse páginas y páginas; en este asunto de no querer que se acaben y, al mismo tiempo, ansiar saber qué depara la frase previa al punto final. 
Ya luego se fueron repartiendo y sumando la culpa Mika Waltari y su Sinuhé el egipcio (juro que me sentí recorriendo la oscuridad de los pasillos egipcios a su lado). Gary Jennings y sus Azteca y Marco Polo (yo hasta diría que viví con ellos sus aventuras). José Agustín y sus La tumba, Ciudades desiertas y Tragicomedias mexicanas 1,2 y 3 (reí, reí, reí). Herman Hesse y Demian El lobo estepario (qué shock haberme sentido tan identificada con un personaje). Dante y su Divina Comedia (pero sólo el Infierno, el Cielo me aburrió infinitamente; mal signo, supongo, ¿no?). Los amoríos planteados por Ángeles Mastretta y Marcela Serrano (aptísimos para soñar adolescentemente)... Uushhh. Qué avalancha de alegría y nostalgia por esos y otros autores y libros. Tanta como para parar ahora mismo de escribir y correr a mi librero (aquí a dos pasos) y ver sus portadas y sonreír por todos los gratos momentos que me han dado. Regreso... en otro post.

jueves, junio 25

"I'm sorry Mr. Jackson"

3:00 p.m. La muerte de Farrah Fawcett nos dio de qué hablar por la mañana. A algunos más que a otros. Ellos rememoraban su atractivo de poster; nosotras, las ondas de su cabello. Daban cuenta uno que otro post en twitter y facebook. Un ícono más se nos había escabullido.Y en el aire se respiraba cierta incertidumbre. En voz alta o en silencio, todos nos preguntábamos quién le seguiría los pasos. Por aquello de que los famosos se van de tres en tres. Una racha que se había encargado de inaugurar David Carradine. De algún modo, esperábamos un nombre más pero, en definitiva, no con el que salió la lotería de la muerte. 

3:10 p.m. Tuit.

3:30 p.m. Entre los usuales chistes, comentarios, reflexiones, links a canciones, fotos, blogs y noticias aparecieron temerosos los primeros twitters preguntando si Michael Jackson sería el siguiente en unirse al trío fatídico. Algunos por ahí repitieron lo que empezaba a circular con cautela en la red noticiosa: que Michael Jackson había sido llevado al hospital de emergencia. Un posible ataque. El tópico nos puso en alerta. Podría no ser una tarde cualquiera de jueves.

3:31 p.m. tmz.com/cnn.com/foxnews.com...

3:43 pm. Tuit.

4:00 p.m. Los rumores sobre un posible ataque cardiaco no habían terminado de esparcirse cuando sitios como www.tmz.com o el de PerezHilton ya lo estaban dando por muerto. Sí, por muerto. La pólvora digital hizo que no se dejara sentir el letargo tras la hora de la comida. Twitter y facebook empezaron a sumar actualizaciones minuto a minuto, segundo a segundo. Sí se murió. No se murió. No todavía. Nadie lo confirmaba.

4:15 p.m. tmz.com/cnn.com/foxnews.com/reforma.com/perezhilton.com/bbc.co.uk...

4:20 p.m. Refresh. Refresh. Refresh. Nada en firme. Tuit. Tuit.

4:30 pm. La blogosfera empezó a volverse monotemática. En minutos, Michael Jackson salió de nuestro semi-olvido colectivo y llegó a la cima de nuestros tópicos. Algunos recibimos llamadas. Se nos abrieron nuevas ventanas en el chat. ¿Es cierto?, ¿Se murió Michael Jackson?, nos preguntábamos los unos a otros con esa automatía que impregna la tragedia. Olía a la que la respuesta sería un sí, aunque muchos esperaran un no, todo fue un error.
 
4:35 p.m. Refresh. Refresh. Refresh. Los mismos reportes. Tuit.Tuit.Tuit.

4:45 p.m. El mundo se paralizó, pero estaba conectado, en vilo. Poco a poco el suspenso nos obligó a hablar. "Que se murió Michael Jackson", empezó a cuchichearse. "¡Nooo!", empezó a exclamarse. Nuestras conversaciones fueron elevando el tono de voz. Como un eco, se fue repitiendo en los pasillos. Los sitios de noticias vieron sus ratings dispararse en cuestión de minutos. Tuit.

4:47 p.m. Refresh. Lo mismo. Refresh. Lo mismo. Refreshrefreshrefresh... ad infinitum. Los internautas abríamos una tras otra ventanas de sitios informativos. La incredulidad de los fans más fans poco a poco se traducía en conmoción. Tuit.

5:00 p.m. Empezamos a prepararnos para la noticia. Nos evidenciaba la crueldad de las bromas. Había tela de dónde cortar. La supuesta pederastia de Michael Jackson. Su bancarrota. Su piel decolorada. Su nariz destrozada... "Que le avisen a San Pedro para que esconda al niño Dios". "Que los médicos se equivocaron, que así es de pálido". "Que sus hijos finalmente podrán ver el mundo a colores"... Todos teníamos una broma que contar. Un chiste que inventar.

6:00 p.m. Llevábamos ya más de una hora derrochando ingenio y humor. El más negro imaginable. Compitiendo por el Re-Twitt entre nuestros seguidores. 

6:10 p.m. Las citadas y ánonimas múltiples fuentes empezaron a adoptar nombres cada vez más conocidos... AP, LA Times, BBC. FoxNews y CNN seguían con la lengua mordida. Tuit. Tuit. Tuit.

6:15 p.m. Reportan... Aseguran... Dicen... Sostienen... Mientras las redacciones online se quedaban sin uñas por conseguir información certera, el mundo estaba a la expectativa. A la espera ávida de recibir YA, YA, YA una respuesta. "Una plegaria por Jacko", pedían algunos.

6:30 p.m. Refresh. Tuit. Refresh. Tuit. Refresh. Tuit....

7:00 p.m. "Michael Jackson dies". Lo aseguraba ya CNN, citando al city's coroner. La primera declaración con nombre y apellido. Con un timming más que perfecto. El día laboral llamaba a acabarse. En cuestión de minutos, después de confirmarse 'oficialmente' la noticia, la gente estaba lista para irse a casa. Tuit.

7:05 p.m. Las computadoras empezaron a apagarse.  La gente, a despedirse. Una detrás de otra. La incertidumbre del aire se había tornado en desconcierto. Aunque nadie decía nada. El flujo en twitter y facebook decayó con estrépito. Se hizo el silencio, dentro y fuera de la red. No había nada más qué decir: el Rey del pop había muerto. Tuit. 


*No, las horas de esta crónica no son exactas. Ni pretenden serlo.

lunes, junio 22

Esto que leo, esto que soy. Parte 1.

Llevo meses enganchada a la pluma de Haruki Murakami (justo ahora estoy a sólo 60 paginitas de devorarme Dance Dance Dance) y, por uno de esos curiosos timmings que tan bien se le dan a la vida, tengo días reflexionando sobre mis andares literarios. Tan de patrones. Tan míos. Andares de los que un buen día del 2000 decidí llevar registro. No sé bien a colación de qué. Pero desde entonces, cada año una nueva tarjetita blanca me sirve para dar cuenta de aquellos libros en los que me he ido adentrando. Y que con los años ha ido tomando forma de un peculiar retrato de mi vida (además de darle un orden más lógico a mi librero). Extrañamente, a pesar de esta pequeña pero constante obsesión mía, soy una de esas lectoras que, conforme le pasan los libros, olvida el nombre del personaje principal y hasta los detalles de la trama, pero jamás la sensación, la vivencia, la reflexión, la emoción... en la que me sumieron. Jamás. De ahí que baste encontrarme de pasada con cierto título para hacerme sonreír, suspirar, sentir una lagrima derramada... según sea el caso. 
También es cierto que soy una lectora autodidacta. Más de instinto que de sabiendas. Porque, fuera de la escuela, a mí nadie me dijo qué leer. O qué no. Para mí, desde niña, los enormes libreros (repletos de libros, claro) que había en casa de mi abuela y en la de mis padres eran puertas abiertas de par en par a un mundo por el que nadie podía guiarme. Un mundo con mi muy personal acceso. No es de extrañar, pues, que tenga incrustada la idea de que los libros sí que tienen sus mañas para llegar a mis manos y a mis ojos en el momento adecuado. Aunque no siempre sepa por qué carambas ese preciso instante es EL momento adecuado.
Para cuando voy dando con los porqués, mis ánimos lectores ya cambiaron de rumbo. Digo, si Picasso pintaba por etapas de color, no veo por qué uno no pueda leer por etapas de ánimo. Y es que, si un autor me engancha, me quedo con él hasta (casi) acabar con su bibliografía o hasta que mi humor da otro giro repentinísimo y encuentro a un nuevo escritor que lo satisface mejor o lo entusiasma más. Aunque no siempre es un autor quien se gana mi atención; también están los días en que cierto tema o interés me guían. 
Lo cierto es que, sea cual sea el motivo por el que estoy leyendo, siempre busco tiempo para hacerlo. Así sea en el coche (es sorprendente cuántas páginas se come uno entre el tráfico, y ni hablar de lo 'ligero' que éste resulta). Me siento mal conmigo misma si no lo hago. Ha de ser porque, mientras tengo las narices sumidas en un par de páginas, soy inmensamente feliz, no importa qué esté leyendo.




viernes, junio 12

Niñez adulta




Hace unos días fui a ver Up. Realmente estaba emocionada por ir a verla. Me gustó, me divertí, me sacó unas lagrimitas y le hizo creer a mi obtusa mente (aunque fuera por unos instantes) que una casa puede hacerse volar amarrada a un montón de globos inflados con helio. Y aun cuando no la situaría entre mis preferidas de Pixar (no logré conectar con los perros habladores), sí me dejó pensando en la maravilla que es que, a mis 30, me emocionen más la películas animadas que a mis 10. Porque en aquellos ayeres, la casa Disney y yo nunca nos llevamos de maravilla. Tampoco tenía fijación por ninguno de sus personajes. Lo único que quería era poder hablar como el pato Donald; creo que pasé horas intentando imitar su cuajjjcc-cuajjjjjc-cuaaajjjjc, pero pues no, nunca lo logré. Bambi y Dumbo me parecieron una barbaridad atroz, gratuitamente cruel para mi tierno corazón. Aborrecí Fantasía: recuerdo haber estado sentada en la butaca, deseando con todas mis ganas infantiles salir corriendo justo cuando Mickey Mouse alza las olas en el risco. Ay no, qué soberana aburrición. Sí, vi BlancanievesCenicienta, 101 Dálmatas, La Dama y el Vagabundo, más porque eran las películas que me ponía mi abuela las mañanas de vacaciones en las que me quedaba en su casa, porque nunca jugué a ser una princesa en apuros ni moría de ganas por verlas cada tres días (de hecho, son poquísimas las películas que puedo ver más de dos veces). Yo a lo que jugaba era a ser dama de una corte real. Jaja, ¿qué tal?. Alicia en el país de las maravillas y Peter Pan me resultaban un tanto como Fantasía: las sentía lejanísimas a mis intereses y, por ende, me aburrían. Luego crecí y el cine animado... pasó a mi historia.
Hasta que Toy Story llegó a mi mundo fílmico y todo fue como creo que debió haber sido desde siempre. Ahora basta que aparezca en escena la lamparita de Pixar para que me emocione ante lo que está por aparecer ante mis ojos. Y, por supuesto, me parece una eternidad esperar al verano del 2010 para Toy Story 3. O a los subsecuentes veranos para los estrenos aún por venir.
Otra de mis golosinas son los mundos creados por Hayao Miyazaki, el japonés papá de Spirited Away (mi momento memorable: ése en el que Chihiro pisa uno de esos ericitos negros y la recorren de pies a cabeza los escalofríos) y de Howl's Incredible Castle (¿a poco no es adorable el perro flojonazo que vuela?). Lo suficiente como para que poco a poco haya ido buscando algunas de las películas que ha hecho: Castle in the Sky, Nausicaä, Porco Rosso, Princess Mononoke, The Castle of Cagliostro... (es una lástima que no siempre estén a precios precisamente accesibles).
En fin, que nunca pensé que sería de adulta cuando las películas de animación me emocionarían como a una niña, el público para al que en origen están pensadas. Nunca pensé que sería ahora cuando lograría dejarme envolver por mundos fantásticos, historias conmovedoras y personajes entrañables. Pero ¡qué alegre sorpresa!

Todo esto había pensado cuando llegó a mis ojos esta 'reseña' y dije: "ajá, no soy la única".

miércoles, junio 10

Se me da mal aquello de las 'tribus'

El otro día, mis zapatos de Sra. Editora me llevaron a la primera fila de una de las semanas de moda que se organizan en esta amable-odiable-amable Capital del Caos. Y, fuera de comprobar que la escena fachionosa tiene como mojo alborotarse lo feo a como dé lugar y que la industria de la moda en México no es ni remotamente la sombra de una industria, reafirmé el repelú que los gremios causan en mis ánimos socializadores. Sean los 'istas' que sean: fashionistas, publicistas, periodistas (de cine, de moda, de belleza)... 
Obvio no pertenezco a ninguno porque, aparte de que soy mala-malísima para desenvolverme en ellos a largo plazo, me aburre sobremanera esa manía que tienen de competir todo el tiempo por ver quién carajos sabe más de su tema. Como si se tratara de una eterna partida de maratón. Y, encima, monotemática: Moda-moda-moda. Anuncios-campañas-anuncios. Medios-noticias-medios. Cine-cine-cine. Libros-libros-libros. Puaj. Digo, está bien chacotear un rato con las temáticas que nos obsesionan, pero de ahí a convertirlas en una espiral interminable que no acepta otros dimes y diretes, o construir una madeja de relaciones basadas enteramente en ellas, pues no, no es lo mío. En lo absoluto. De ahí que luego me salga lo separatista, lo individualista y todo aquello que implique poca o nula socialización. De ahí que nunca vaya a eventos 'gremiales' y que, cuando voy, no conozca a nadie. O ni me pelen. De imaginarse, ¿no?: un verdadero círculo vicioso.

Mi top 10 del rock mexicano

Siempre que sale a cuento eso de enlistar "tus xxx (rolas, libros, películas, etc...) favoritas", sufro por mi incapacidad categorizadora y definitoria, y prefiero darle olímpicamente la vuelta al asunto. Pero, por alguna razón, algo en mí se animó a intentarlo ahora que una de las estaciones que escucho por las mañanas está haciendo el recuento de las mejores 105.7 canciones de los últimos 20 años en el rock mexicano. Claro, como sufrí una especie de coma musico-cultural durante mi adolescencia y los títulos de las rolas (así sean de los músicos que no suelto) no se me pegan ni con chicle, tuve que pedirle asistencia a mi mareado y a su iPode.
Así que, después de pasarnos un buen (de bonito, no de mucho) rato escuchando música y rascar en mi baúl de emociones (nada más podría guiarme en estos menesteres), determiné que las siguientes son las canciones que, estoy segura, seguiré atesorando en mi memoria en otros 20... Sean buenas o no.

"Peligro", de Ely Guerra.
"Rucci", de Austin TV.
"Las batallas", de Café Tacvba.
"No dejes que", de Caifanes.
"Godzilla", de Niña.
"Chubaca tiene un secreto", de Niña.
"Fotografía", de Jumbo.
"Tijuana Makes Me Happy", de Fussible, del Colectivo Nortec.
"A donde van los muertos", de Kinky.
"El esqueleto", de Víctimas del Doctor Cerebro.

Si se preguntan por qué más bien parece un top de los últimos cinco años, les recuerdo que padecí un gran coma musico-cultural durante muchos años y que justamente ha sido en los últimos años, gracias al melómano de mi mareado, que me he vuelto un poco más musical, que no música.

lunes, junio 8

¿Réquiem por las revistas?



Desde hace años, ir al Sanborns a ver revistas me causa una alegre compulsión. Puedo pasarme horas ahí parada, viendo una y otra y otra y otra, yendo de un estante a otro, para al final siempre salir con un montón, cual tesoro, en mi bolsita de plástico. Pero hoy en la mañana que pasé por uno, me dio terrorcito comprobar que cada mes las revistas están más y más flacuchas, algunas casi famélicas. No importa cuán grande o importante o añejo sea el título. Esto de la crisis no les está sentando ni pizca de bien. Hasta me dio la impresión de que había menos que de costumbre (a lo mejor porque era lunes y es hasta el miércoles cuando siempre resurten). Y me preocupa todo esto porque, por primera vez desde que se dice que interné va a acabar con los medios impresos, me entró angustia de quedarme sin ese gozo mensual que son las páginas de mis publicaciones favoritas (del momento). Pensé: ¿y si esto del inestable y descendente flujo de publicidad es el tiro de gracia? Chet.
Amo interné y sus infinitas posibilidades, pero odio leer entrevistas y artículos grandes en la red. Ya no digamos ver las fotos. Simplemente no le agarro el gusto. A mí me encanta pasar con golosidad de una página a otra. Sentir el papel en mis dedos. Apreciar las fotos una y otra vez. Avanzar y regresar sin un orden claro. Separar lo que quiero leer con calma. Lo que sólo quiero ver. Lo he hecho siempre y en todas las revistas que, según la etapa de mi vida, han pasado por mis manos con o sin cierta regularidad... Vanidades, Cosmopolitan, Tú, Eres, Viceversa, Letras Libres, El País Semanal, Entertainment Weekly, Empire, Premiere, Q, Rolling Stone, La Tempestad, Vanity Fair, Details, Esquire, Glamour, Blackbook, Gatopardo, InStyle, Caras, Quién, Nylon... Uff, tantos y tantos títulos que, por una página u otra, me han dado grandes momentos, grandes ideas, grandes sueños.
En fin, sea que el fin de las revistas impresas esté a la vuelta de la esquina o no, hoy me dije que los editores pueden contar con mis moneditas hasta el final. Porque simplemente todavía no concibo no tener alteros de revistas por leer  a diestra y siniestra en mi casa y en mi oficina. Ni creo que lo haga. 


jueves, junio 4

Cosas que me gustan. Capítulo 3 y último

38. Los atardeceres, en particular los de Otoño. Esos colores ocre...
39. La luna llena.
40. Carcajearme hasta llorar. 
41. Los cuadernos de pasta dura y sus seductoras hojas en blanco. Completamente en blanco.
42. Mi cama.
43. Morderme el labio inferior.
44. Las autofotos.
45. Volverme a dormir después de sacar a Taco por las mañanas.
46. Hacer las maletas para un viaje.
47. Los espectaculares de Gandhi (la librería).
48. Poner en orden mis cajones.
49. El olor de las pequeñas lavanderías.
50...

Creo que podría seguir y seguir con esta lista, pero ya me dejé claro que sí hay cantidad de cosas simples que ponen de buenas a mi mal humor. Así que doy por terminada esta saga.