miércoles, marzo 31
10 reflexiones (personales) sobre el caso Paulette
martes, marzo 30
Directo al corazón
De vestidos y pantalones
Hubo una etapa en la que Detesté, así con mayúscula, los vestidos y las faldas. Simplemente no encontraba cómo llevarme bien con ellas. Recuerdo que a mi mamá le turbaba el hecho de que en mi clóset sólo hubiera jeans (en una docena de cortes diferentes, eso sí) o pantalones de colores (nunca de pinzas o formales). Y cada que salíamos de compras sosteníamos una discusioncilla al respecto, por lo regular en el probador. Yo eventualmente cedía en el enterque y me dejaba comprar un vestido, ocasión-especial-de-por-medio, para terminar por usarlo sólo una vez y guardarlo por los años de los años en el fondo del armario, hasta que no me quedara más, lo sintiera muy pasado de moda o se me olvidara su existencia. Qué le vamos a hacer, me sentía tiesa metida en ellos (ahora confieso que me gustaría haber conservado uno que otro).
Creo que detrás de mi aversión a ellos siempre ha estado un poco de pena por mis piernucas, que desde que recuerdo me han parecido más infladas de la cuenta (de mi cuenta, claro). Aunque también algo tiene que ver la comodidad de sentarse como se te da la gana en donde se te dé la gana. Cosa que no se da igual con un vestido o una falda de por medio. Pero, curiosamente, desde hace unos meses como que ando haciendo las paces con ambos. Será que encontré referencias de moda más ad hoc a mi estilo. O será que mi lugar de trabajo sufre de efecto invernadero (mmm... no, lo cierto es que también en invierno me dio por los vestidos). O será que descubrí que uno no necesita entaconarse para llevarlos. No sé, algo cambió. Aunque siguen sin gustarme mucho mis piernas, pero pues como me llevan y me traen a todos lados muy puntualmente, siento que merecen tomar algo de sol o protagonismo de vez en cuando.
Lo que sí es cierto es que, vistos en otros personajes, algunos vestidos siempre me han parecido exquisitamente atractivos. Dígase todos los vestuarios de película de la época victoriana o las cortes francesas. O, más recientemente, los vestidos de películas como In the Mood for Love (¡qué delicia de estampados florales!) o An Education. Inevitablemente los veo y pienso: "En otra vida". En esta, me quedo con la onda fachosona.
domingo, marzo 28
Receta para un almuerzo
Como hoy ando de compartida (y de posteadora), aquí les dejo una sencilla pero deliciosa receta para arrancar una mañana de domingo (o sábado, por qué no). Aparte, claro, de una rigurosa taza de café o té. La conocí en casa de la amiga de una amiga en unas vacaciones en Cancún. Como desde entonces no la suelto, particularmente en fines de semana, bauticé el plato como huevos domingueros, porque es un almuerzo abundante (con dos uno queda más que satisfecho) y se disfruta (y prepara) mejor con la calma de tener aún la pijama puesta y el día entero por delante para uno.
¿Regresarán aquellos tiempos?*
Cuando éramos niños, andar en bicicleta y en patines por nuestra cuadra o colonia era cosa de todas las tardes. Incluso sin madre a la vista. A lo más, regresábamos a casa chamagosos y raspados, producto de una espectacular caída. Pero eso fue hace más de tres, cuatro… décadas. Hoy, aquello nos parece una hazaña irrepetible, no sólo para nuestros hijos, incluso para nosotros mismos. La ciudad ha crecido; el tránsito ha enloquecido. Tanto, que no importa cuánto hayamos rodado nuestras llantas con un Frutsi, eso de montar una bicicleta y salir como si cualquier cosa a la calle nos parece digno de una demencia absoluta. Aunque hay valientes que cada día salen a reclamar el espacio ciclista. Y como son cada vez más, poco a poco la confianza de todos se ha ido refrescando. Se nota los mañanas de domingos en Reforma. Se nota en el paseo dominical cada fin de mes. Se nota en algunas colonias durante los fines de semana. Pero no es lo mismo ir al volante de una bici en un fin de semana o en un área controlada que salir en ella al tránsito feroz. Lo que es cierto es que sortear muchos de los peligros que implica básicamente tiene que ver con respeto, de unos y otros por igual. Como un intento por hacer patente cuánto debemos trabajar aún en estos asuntos, desde 2003 (www.ghostbikes.org), por las calles del mundo han ido apareciendo bicicletas pintadas de blanco allá donde cayó un ciclista en un accidente de tránsito. Lo mismo si fue en una avenida transitada o en una esquina aparentemente inofensiva. Son fantasmas que, de algún modo, se instalan ahí para recordarnos que el ciclista al que respetas puedo ser yo. Que el ciclista al que respeto, puedes ser tú.
*Quería compartirles este textilo que escribí para la versión impresa del boletín mensual Todos en movimiento.
Despertar de domingo
sábado, marzo 27
Dichosas palabras
jueves, marzo 25
Si mis manos hablaran a trazos
miércoles, marzo 24
No desearás...
martes, marzo 23
Hombrecitos grises
Ya sé que Magritte pintó este cuadro, titulado Golconde, mucho antes de que Michel Ende escribiera Momo. Pero verlo en gran formato irremediablemente me recordó a los hombrecitos grises que describe el escritor en dicha novela. Hombrecillos engabardinados, sombrerudos y sin rostro definido. De esos que siguen poblando a millones este mundo.
jueves, marzo 11
Just push
Bien, hijo, te lo digo:
la vida, para mí, no ha sido una escalera de cristal.
Ha sido una escalera
llena de clavos y de astillas
y de tablas rotas
y de sitios de suelo sin alfombras,
desnudos.
Y todo ha sido
subir
y llegar a descansillos
y torcer esquinas
y a veces avanzar en la oscuridad,
donde no hay ninguna luz.
Así que, hijo mío, no retrocedas.
No te quedes sentado en los escalones
al ver que el ascenso es más bien duro.
No desfallezcas ahora...,
porque yo sigo, cariño,
yo sigo subiendo,
y la vida para mí no ha sido una escalera de cristal.
Este es el poema, escrito por Langston Hughes, que memoriza Precious Jones para recitarlo un día en clase, frente a sus compañeras y la maestra Blue Rain.
Leyendo Push, de Sapphire (en la que se basa Precious), pienso: qué cabrona puede ser, no la vida, sino la gente. Aunque, en realidad, no importa la mierda que te suceda. Importa cómo la afrontas. Importa no quedarse ahí sumido y empujar.
martes, marzo 9
Yoísmo
Yo. YO. yo. Yo. Yo. Yo. YO. yo. Yo. YO. YO. yo. Yo. YO. yo.yo.yo.yo. Yo. YO. Yo. YO. Yo. Yo. YO. yo.yo.yo. Yo. YO. yo.yo. YO. yo. Yo. Yo. Yo. YO. yo. Yo. Yo. Yo. Yo. YO. yo. Yo. Yo. Yo. Yo. YO. yo. yo.yo.yo. yo...
Y entonces le entran estas ganas insaciables de reafirmarse y me hace unas preguntas muy, cómo decirlo, deterministas." ¿Y, entonces, sin mí, qué eres?, ¿y todos tus planes?, ¿NUESTROS planes para conquistar el mundo?". Y entonces yo le digo: "Estás de chequelete, mano". Y seguimos luchando. Él por plantarme nuevos deseos. Yo, por verlo a los ojos y decirle con una sonrisa: "Gracias, ya tuve suficiente". Los mantengo al tanto.
lunes, marzo 8
A patín
Patino desde que recuerdo. Ergo, me pasé la infancia y la pre-adolescencia (jo,jo) con las rodillas hechas una miseria. Primero lo hice trepada en unos súper Fisher-price azules con naranja (aunque con éstos, más que deslizarse, uno arrastraba los pies. Shjjjss, shjjsss, shjjjss, shjjsss). Luego lo hice en unos de metal ho-rri-pi-lan-tes, que gritaban a kilómetros de distancia ahí-viene-la-Patinstein. Pero claro, resultaba muy práctico para la economía familiar que se ajustaran a mi creciente pie. Bah, como si por entonces uno entendiera de esas cosas.
Luego tuve unos de cuatro ruedas, de botita (sí, de botita), que, ejem, no me duraron mucho porque... ¡me creció el pie! Ni siquiera lo suficiente como para que recuerde de qué color eran o qué habrá sido de ellos. Pero luego, ¡por fin!, ¡POR FIN!, ya que mis inestables pies decidieron no estirarse más, me compraron unos en línea, que usé hasta que no dieron más de sí. Pobres, al final ya daban pena de tan mal que los trató el asfalto.
Y luego... Luego me hice adulta y lo de patinar se fue al carajo. Al menos por un rato. En parte porque no tenía tiempo, en parte porque las tiendas de deportes decidieron que los patines en línea no estaban de moda. Bendito el día en que salí de viaje y me crucé con una tienda de patines. No me importó desembolsar una contante cantidad para hacerme de unos Roller Blade que siempre traigo en la cajuela del auto. No se me vaya a ofrecer la ocasión y yo sin estar preparada. Antes, por supuesto, no me daba miedo brincar, saltar, virar y patinar hacia atrás. Ahora me la pienso tanto que siempre que lo intento siento que estoy a punto de caerme o realmente estoy a punto de caerme. Pero al menos puedo ir a la par de Takechi en su versión más desenfrenada los domingos por Reforma, liberando mi droga favorita: las endorfinas.
El día que descubrí a Lorrie Moore
Escombro, luego existo
domingo, marzo 7
Momentos Hornby
miércoles, marzo 3
¿Se irá a acabar el mundo?
Vaya uno realmente a saber. Tendremos que esperar al 2012 para descubrirlo. O no. Como sea, siento que se trata de una pregunta que nos estamos haciendo cada vez, no sólo con mayor frecuencia, sino con más apremio. Como si una duda más certera se nos fuera enclavando de a poco. Y claro, con desastres como el de Haití o el de Chile (¡8.8 por minuto y medio!) sobra tela de dónde elucubrar.
Algunos dicen que la Tierra está enojada con nosotros, que está resentida por cuánto hemos abusado de ella. A lo mejor. A lo mejor no tanto. Sabrá ella. Lo que sí me parece es que el 2010 arrancó de tajo, y no tomando vuelo paulatinamente, como nos habría gustado (o como creemos que debería de ser). No sólo es que todos andemos corriendo como caballos desbocados ante tanto bomberazo. Es que, de algún modo, todos hemos enfrentado sismas personales, raspones, sinsabores, desconciertos, pedradas, accidentes, asaltos... Súmenle. Pero, sea lo que sea, como que nos han agarrado con el carro frío, a lo áspero. O al menos así ha sido en mi entorno cercano.
lunes, marzo 1
Dos y contando
Hoy, hace exactamente dos años, hice lo que durante muchos años dije que no haría: fui la novia de la boda. Y no me arrepiento ni una pizquita. Aquel día es uno de los mejores recuerdos de mi vida a los que he dado forma desde cero.